Libertad García Cabriales
Enseñamos lo que sabemos, pero contagiamos lo que vivimos: Roberto Pérez.
Somos seres pensantes, pero también sintientes. Siempre me ha intrigado cómo se manifiestan las emociones en la gente. Reconocer que cada quien asume de manera distinta lo que siente. Los especialistas relacionan la palabra “emoción” con su raíz latina “emotio”, que significa “movimiento o impulso”. Luego entonces, la emoción es algo que mueve, remueve y conmueve. Pero cada persona lo expresa diferente. Y allí radica uno de los más grandes misterios de la condición humana.
Los especialistas hablan de seis emociones humanas básicas: miedo, disgusto, sorpresa, ira, tristeza, alegría. Así tal parece que perdemos, porque son más las negativas que las positivas. Y cada una de ellas lleva consigo un infinito número de reacciones. Mientras para algunos la tristeza puede convertirse en depresión, otras personas se reconstruyen a través de ella. Y qué decir del miedo, el disgusto y la ira, basta asomarse a los medios para saber los resultados de muchos afectados por tales emociones. La alegría en cambio parece escasa en nuestros tiempos, pero siempre hay que empeñarse en defenderla.
No sé usted como maneja las emociones, pero estará de acuerdo conmigo que es un asunto muy complejo. Derivadas de procesos biológicos, se dice que las emociones están asociadas a la genética. Habrá muchas teorías al respecto, pero aquí y en China sabemos que no es cosa fácil, puesto pues implica lo más sensible del ser. Piense usted desde su historia personal cómo le han influido las emociones. De qué manera han sido presencias definitivas en su camino vital. Y luego están los sentimientos, resultado de las emociones, menos intensos, pero más duraderos, más profundos.
Emociones y sentimientos. Dos palabras que conllevan un sinfín de posibilidades y asociaciones. Relacionadas con el pensamiento, pero también con las sensaciones y la memoria. Sentir un aroma, una ausencia, una caricia, sentir el amor y el desamor. Tantas formas de sentir como seres hay en el mundo. Con la piel, con la mente, con el corazón, con el alma. Siempre pensar y sentir.
En este verano canicular, bueno sería pensar un poquito menos y sentir mucho más. Si hay manera, salir y sentir la brisa, el sol, el agua, el aire del campo, la esencia de los pueblos, la historia de las ciudades, la compañía de las personas. Aunque no se necesita salir para sentir, en casa hay también muchas maneras. Conversar, esa maravillosa manera de sentir que hemos perdido tanto. Leer y volar a través de las letras, conocer en los libros nuevos lugares y sentir las pasiones de los personajes. La música es también una bella forma de sentir y transportarnos. Las películas son otra buena opción porque el cine exhibe toda la gama de sentimientos y emociones.
Hace unos días volví a ver, ahora junto a mi madre, la película La Tirisia. Una cinta entrañable con una fotografía bellísima, que además retrata magistralmente la condición humana. La Tirisia es reflejo de la sensibilidad y el talento del oaxaqueño Jorge Pérez Solano, quien dirige a un grupo de actores que nos hacen pensar y sentir con las intensas emociones de sus personajes. Construida con reveladoras metáforas, la narrativa de La tirisia se centra en la historia de dos mujeres que afrontan la maternidad en un entorno de pobreza, machismo y abandono en todos los sentidos.
Definida como una enfermedad del alma, “la tirisia ataca cuando el espíritu huye porque se reciben sustos o sorpresas desagradables, pero especialmente se presenta por la ausencia de un ser querido”. Así, la tirisia se refleja en una honda tristeza como la de Cheva, protagonista de la película, quien sufre la ausencia, primero de su marido migrante y luego, cuando el marido vuelve, de su amado bebé, fruto de su secreta necesidad de sentir. Una historia como la de tantas mujeres que transitan entre el dolor, la miseria y el abandono, pero nunca dejan de amar.
Al verla, mi madre recordó la palabra y cómo se usaba cuando era ella joven. Decir tirisia es decir añoranza, tristeza, ese “saudade” nombrado en portugués. Sentir es un verbo necesario. Enseñar a nuestros niños a entender sus emociones y buscar superarlas cuando son difíciles. Enseñar y Contagiar. En suma, en este verano podemos sentir algo más que calor: la vida en todas sus formas. Ya lo decía Sabines: este es el tiempo de vivir, el único.