En mi niñez, allá en Campoamor, disfruté los productos del campo. Todos los días, por decir, almorzaba con tortillas recién hechas, del comal a la mano; el almuerzo era frijoles de la olla, con algún huevo con chile, que se complementaba con una taza de jocoque. En ocasiones, allá en El tanque, la parcela, prendíamos la lumbre y asábamos elotes; ni se diga la comida, más frijoles, arroz, elote con calabacita, sin faltar los nopalitos; por la tarde, la taza de café con hojarascas. Todo sabroso, muy rico, sin embargo, hoy muchas cosas han cambiado.
Hace poco fui a Campoamor. Disfruté la comida de rancho, el asado, el picadillo, el arroz y la calabacita con elotes. Me enteré, ya después, que ahora las tortillas las compran; porque no hay maíz, ni para darle a las gallinas. Nadie siembra maíz y, como no hay agua, es difícil tener hortalizas, es decir, calabacitas y otras verduras. El tiempo y las políticas públicas, como la naturaleza, han cambiado al campo, a sus personas, a sus familias… Por eso, es gratificante, que se organice un Tianguis Rural.
DE CAMPO A LA MESA
Para este sábado, ahí en la Plaza del 8, está programado un Tianguis Rural: la Secretaría de Desarrollo Rural, cuyo titular es Dámaso Anaya, se apuntan como los organizadores. Estoy convencido de la bondad de este tipo de eventos y es una acción muy positiva del gobierno su organización; es la oportunidad para que unos y otros resulten beneficiados: por un lado, los productores rurales y, desde luego, las familias victorenses y de la región.
Como bien se dice, del campo a la mesa. Será la oportunidad para que los productos del campo estén a nuestro alcance, sin intermediarios; lo que significa, de entrada, que pueden ser más baratos al eliminar a los intermediarios; pero además, y eso es muy importante, serán frescos. En mi caso, ya tengo en mi agenda estar presente… espero no tener una decepción y es que, a veces, resulta que en eso de los precios está más barato en la frutería del barrio o hasta en la tienda del súper.
100 PRODUCTOS
La expectativa es grande. Se anuncia la participación de más de 40 micro y pequeñas empresas rurales, que estarán comercializando y dando a conocer más de cien productos del campo. Será el sábado dos, a partir de las ocho de la mañana en la Plaza del Ocho.
Uno se sorprende de la diversidad de los productos del campo. Creo que no miento si digo que, cuando viajamos, por decir a Monterrey o a Tampico o a Mante, siempre encontramos puntos de venta: desde plantas, muebles de madera (sillas, tablas para cortar, molcajetes de madera, entre otros) pan de elote, así como chile piquín. Por cierto, me sorprenden en El Tomaseño: en todas las épocas del año venden frijol nuevo. Por el rumbo de Llera, hasta calabaza cocida es posible encontrar, y la miel nunca falta.
COMERCIO JUSTO
Mi hija en sus estudios universitarios llevó una materia que se llama “Comercio Justo” y un día me lo explicó. Significa que al comprar un producto, digamos a un vendedor no establecido, de esos que andan en la calle, no debemos regatear el precio. Y me parece justo y correcto, pero hay gente que les gusta regatear y se dan por satisfechos, felices, cuando logran que el vendedor les haga una rebaja. La cuestión es que no sabemos las condiciones en que se hizo o elaboró el producto.
Hace tiempo, no recuerdo los años, en Tula viví una experiencia de esa naturaleza. Andaba con un grupo de amigos fotógrafos, haciendo click con la cámara en el mercado, y me tocó escuchar el regateo de un cliente. En la banqueta, un señor de edad avanzada vendía molcajetes, una señora pregunto el precio: cien pesos, se le hizo caro y preguntó: ¿Cuánto es lo menos? Y la respuesta fue: si anda por aquí, y si para las dos de la tarde aún no lo vendo, se lo dejo en 80 pesos.
No me quedé con la duda y le pregunté: ¿Por qué a las dos ese precio? Y su respuesta me dejó mudo, sorprendido: mire señor, tardo un día en hacer cada molcajete y los domingos vengo a venderlos. Si no vendo nada, no voy a llevar nada a la casa… así que, para esa hora, pues prefiero venderlo a un precio más bajo.
CANASTITAS DE OAXACA
En uno de los cuentos de Bruno Traven se cuenta la historia de un gringo que en una de las calles de Oaxaca compró unas canastitas. Las llevó a Nueva York y a medio mundo le fascinaron, quedaron maravillados por su calidad y belleza. Pensó en hacer negocio; en su siguiente viaje preguntó: en cuanto me hace, por decir, cien canastitas. El señor se puso a hacer cuentas y le dio el precio… ¿Por qué tan caras, si las otras me las dio más baratas? Y la respuesta fue contundente: estas y las que vendí las hago en mi tiempo libre, por eso las doy baratas… para hacer las que usted quiere tendré que dedicarme días y días a hacerlas, dejar mi otro trabajo.