Alicia Caballero Galindo
Caminaba por aquella calle tan familiar; era la de mi casa. Sólo faltaban unas tres cuadras para llegar, esa tarde me quedé sin automóvil porque lo llevé al taller, y tomé el transporte público que me deja a cuatro cuadras. A veces es necesario romper la rutina para salirse un poco del mundo en que siempre vivimos inmersos, que termina por envolvernos y aislarnos del entorno circundante. El sol se había ocultado y las sombras del tramonto producían ese fenómeno extraño de sombras y penumbra que da una pincelada de misterio a todo, el tramonto. Caminar a pie cuando siempre nos transportamos en vehículo, es ver el mundo desde otra perspectiva, se observan en detalle casas, paisajes cotidianos, gente que va y viene y pasa sin rozarse, si pudiéramos ver a través de ellos entenderíamos que cada ser humano es un micro universo ¡me gusta ver los rostros de los transeúntes! Algunos se ven vacíos o tan cerrados que se vuelven impenetrables. Todo se dimensiona desde otra perspectiva caminando a pie. Los vehículos motorizados son como cápsulas que aíslan del mundo circundante. Conducirlos se vuelve un acto instintivo después de aprender su manejo.
Me sacó de mis cavilaciones una ancianita que removía un bote de basura, era ya tarde y me estremecí al pensar en la necesidad de una mujer que a su avanzada edad parecía estar sola. El hecho que buscara acuciosamente en la basura algo de provecho ponía de manifiesto su precaria situación, la saludé poniendo suavemente mi mano en su hombro y la respuesta fue una sonrisa bonachona de aquellos labios bordeados de arrugas; sus ojos vivarachos no mostraban tristeza, se veía de buen ánimo.
—Buenas tardes señora; si no es indiscreción ¿qué hace tan tarde y casi sin luz buscando en la basura? ¿No tiene miedo caerse? ¿Y su familia?
La anciana suspendió por momentos su tarea de hurgar en la basura y limpiándose las manos en su delantal me miró con simpatía.
—Mira niña; en primer lugar, agradezco tu interés en mi persona, hoy en día nadie repara en nadie, es raro encontrar a alguien como tú, sobre todo que se fije en una vieja como yo, pero a pesar de mis años, soy autosuficiente y no le pido nada a nadie, al contrario, revisando botes de basura, aunque no lo creas, aprendo de los demás, la basura de cada hogar indica si son despilfarrados o ahorradores, si comparten con los demás o son miserables y prefieren tirar que regalar, me entero si desperdician comida, acabo conociéndolos sin verlos siquiera… Yo me divierto explorando lo que cada casa tira y aprovecho para compartir o vender lo que aún sirve. Soy útil y sigo aprendiendo de la gente. Efectivamente, tengo familia, no estoy sola, lo que pasa es que no me gusta depender de nadie y con mis andares por los basureros de las casas ricas puedo ayudar a los demás con lo que me encuentro, me alcanza para no ser una carga y apoyar a quienes tienen más necesidades que yo. ¡No te imaginas las cosas que se ven en la basura! Desde zapatos en buen estado que no les gustan y los tiran en vez de regalarlos, hasta los objetos más extraños y valiosos ¡bueno! Al menos para mí. Una vez recogí, por estos rumbos, un cuadro de La Última Cena con todo y marco, por fortuna el cristal no llegó a romperse; ahora debe de estar colgado en la casa de una amiga a quien se lo regalé…
Poniendo su rugosa mano en mi brazo continuó diciendo.
—¡Mira! Ya sacaron el bote de aquella residencia, es lo que esperaba; ahí siempre encuentro cosas buenas, un día tiraron una silla de piel porque estaba desgarrada de un lado; por fortuna, pude llevarla hasta una casa de por aquí donde me la guardaron, el jardinero es mi amigo. Si no hubiera tenido rodillos no la habría podido cargar. Se la regalé a mi comadre Rebeca que tiene un hijo que no camina y aunque no es para eso, a ella le sirve de maravilla para mover a su muchacho, que ya pesa mucho. Al día siguiente me acompañó con un sobrino y se la llevaron, la verdad iba feliz y yo me sentí satisfecha. ¡No todo en la vida es dinero, niña! Yo gozo viendo caras de felicidad con lo que hago, eso no tiene igual.
Se despidió con una sonrisa y sus ojillos brillaron de curiosidad e interés. Recogió una bolsa con cosas recolectadas y se dispuso a irse.
—Te dejo, niña, no quiero que se me haga más tarde y en ese bote debe haber cosas interesantes, yo encontraré algo bueno, ¡hasta pronto!
Atravesó la calle con cuidado y frotándose las manos la vi abrir aquel bote donde ella encontraría tesoros de los cuales, ¡algunos compartirían! La vivacidad, inteligencia y bondad de aquella vieja me hicieron recapacitar en muchas cosas. Seguí el camino hacia mi casa con paso ligero y renovadas esperanzas en la vida.
Antes de llegar, escuché voces alteradas al parecer de una madre y su hijo.
—Te dije que esos tenis no me gustan, yo quería unos de marca reconocida y no esas mugres corrientes que me compraste.
—Si no te gustan, ¡tíralos por la ventana! Pero irás descalzo a Educación Física mañana…
Ante mis ojos, volaron unos zapatos tenis nuevos desde la ventana de un segundo piso, sonreí y los coloqué sobre un bote de basura, yo sabía que “alguien” los recogería pronto…
Siempre se aprende algo nuevo.