Más reinos derribó la soberbia que la espada, más príncipes se perdieron por sí mismos que por otros.
Diego de Saavedra Fajardo
Los números de las pasadas elecciones son fríos, pero conllevan pasiones intensas y por desgracia polarización inacabada. Más de veinte mil puestos de elección popular estuvieron en disputa. Más de veinte mil seres humanos que serán puestos a prueba en el ejercicio del poder. Lo mismo electos o reelectos. Algunas contiendas con triunfos holgados, otras “mucho muy” competidas. En Tamaulipas lo estamos viendo y viviendo. Y en cualquier resultado el reto es igualmente grande para probar el ego de los victoriosos. Los ganados con amplio margen, pues deberán demostrar su mesura en la victoria y los de escasa ventaja porque deben reconocer los muchos ciudadanos que les negaron el voto. En ambos casos hay lecciones altamente significativas. Y los ciudadanos esperamos, más allá de partidos, que los ganadores trabajen para todos. Y que no gane la soberbia.
En ese contexto, algunos optimistas imaginaron que la pandemia del coronavirus sería el fin de la soberbia en el mundo. O al menos, un control efectivo de su muy arraigada práctica. Pues fallaron. No en vano es considerada como uno de los siete pecados capitales. Incluso por encima de los otros seis. Ya Tomás de Aquino definía al soberbio como quien tiene un amor desordenado hacia su propio bien por encima de otros bienes: “el fruto de la soberbia es la ceguera de la mente y la ceguera del corazón”. Y no sólo eso; Santo Tomás también decía que los soberbios se atribuyen virtudes falsas, aumentando la ceguera de su mente. Dicho en nuestro lenguaje coloquial, los soberbios se sienten Juan Camaney y eso les hace perder piso y contacto con la realidad.
Y si la soberbia es un mal que puede atacar a todos los mortales, en los políticos se convierte en una verdadera monserga, pues no sólo envenena a quien la practica, también puede dañar a mucha gente. La historia nos brinda suficientes ejemplos de políticos, funcionarios y gobernantes picados por la venenosa víbora de la soberbia. Los muy famosos como Nerón, Calígula, Iván el Terrible y Adolfo Hitler, pero también algunos menos conocidos e igualmente desastrosos. Porque la soberbia no es privativa de los grandes monarcas, puede surgir hasta en los alcaldes de pequeños pueblos, quienes arriba del ladrillo enloquecen y hacen daño a sus comunidades. Además, puede transmitirse a sus colaboradores, pues hasta el uniforme de un policía se convierte en emblema de la perniciosa soberbia.
Y la soberbia no es compatible con la inteligencia, dicen bien; pues nubla la razón, genera arrogancia y altas dosis de prepotencia, entre quienes ostentan algún tipo de poder. Además es considerada como una manifestación de debilidad, un miedo secreto ante los rivales, una letal “hinchazón”, para decirlo con San Agustín. Los estudiosos del poder público, han llegado a la conclusión: esa falta de inteligencia, llamada soberbia, es uno de los factores más perjudiciales en el ejercicio de cualquier mando, pues muchos gobiernos han fracasado por la actitud soberbia de los jerarcas. Ejemplos sobran. Porfirio Díaz Mori, quien había contribuido en sus primeros años de gobierno al progreso de México, se dejó llevar por el canto de la soberbia y terminó sucumbiendo ante una revolución social que cambió las estructuras del poder, trayendo inclusión y beneficios sociales. Pero por desgracia no eliminó la soberbia, pues se esparció como hierba mala en algunos de los caudillos y caciques posrevolucionarios.
Por todo ello, bueno sería que los recién elegidos tomaran dosis diarias de “ubicatex”, lecciones cotidianas de humildad y no se dejen llevar por el canto de las sirenas. Pues por desgracia abundan los lisonjeros que les empiezan a endulzar el oído con maravillas de su personita. Ya tienes cara de gobernador, dicen le dijeron a un personaje ahora encumbrado. Uf. ¡Y se lo creen! En ese contexto recuerdo las palabras que según refieren, solía repetir con frecuencia el presidente Ruiz Cortines, conocido por su sabrosa conversación y sus populares consejos políticos. Los políticos deben ser como el elefante afirmaba el veracruzano: tener buena memoria para recordar compromisos, dos colmillos grandes para saber defenderse, piel gruesa para soportar traiciones, boca chiquita para no hablar de más, orejas grandes para escuchar bien, trompa larga para tener buen olfato, patas grandes para no perder piso, cola pequeña para que no la pisen y uñas chiquitas para no agarrar lo que no es propio. Recontra Uf. Deberían colgar esa sentencia en muchas oficinas públicas. ¿No cree usted?
En fin, por el bien de la Patria y de la matria, a todos los ganadores les deseamos lo mejor, pero especialmente les pedimos: qué no les gane la soberbia.