Mauricio Zapata
George Orwell escribió “La rebelión en la granja” como una sátira del totalitarismo. Lo hizo pensando en el régimen soviético, pero si uno se detiene a mirar con atención, bien podría estar hablando de México.
No de aquel México del siglo XX que se disfrazaba de democracia, sino del de hoy, que con nuevas siglas repite viejas mañas.
En el libro, los animales derrocan al granjero humano con la esperanza de un futuro más justo. Ponen a los cerdos al mando, creyendo que, al ser parte del mismo pueblo, gobernarían con equidad.
¿Les suena? Nosotros, a nivel nacional en el 2018 también pusimos a esos mismos de la clase política alterna, creyendo que eran diferentes.
Hoy, ese sueño empieza a oler igual que antes.
Napoleón, el cerdo que lidera la rebelión, acaba traicionando los ideales del movimiento.
Se rodea de perros feroces que atacan cualquier crítica, modifica las reglas según su conveniencia y se convierte en una figura más autoritaria que el propio granjero expulsado.
En nuestro México, el poder presidencial también ha deformado las promesas de cambio: la transparencia se diluyó en opacidad, la justicia se volvió selectiva, y la esperanza terminó secuestrada por el culto a una figura paternalista que no admite errores ni voces disonantes.
Los demás animales, agotados, ven cómo las reglas escritas en la granja se van borrando. «Todos los animales son iguales», decía el primer mandamiento.
Y luego aparece la trampa: “pero algunos son más iguales que otros.” Esa frase bien podría estar inscrita en los muros del Congreso, donde se legisla al gusto del poder, o en el INE, cuando se debate lo indebatible.
Las similitudes no terminan ahí.
En la novela, los animales trabajan más, comen menos y viven con miedo, pero se les dice que están mejor que antes.
En nuestro país, los discursos oficiales repiten cifras de bienestar mientras millones no llegan a fin de mes. La narrativa se impone sobre la realidad.
Ah, y la crítica es traición.
El riesgo más grande de esta “granja” mexicana no es el poder absoluto, sino el olvido colectivo.
Olvidar por qué luchamos, olvidar lo que se prometió. Olvidar que todos merecemos el mismo trato, y que ninguna revolución es verdadera si solo cambia de amo.
Porque al final, si no recordamos para qué fue creada la democracia, acabaremos aplaudiendo a los mismos cerdos… solo que con otro color de partido.
EN CINCO PALABRAS.- La ficción ya es realidad.
PUNTO FINAL.- «Los sistemas no fracasan porque sean malos, sino porque olvidan para qué fueron creados»: Cirilo Stofenmacher.
X: @Mauri_Zapata