“Mientras el estilo avanza, la trama debe ir por detrás arrastrando los pies”.- John Banville
Amable lector, hoy vengo a confesarme ante usted y a hacerlo un poco cómplice de un gusto culposo que he desarrollado desde la tierna infancia. Soy fanático de la llamada novela noir o novela negra, ese género tan vilipendiado y menospreciado por muchos intelectuales que lo tildan de lectura de pasquín.
Mi primer acercamiento fue gracias a la biblioteca de la escuela primaria que tenía la colección de clásicos de la literatura (perdonen, les debo la editorial, ya que se escapa en la niebla de la memoria) En esos voluminosos libros ilustrados con láminas a color y encuadernación de tapa dura, pude leer a Dumas y sus Tres Mosqueteros, a Víctor Hugo y su Jorobado de Notre Dame y otros clásicos adecuados para el lector infantil. Pero si existió una lectura que me marco en esa época fue descubrir el cuento Los Crímenes de la Calle Morgue de Edgar Allan Poe, ahí fui víctima de una epifanía.
Quedé enganchado como yonqui al caballo y de allí para adelante empecé a buscar literatura de ese tipo, el segundo acercamiento fue un lugar común, el detective más famoso del mundo, Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, y su interminable danza con su antagónico, el Dr. Moriarty.
Después vino Hércules Poirot y su distintivo bigote característico, personaje creado por Agatha Christie, leí algunos libros notables para mi imaginación infantil como Muerte en el Nilo y Asesinato en el Orient Express y otros soporíferos que confieso no pude terminar de leer. Con la adolescencia los temas escabrosos y con ambientes más tórridos llamaron mi atención, allí conocí a La Dalia Negra de James Ellroy, del cual consumí cuanto libro se me puso enfrente; Dashiell Hammett, con su Halcón Maltés; Raymond Chandler con su detective Philip Marlowe y Jim Thomson con 1280 almas y no hubo vuelta atrás.
Capote y su A Sangre Fría me voló la cabeza y reafirmó mi gusto con el género, a medida que maduraron mis gustos, mis lecturas me llevaron a escritores europeos como el sueco Henning Mankell, un verdadero maestro de la novela negra con su célebre saga del inspector de policía Kurt Wallander. También fui víctima de la serie Millennium del mal logrado escritor Stieg Larsson, de Jo Nesbø y su inspector Harry Hole y de Camilla Läckberg, quien nunca pudo engancharme del todo.
En últimas fechas me volví fanático de toda la serie de Charlie “Bird” Parker, detective creado por John Connolly, en donde la trama policíaca se mezcla con lo sobrenatural, la cual tiene como escenario el estado de Maine en Estados Unidos, lugar preferido también para sus relatos de otro escritor llamado Stephen King.
Mi última recaída en mi adicción fue la saga del Dr. Quirke, de Benjamín Black; que tiene un doppelganger llamado John Banville que a veces también “escribe”. El doctor Quirke no es el clásico detective que toma el caso de la rubia despampanante y se enfrenta a los gánsteres para salvarla. Quirke es una ruina, un médico patólogo forense que batalla para ir diariamente a su trabajo en la policía, un eterno inconforme, un alcohólico desahuciado, un ser incapaz de expresar sus emociones y también decirlo un poco metiche. La historia nos sitúa en el Dublín de los años 50, lugar común en el género noir, y toca temas como el asesinato, el incesto, crímenes pasionales, tráfico de niños y las interacciones de una sociedad dublinesa todavía dividida por las pugnas católicas-protestantes.
El autor trata continuamente de redimir a Quirke de su alcoholismo, pero sinceramente un Quirke alcohólico es más divertido y posee una lucidez que no tiene en la gris abstinencia. Se puede decir que es un alcohólico funcional.
Cualquiera de los autores mencionados es una apuesta segura en calidad, aunque cada lector se acomodará a sus gustos y estados de ánimo. Pero de manera sincera le aseguro que les dará muchos buenos momentos de esparcimiento, cabe señalar que por falta de espacio dejo fuera a muchos otros, pero como diría un maestro, un libro te lleva a otros libros.
La que también parece trama de novela negra es la noticia donde exfuncionarios de la anterior administración son acusados de malversar fondos del erario público. La Unidad de Inteligencia Financiera y Económica del Estado, a través de su titular, Raúl Hernández Chavarría, presentó ante la Fiscalía Especializada en Combate a la Corrupción tres denuncias contra ex servidores públicos por actos de corrupción y daño patrimoniales al Estado, que asciende a varios millones de pesos.
Le tocará al fiscal anticorrupción, Jesús Govea Orozco, ponerse la gabardina de detective y determinar la existencia o no de los delitos, los que podrían ser: peculado, uso ilícito de atribuciones y facultades y el ejercicio abusivo de funciones.
Buena caza le deseamos al fiscal.