diciembre 13, 2024
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Alicia Caballero Galindo

Río mágico

agosto 17, 2023 | 366 vistas

Alicia Caballero Galindo

Tendida sobre su cama, Gabriela recordaba los acontecimientos de
ese día; el saber de su incipiente embarazo, el golpe de conocer la realidad
sobre el padre de la criatura, sus estudios, apenas estaba cursando cuarto
semestre de LEA y sus padres hacían un esfuerzo para sostenerla en la
escuela; ¡no podía salirles con la novedad que dejaría los estudios! Tendría
qué buscar la manera de trabajar medio tiempo para salir con sus gastos
que serían muchos. ¡Cómo tomarían sus papás la noticia de su embarazo!
En fin, lo único que había aprendido de la mujer del bosque era que los
problemas hay que enfrentarlos y buscar una solución lógica, y eso haría
ella. Apagó la luz de su lámpara y se dispuso a dormir. A la mañana
siguiente todo se veía más claro, pero recordó que entre sueños una voz le
decía: “el arroyo es mágico, recuerda, tendrás qué volver a él.”
Lo primero que vio al llegar a la universidad fue la hosca cara del
papá de esa criatura que se formaba en sus entrañas; el tipo estaba un
poco nervioso y le repetía sin descanso que debía deshacerse del bebé
porque sería un problema. Le pasó un sobre con dinero y una dirección
donde le solucionarían el problema, pero ella, con energía, le comunicó que
afrontaría sola su situación, pero nunca permitiría segar la vida que se
formaba dentro de ella. Esa fue la última vez que lo vio, porque el tipo se fue
a los pocos días de la ciudad. El no tener qué sufrir su presencia después
de lo que le hizo era un alivio. Sería más fácil olvidarlo.
Los días pasaron y ella cada vez se sentía más segura de lo que
haría; hablaría con sus padres, ellos entenderían, no dejaría sus estudios,
tal vez llevaría menos materias, pero al final de cuentas sacaría adelante a
su criatura y su carrera. Cuando tuviera solucionado el problema del
empleo, se los diría. Esa tarde, más tranquila, decidió ir al bosque y al
arroyo, llegó hasta el lugar donde dejó correr el amarillento papel que le
diera la mujer, pero esta vez no la vio, sin embargo, en el tronco ya no
estaba el lápiz. Sonrió; con tanta gente que va los fines de semana, era
imposible que lo hubiera encontrado, habían pasado varios días. Se sentó
en una roca grande desde donde se veía un recodo del arroyo y se
escuchaba una pequeña cascada. Al pie de la caída de agua estaba un
hombre joven que miraba hacia donde ella estaba, al descubrir que lo veía
levantó la mano en señal de saludo, Gabriela dudó de contestarle, pero fue
tan natural y efusivo que inconscientemente le sonrió. El desconocido llegó

hasta donde ella estaba en un momento, con una sonrisa amable le tendió
la mano con familiaridad y le dijo:
—Por lo visto tenemos algo en común; este arroyo tiene algo especial
para mí, un día llegué hasta aquí, desesperado por la muerte de mi esposa
y me sentí solo en el mundo. Llegué a pensar hasta con terminar mi vida,
pero ¿sabes? Encontré flotando un papel amarillo que llevaba la corriente,
se tropezó en mis manos que jugueteaban con el agua en la orilla; no pude
evitar leerlo porque me pareció extraño que el agua lo empujara justamente
a mis manos, como diciéndome ¡léelo! Lo escribió una mujer desesperada,
que tal vez pensó lo mismo que yo y me di cuenta que no debemos huir,
sino enfrentar los retos del destino. Desde entonces he vuelto todos los
días; te observé cómo mirabas con agrado el arroyo y pensé que algo
teníamos en común. Este bosque tiene algo enigmático; ¿conoces la
leyenda de la mujer del bosque?
—No, nunca la he escuchado.
Respondió Gabriela.
—Ven, siéntate un momento en esta roca y te la cuento:
Hace muchos años el arroyo era un caudaloso río; un día lluvioso, la hija de
un comerciante poderoso de la ciudad, desesperada por no tener noticias
de su amado, se internó en este bosque donde se veía con él, desde
entonces, nunca volvieron a saber de ella. Cuando su amado regresó y
supo lo que pasó la buscó por días y días, se sentaba al pie de esta
cascada a esperarla lamentando que no hubiera sabido esperarlo y un día
se fue de la ciudad para no volver. Dicen que la novia enloqueció y
vagaba en el bosque, hay quienes asegura y se quedó atrapada en sus
recuerdos, tal vez la creciente del río la arrastró y la mató, nadie supo con
certeza cuál fue su fin, porque su cuerpo, nunca apareció. Dicen que su
alma vaga y se manifiesta algunas veces.
Gabriela y aquel hombre que, nunca se habían visto antes, se miraron
en forma extraña, como si se reconocieran de algún modo. El viento de
finales de verano, sacudía las hojas de los árboles, alborotando la cabellera
suelta de la joven, se escuchaba el murmullo de la ciudad, el fulgor del
atardecer daba un aspecto mágico al momento, él tendió su mano a
Gabriela y simplemente le dijo:
—Me llamo Diego; ¡Vamos, está oscureciendo! Al salir del parque
hay un lugar donde podemos tomar algo para refrescarnos. ¿me permites
que te invite? Aún no me has dicho tu nombre
Ella, con una sonrisa, le dijo:
—Gabriela.
Se levantaron y se dirigieron a la salida del parque. Al pasar por el
tronco donde Gabriela se encontró a la mujer del bosque, solamente
alcanzó a ver su sombra internarse y perderse entre los viejos árboles.

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