noviembre 21, 2024
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Alicia Caballero Galindo

Rutina

abril 21, 2023 | 269 vistas

Alicia Caballero Galindo

Me estremezco, el ingrato despertador, puntualmente suena a la misma hora, no es casualidad, está programado para eso. Me burlo de mis pensamientos, puesto que yo lo programo para que se active a la misma hora todos los días, para dar inicio a mis actividades cotidianas. A veces, la rutina me harta, todos los días de la semana son iguales; hacer un poco de ejercicio para estar en forma, preparar una taza de café y degustarlo mientras veo las noticias más importantes del día. ¿El periódico? Hace tiempo que perdió vigencia, sus noticias son del día anterior, cada vez es menor el número de personas que lo leen. ¡En fin! A veces quisiera que al encender el televisor escuchara noticias interesantes, ¡siempre es lo mismo! Violencia, corrupción, desastres naturales, y tragedias. Problemas políticos en todo el mundo, migraciones de gente en busca de mejores horizontes, que, a veces, dejan la vida en el intento. La realidad, ¡nos aplasta! Y no hacemos nada por cambiarla, cada ser humano es un universo independiente preocupado por su propio bienestar, perdiendo de vista que somos gregarios y las malas acciones tarde o temprano, nos impactan a todos.

Salir a la calle en automóvil es internarse en una jungla de pavimento que, si no estamos listos, nos devora, es necesario aprender a moverse y salir ileso cada día. La lucha por los espacios para estacionarse, buscando donde se exponga menos el vehículo a los portazos y rayones, conductores con prisa que no respetan las normas de tránsito. La última modalidad es que cuando ven la luz amarilla, en vez de frenar, aceleran más y con frecuencia cusan accidentes, ¡eso es terrible! Se ha perdido el respeto a la vida propia y de los demás.

Llego a mi trabajo, en una empresa de bienes raíces, y empieza el golpeteo: que si llegaste tarde,  tus contrataciones y tus ventas han bajado o no son las mejores, la competencia es dura, y hasta te mudan de oficina, ¡en fin! “Así está el abarrote” y debemos seguir, hoy en día, no es sencillo encontrar empleo.

¡Es un asco la rutina! A veces quiero que pase algo distinto que me saque de este quehacer sin cambios ni emociones.

Los sábados y domingos, paradójicamente, a veces me desespero porque no tengo nada qué hacer, ¡nada! Y extraño esa rutina que me fastidia, me hace recordar a los caballos o mulas de los viejos molinos de caña de azúcar; les llaman trapiches, atan a una bestia a un largo poste que, en el otro extremo, mueve los engranes del molino, el caballo o mula camina en círculos indefinidamente, para hacer girar los engranes que muelen la caña. Cuando los sueltan, siguen caminando en círculos, solo que los lleven a otro lugar a comer y beber agua, cambian el ritmo. En la actualidad, estas máquinas son eléctricas, aunque persisten algunos molinos en el campo que aún usan bestias de carga para extraer el jugo de las cañas de azúcar.

A veces yo me siento como esas bestias que, aunque les quiten el arnés, siguen caminando en círculos indefinidamente.

Inmersa en mis oscuros pensamientos, mientras conduzco mi automóvil hacia el trabajo, omito una señal de alto, nueva para mí. Siento un golpe en mi puerta y después… ¡nada!

No sé si fueron minutos, segundos u horas las que transcurrieron, empiezo a sentir unos fuertes tirones que me alejan del vehículo, aún no tengo conciencia del todo. Empiezo a sentir un fuerte dolor de cabeza, ¡me duele todo el cuerpo! Con horror, compruebo que un intenso dolor en una pierna me impide moverme, pero alguien me aleja del lugar del accidente, los vehículos pasan a gran velocidad muy cerca, corro peligro, lo siento. Con habilidad, alguien me aleja del lugar del accidente. En ese momento, veo con horror que otro vehículo se estampa en el mío, y agradezco el ser rescatado. Aún estoy aturdido.

En pocos minutos, mientras miles de bocinas de automóviles suenan sin descanso por el percance, soy arrastrado a una banqueta fuera del área de rodamiento.

Con un poco más de conciencia, veo que mi salvador es un hombre joven de brazos muy fuertes, que carece de piernas. Vuelvo a perder el sentido por unos instantes y cuando me recupero, veo paramédicos reanimándome y la luz de la torreta que lleva la ambulancia. El hombre sin piernas me mira con una sonrisa antes de que me suban a la camilla, cuando recupero la conciencia, me dice:

—Me da gusto verlo a salvo, discúlpeme, debo llegar a mi trabajo, ya se me hizo tarde, solo esperaba verlo recuperar la conciencia, ya está en buenas manos. Soy el cajero de un restaurante a una cuadra de aquí, espero verlo algún día degustando algo de nuestro menú.

Con gran habilidad, sube a su silla de ruedas y se marcha sin más.

No tuve tiempo de agradecerle el haber salvado mi vida, de no haber estado tan oportuno para retirarme, hubiera muerto sin remedio. Él tampoco esperó mi gratitud, solo lo hizo ¡y ya!

Todos nos quedamos sin habla, en especial, yo, avergonzado, recordé mis pensamientos negativos e ingratos con la vida, teniendo tanto. ¡Con qué cara me quejo de la rutina! Vivir es un regalo, debo valorar cada instante de mi vida y disfrutarlo.

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