En política, una de las herramientas más poderosas y la menos valorada es la capacidad de saber escuchar a la gente. Por lo general, los discursos son los que dominan el escenario en cada evento y los políticos se preocupan por dar sus mensajes, pero se olvidan de que la comunicación efectiva no sólo es un monólogo, sino que también debe ser un diálogo.
La clave para lograr una verdadera conexión con los ciudadanos no solo reside en lo que se dice, sino también en lo que se escucha. Aquí es donde la escucha activa entra en juego.
La escucha activa es comprender, empatizar y responder a lo que el pueblo expresa con sus opiniones, sea cual sea el canal de comunicación que usan, los ciudadanos buscan ser escuchados, no sermoneados.
Cualquier político que se toma el tiempo para entender los problemas de su comunidad a través de la escucha activa demuestra respeto y, a su vez, genera confianza y lealtad. En este sentido, escuchar no es sólo una cortesía, es una estrategia política fundamental; sin escucha no puede haber mensaje efectivo.
Los ciudadanos rara vez se sienten representados por aquellos que sólo repiten eslóganes y consignas, en cambio, se conectan emocionalmente con quienes les prestan atención, quienes demuestran estar verdaderamente interesados en sus preocupaciones y aspiraciones. Un político que escucha activamente es capaz de tomar decisiones más informadas y más apegadas a la realidad.
Además, aprender a escuchar a la gente reduce la distancia entre políticos y ciudadanos, pues cuando las personas se sienten escuchadas se genera un buen diálogo en el que los problemas pueden abordarse de manera conjunta.
En política, donde el tiempo es poco y la atención se dispersa fácilmente con la dinámica diaria, la tentación de hacer discursos sin antes haber escuchado es mucha. Sin embargo, aquellos que sobresalen son los que saben estar en silencio en el momento adecuado para escuchar a la gente, porque aquí nace la diferencia entre un político que comunica y uno que logra cambios profundos por su habilidad para escuchar activamente.
Definitivamente la política no puede reducirse a una competencia por quién habla más fuerte, quién lee mejor o quién trae mejor retórica en sus discursos.
Se debe entender que escuchar es un acto de liderazgo, porque al prestar atención los políticos se acercan a la gente, comprenden sus problemas de primera mano y, lo que es más importante, muestran que les importan.
Escuchar en política no debe verse como un signo de debilidad, sino como una fuente de fortaleza.
¡Nos leemos la próxima!