Agencia Reforma
“Con tiento, santos varones, que el Cristo está apolillado”. He ahí un viejo dicho mexicano que aconseja prudencia, mesura, precaución. En igual forma, salvada toda diferencia, mis cuatro lectores deben tener cuidado al llegar al chascarrillo final de esta columna, pues pertenece a la especie que, dicen los franceses, cada uno debe leer a ses risques et périls, o sea por su cuenta y riesgo, ya que presenta aspectos delicados en estos tiempos de corrección política a veces tan impolítica y tan incorrecta… Hecho ese conveniente aviso paso a narrar otros relatos que sirvan de prenuncio a la lectura del final. El gendarme que cuidaba el parque Lite detuvo a una pareja y la llevó a la comisaría. El oficial de guardia le preguntó por qué había detenido al hombre y la mujer. Respondió el jenízaro: “Los sorprendí practicando el sexo en forma de juicio por jurados”. “¿Cómo es eso?” -se desconcertó el oficial. Explicó el policía: “Lo estaban haciendo en forma oral y pública”… En el Bar Ahúnda un pequeño señor alcanzó a oír lo que un sujeto decía en la barra. Tal declaración era contraria a sus principios, y fue a corregirlo. El hombre se puso en pie. Medía 2 metros de estatura y debe haber pesado 10 arrobas, cada una equivalente a 11 kilos y medio. El individuo retó al señorcito: “¿Tiene usted ganas de pelea?”. Replicó el petiso: “Si las tuviera ya me habría ido a mi casa con mi esposa”… Un paleógrafo es un experto en escritura antigua, capaz de descifrar los más vetustos documentos. Pues bien: los paleógrafos del Vaticano están consternados. Validos de las técnicas modernas acaban de descubrir un grave error en la transcripción de cierto escrito de los primeros tiempos del cristianismo. La versión hasta ahora prevaleciente dice: “En cuestión de mujeres buscad la castidad”. Lo que el tal texto en verdad aconsejaba era esto: “En cuestión de mujeres buscad la cantidad”… Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, contaba en la cena de parejas una película que había visto, cuyo tema era un episodio de la Segunda Guerra, “Entonces -relató- el submarino disparó un tor… Perdonen que no complete la palabra. Odio las vulgaridades”… Don Gerontino, viudo octogenario, tenía ocho hijos varones. Un buen día les salió con la peregrina novedad de que iba a contraer nuevo matrimonio. “¿Con quién?” -le preguntó el mayor, tan asombrado como sus demás hermanos. Declaró el provecto galán: “Con la Pompona”. La Pompona era una mujer que andaría por los 40, de cabellera bruna, ojos zarcos, sensuales labios y cuerpo estilo Rubens, o sea abundante en carnes, sobre todo en la región que al sentarse le servía de mullido asiento. Días después del desposorio un amigo de don Gerontino le preguntó a uno de los ocho hijos cómo les había ido en el casamiento de su padre. “Le diré -contestó el hijo-. Fuimos necesarios cuatro de nosotros para subirlo a la cama la noche de bodas, y los ocho para sacarlo de ella al día siguiente”… Viene a continuación el cuento que se anunció al principio, el cual debe leerse con cuidado y criterio amplio. Un hombre joven estaba cenando en restaurante con su novia. Observó, molesto, que un individuo la miraba con insistencia desde la mesa vecina. Fue a reclamarle. “¿Por qué está mirando así a mi prometida?” -le preguntó con enojo. Respondió el interrogado: “Porque me pareció conocida. Después de un rato recordé quién es. Y quiero que sepa que a su novia yo la hice mujer”. Dijo el otro: “No me importa que en la vida de ella haya habido otro hombre, o varios. La amo, y mañana mismo voy a hacerla mi esposa”. “Me entendió usted mal, amigo -aclaró el tipo-. En efecto, hice mujer a su novia. Soy cirujano plástico”… FIN.
MANGANITAS
Por AFA.
“Volvió Samuel García a su cargo de Gobernador.”
Regresó pronto a su puesto
luego de hacer mal papel.
Y se explica: fuera de él
quedaría muy expuesto.