En México, como en muchos países, se considera que el pilar de la familia es el padre: es la visión patriarcal, por la simple razón de que asumió por muchos años, la responsabilidad de trabajar para los ingresos familiares. Claro, eso empezó a cambiar, cuando la mujer empezó a ser parte de la dinámica económica. El cambio ha sido gradual, bien que recuerdo cuando una mujer, activista política me dijo: las mujeres también podemos pagar la cuenta en el restaurante. Efectivamente, eso es lo que se está viviendo… aunque hay un núcleo importante que, pese a eso, prefieren que el hombre cargue con la responsabilidad.
Viene a cuento lo anterior: el próximo lunes cumple años mi querida y amada madre: ya está en la mitad del piso ocho. Y como bien dice el poeta, los cumpleaños son para revisar, evaluar, valorar, lo que se ha hecho. Y en este caso, no lo hace mi mamá, pero yo lo hago y la apunto como un ejemplo de las madres luchadoras que se convirtieron, en su momento, en un refuerzo significativo del pilar de la familia: mis hermanos y yo, eso no lo podemos olvidar, tenemos su sangre, pero también el sudor de su esfuerzo y trabajo para que saliéramos adelante.
MERECE LA MEDALLA
Hace varios años la familia Báez, allá en Padilla, me entregaron una medalla al Mérito Ciudadano, como un reconocimiento a mi vida profesional, como académico y como periodista. En aquel momento, hice un recuento de mi formación, de cómo, gracias al apoyo de muchos, logré salir adelante. Sin embargo, hice notar el papel que mi mamá desempeñó en ese proceso: al término del evento, amigos y presentes me felicitaron y más de uno me dijo: oye, que bárbaro, felicidades, pero creo que la medalla la merece más ella que tú. Y claro que, les decía sí, soy afortunado por ser su hijo.
¿Qué fue lo que dije? Efectivamente, el pilar de nuestra familia fue mi padre: solo que, dada su condición de campesino, su esfuerzo laboral no era suficiente para que todos tuviéramos condiciones óptimas para vivir: el continúa en el ejido y mamá se viene a vivir con nosotros. Nosotros, los tres hermanos mayores, nos las ingeniamos para desarrollar trabajo infantil, como vender chicles y bolear; y ella, sí, ella es que sufría para darnos de comer, así que en más de una ocasión tuvo que lavar roja ajena. Papá cultivaba la tierra, vendía gallinas y cochinitos, pero no alcanzaba para todo, puesto también había que pagar la renta de la casa.
FAMILIA NUMEROSA
Hoy las familias son pequeñas, son los papás y uno o dos hijos, e incluso vale señalar que hay una generación presente que no quieren tener hijos, prefieren una mascota, desde un perrito, un gatito u otro ejemplar de la fauna. En el caso de mi familia, como se dijo un tiempo, como no había televisor, pues la familia fue numerosa: fuimos nueve y, en mi caso, soy el mayor y en este momento mi mamá puede ufanarse que, además de nietos tiene bisnietos. El árbol genealógico ha crecido de manera natural y solo hemos tenido dos pérdidas: papá que tenía una afección cardiaca, en el dos mil se operó del corazón; y mi hermano, Erasmo, el segundo, que fue una víctima del covid-19.
A partir de que mamá y nosotros nos venimos a estudiar a Victoria, papá en periodos cortos se venía y se conseguía un trabajo, pero luego se regresaba. Entonces, hagan de cuenta, todos, mis hermanos y yo, crecimos bajo el cuidado y la atención de mamá: fue en toda la extensión de la palabra el pilar de la familia, puesto que, buena parte del tiempo se la pasó en el ejido, allá en Campoamor. Nuestras vidas, la mía y de mis hermanos, giró y estuvo bajo la guía y responsabilidad de mamá.
VIVENCIAS FAMILIARES.
Mamá va a cumplir años y tendremos para festejar la ocasión una fiesta familiar: tendrá la oportunidad de ver a sus hijos, que ya casados, tienen su propia familia; oportunidad de saludar a sus nietos y bisnietos, conversar y reír con ellos. Siempre es gratificante observarla sonreír, la expresión de su cara lo dice todo, cuando recibe visitas o cuando ella acude con uno de sus hijos. Quien la conoce, sabe perfectamente, que en esos momentos de felicidad se le nota en el rostro, en su expresión fácil y su felicidad, es nuestra felicidad.
¿Ha sufrido mamá? Claro que sí, las carencias de la vida, cuando se llora ante la impotencia de no poder hacer nada ante una situación crítica. Recuerdo cuando nació el más pequeño de mis hermanos: internada en el Hospital Civil, cuando paso a verla, me dice… habla con los médicos, dicen que mi hijo viene muerto, pero yo lo siento vivo, que se mueve. Y sí, nació fuerte, tiene su familia y ya le dio nietos. Sufrió, también, cuando otro de mis hermanos enfermó y fue el doctor Graco Méndez Durán lo atendió y paulatinamente constatamos cómo mi hermano recuperó su vida.
SENTENCIA DE AMOR
Ya está a la mitad del octavo piso. Son evidentes los estragos de la vida, más a ella por el tipo de vida que llevó. Gracias a Dios, de los achaques mayores por su edad, los ha burlado, pero hay otros que son inevitables. Pero, pese a su edad, no deja de sorprendernos. Hace días la visité y estaba entretenida confeccionando un mantel: no sé si por experiencia, por paciencia o habilidad, pero no tuvo problemas para enhebrar el hilo en la aguja.
Los años no han mermado su pensamiento y, en este momento, su movilidad. Y bien que tiene su memoria: un día sus hijas la invitaron a almorzar y se les ocurrió preguntarle a dónde quería ir: A don Elías, les dijo, ahí me lleva Meli. Y en uno de sus festejos cumpleañeros el joven del fara fara le pregunta: señora, ¿Qué canción quiere escuchar? Y su respuesta fue: Sentencia de amor.
Mamá: Feliz cumpleaños.