A la soledad, dale el tiempo y el espacio justo para encontrar la armonía interior, pero, ¡no te enamores de ella!, ¡te puede atrapar en sus garras!
A través del tiempo, la humanidad ha buscado el asociarse con sus congéneres para enfrentar las vicisitudes de la existencia. Hay un adagio antiquísimo que nos dice “La unión, hace la fuerza.” Manifiesta la conciencia del hombre al respecto. La célula que ha permitido el crecimiento y evolución de los grupos humanos, es sin duda la familia, este concepto tiene distintas concepciones de acuerdo a las diversas culturas y épocas. La palabra familia en las culturas antiguas tenía una extensión amplia, en torno a un matrimonio, los hijos varones se casaban y se integraban con sus esposas e hijos a la sombra del padre, porque todos se dedicaban a una misma actividad. Las mujeres, al casarse abandonaban el hogar paterno para integrarse al de su esposo, de tal forma que hablar de familia era considerar a un matrimonio maduro o viejo y toda su descendencia. Este concepto prevaleció por mucho tiempo. El papel de las mujeres, salvo en los matriarcados, era totalmente supeditado a la voluntad del varón, llegando al extremo de no considerar su personalidad y sus sentimientos como ser humano. A fines de la Edad Media, surgieron las primeras ciudades a las que llamaron Burgos; en ellas la división del trabajo era notable, los talleres con sus secretos pasaban de padres a hijos y la unidad familiar era básica para cuidar los intereses del grupo.
Hasta principios del siglo pasado el concepto “familia” era un núcleo constituido por el padre, la madre y los hijos, éstos al llegar a la madurez se separaban para formar sus propias familias, las madres se dedicaban a las labores del hogar y a la crianza de los hijos, los varones realizaban actividades lucrativas para proporcionar el sustento. Las familias compartían todos sus espacios libres, el concepto “soledad” era relativo; todos se desenvolvían en torno a los padres quienes tenían autoridad moral para determinar con quién habrían de contraer matrimonio los hijos e hijas para conveniencia del grupo familiar. Estos conceptos, con el tiempo fueron cambiando.
En la actualidad, la explosión demográfica generó una mayor competitividad por los empleos y se volvió necesaria la incorporación de las mujeres al aparato productivo para lograr un mayor ingreso que permita a los matrimonios ofrecer mejores expectativas a sus descendientes. Por otra parte, la apertura a la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, ha generado un sinnúmero de madres solteras que luchan individualmente por sus hijos. Esta situación modifica el concepto de familia. En esta situación prevaleciente, se presenta como una enfermedad endémica el síndrome de la soledad. Los jóvenes tienen poco contacto con los adultos, porque todos tienen actividades y horarios distintos, limitando el tiempo de convivencia, los hijos de las madres que trabajan, desde los cuarenta días van a las guarderías y se desvinculan en parte del lazo familiar, los niños desarrollan actividades deportivas y recreativas que no son compartidas por sus padres y éstos contraen compromisos sociales donde no pueden participar los hijos y poco a poco, la soledad, se convierte en consejera y fiel amiga de los individuos. En definitiva, el ser humano requiere de ella; es un estado necesario por el que todos debemos pasar para reflexionar, descansar, organizar las ideas, realizar actividades personales de estudio, lectura, etc. Pero no debe convertirse en fiel compañera.
La vida moderna por diversas circunstancias orilla a muchas personas a compartir con la soledad su vida, los jóvenes se van a estudiar fuera del hogar, buscan trabajo en una ciudad lejana, los matrimonios, tienen necesidad de separarse por razones laborales y nuevamente el fantasma de la soledad acecha a los seres humanos y es causante de suicidios, estados depresivos, de accidentes, y más. Las personas de edad avanzada, al no poder ser atendidos por sus familiares porque éstos trabajan fuera de la casa, se torna una necesidad que se recluyan en asilos o “casas de salud” como diplomáticamente se les llama, donde reciben un trato frecuentemente, desprovisto de amor, aliciente indispensable, para vivir, dejando lugar nuevamente a la soledad, y muchas veces, al olvido.
Es necesario hacer un análisis de vida y detectar a tiempo si la soledad, es una aliada o una enemiga. Los niños y jóvenes requieren de la atención amorosa de sus padres, las personas de la tercera edad, requieren de amor y la protección que les dé seguridad, las parejas, requieren comprenderse para funcionar como fuerza rectora de la familia. Es necesario poner cartas en ese asunto y promover la sana comunicación en las familias, realizando actividades comunes; viajar en grupo, hacer por lo menos una comida del día juntos donde se comenten las incidencias del día y detectar si un hijo o hija tiene problemas que requieran atención especial para intervenir oportunamente.
Que la soledad no se convierta en una fiel compañera que prive a las familias, de la sana convivencia, de dar y ofrecer amor y comprensión, que son alimentos necesarios para el crecimiento sano de la humanidad.