Alicia Caballero Galindo
Mis pasos resuenan en la calle solitaria como golpes de martillo, los tacones altos me estaban matando, pero no me los podía quitar, me lastimaría al caminar sin ellos. ¡El calor me abruma! Nubes oscuras, ocultaban de vez en cuando la luna. Cuando recordaba el rostro de Efrén, mi alma se constreñía de dolor, ¿por qué lo mataron? Solo tenía 26 años, una vida por delante y una boda a la que no asistió porque se la arrebataron y destruyeron la mía, causando dolor en dos familias. Cuánto daño puede hacerse a cuánta gente con un solo acto de barbarie urbana. Yo lo amaba y no llegamos ni siquiera a casarnos. Recuerdo su sonrisa cuando me dijo “no me tardo, voy al cajero a hacer un retiro y no volvió. Hoy iba a ser ese gran día, la iglesia se vestiría de flores y perfume, mi vestido y mi velo se quedaron envueltos en una sábana blanca no sé para qué, ya nada importa. Por eso hoy, precisamente hoy, no soporté estar encerrada, me dolía el alma. Después de tres días de angustia, de silencio, de incertidumbre dolorosa. No supimos nada, ¡nada de él! Hoy en la mañana, amaneció frente a mi casa, una cajita con un dedo anular, creo que ya no está vivo. Sentí que el alma se me partía, la rabia, la impotencia, el dolor, llenaron mi alma. ¿Por qué tanta saña? ¿Por qué hoy, precisamente ¡HOY! ¿Será alguien que lo conocía y lo odiaba? Él no le hacía daño a nadie; era amable y tenía muchos amigos.
Ya no siento los pies, creo que se me durmieron. Mis padres deben estar preocupados por mi ausencia; salí desde… no tengo en verdad noción del tiempo, sólo sé que las paredes de mi casa me ahogaban, incertidumbre, dolor, impotencia ¡coraje!, y el calor seco del ambiente. Las nubes se acumulan y se disuelven burlándose de quienes esperamos con ansia la lluvia. Las gotas de sudor escurren por mi espalda y mi rostro. ¡Qué sola está la calle! Ni los perros salen a ladrarme. Se escuchan sirenas de patrullas, de ambulancias, y de quién sabe qué más. El aire enrarecido por la amenaza de esa lluvia que no cae y sigo caminando sin rumbo, no sé a dónde voy, de vez en cuando aletean sobre mi cabeza aves nocturnas. ¿Dónde estás Efrén?, quiero encontrar por lo menos lo que dejaron de ti para tener la certeza que… los sollozos ahogan mi garganta y las lágrimas se confundían con el sudor que escurre por mi cara. ¿Te acordarías del primer beso que me diste, aquella tarde bajo la sombra del ébano que está a la vuelta de mi casa? ¿Y el día que me pediste que me casara contigo? Yo aún siento el calor de tus manos recorrer mi espalda cuando me abrazaste lleno de felicidad al aceptar tu propuesta y empezamos a hacer planes. Todo parecía sonreírnos y de pronto, de un tajo, todo cambió. La luna parece burlarse de mis penas, imperturbable, lejana. ¿Por qué te arrebataron de mi lado? ¿Cuál fue nuestro pecado? Mis piernas ya no me sostienen, tengo que descansar un poco me sentaré en esta banca de la plaza donde solíamos platicar por las tardes. No sé cómo llegué hasta aquí. Con la luz de los arbotantes, esos arbustos parecen figuras humanas agazapadas, esperando atacar de nuevo. Me estremezco, ¿estará alguien escondido? ¡No! Es el viento que mueve las hojas, poco a poco me empiezo a dar cuenta que estoy lejos de mi casa, la desesperación y la angustia lentamente ocupan su espacio en mi conciencia. Veo mi reloj que marca las tres de la mañana y la ciudad está sola a esas horas, como muerta, veo pasar camionetas a toda velocidad y me da miedo. ¡Yo estoy viva! Quiero volver a mi casa. Me pongo de nuevo los zapatos y aunque los pies me duelen, camino rápido en la dirección correcta para llegar. Ya tengo un poco más de conciencia y el miedo se apodera de mí. El instinto de conservación se impone, olvido el dolor de pies y apuro el paso. En cada esquina creo ver fantasmas que me acechan, cada sombra que veo, ¡temo que se lance sobre mí! La soledad y el silencio empiezan a asustarme y quiero llegar cuanto antes a mi casa. Apuro el paso, sólo faltan tres cuadras para llegar.
¿Qué es eso? En un baldío a media cuadra de mi casa, parece moverse un bulto cubierto con periódicos. Puede ser un perro callejero removiendo basura sin embargo ¡tengo miedo! Apuraré el paso para llegar cuanto antes ¿Y esos quejidos? Dios, ¡no puede ser! Parece una voz. El miedo me pide correr, pero mi conciencia, indica que vea el origen de esos quejidos. Llena de dudas me acerco con cautela y alcanzo a distinguir sangre en el periódico que se agita por el movimiento, Mi corazón se desboca, la mezcla de miedo, angustia y necesidad de ver a aquel bulto que se movía, me paraliza, no distingo bien las formas pero su voz confirma que era un hombre, armándome de valor, me atrevo a acercarme más y quito los periódicos, lo primero que distingo, bajo los reflejos de la luna que pareció asomarse entre las nubes, es una mano a la que le faltaba el dedo anular y se extendía en el vacío pidiendo ayuda.