noviembre 21, 2024
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Alicia Caballero Galindo

Suicidio

octubre 12, 2023 | 301 vistas

Las piernas me pesan como si fueran de plomo, cada peldaño de aquella maloliente y oscura escalera es un suplicio, pero será el último de mi vida, llevo oculta entre mis ropas la pistola que era de mi padre y he guardado como un recuerdo querido, instintivamente la acaricié como si fuera algo vivo. Irónicamente, dentro de poco tiempo, será la amiga que me quitará el peso de esta vida que ya no quiero. La soledad es terrible, mis únicos compañeros son mis recuerdos. Me muevo en medio de la gente como un fantasma, no me ven y yo los ignoro… no tiene sentido.

¡Por fin llego al cuarto! las piernas que empezaron a dolerme al subir los escalones, ahora las siento dormidas. Permanecer tanto tiempo sin hacer ejercicio, cansa y atrofia el cuerpo, pero ya no deben preocuparme esas cosas, en unos minutos, tomaré la pistola, me apuntaré a la cabeza, dispararé… y ¡listo! Se terminarán mis preocupaciones y mi soledad.

Llego al cuarto que da a la calle; abriré la ventana y me sentaré a contemplar esa plaza donde corrí tantas veces siendo niño. ¡Parece que fue hace mil años!, y sólo tengo… ya no quiero acordarme de eso, nada importa, en este momento, me siento aliviado y en paz con la decisión tomada. Sí, me dispararé en la cabeza, es lo mejor. ¡Ah! Pero lo haré sentado en la silla para no caerme… ¡y qué importa si me caigo! Ya estaré muerto.

Qué fresco es el viento de la primavera; huele a azahares la tarde es hermosa para morir… Pero… ¿Qué son esos gritos! Desde el segundo piso donde me encuentro, veo a ese sujeto queriendo llevarse a un niño y éste se resiste, no debe ser de su familia, porque lo está tironeando, ¡lo está golpeando! ¡Trata de subirlo a esa camioneta cerrada! No puedo quedarme aquí sin hacer nada, bajaré de inmediato. Mi pistola sigue en el cinto. Bajo como flecha y cruzo la plaza corriendo. Al llegar a la camioneta cerrada, abro de golpe las dos hojas de atrás y me quedo horrorizado; dos sujetos, tratan de someter al niño en una mesa improvisada rodeada de instrumental médico, ya le habían marcado su cuerpo, para quitarle un riñón. Al verme con el arma en la mano, seguramente creyeron que yo era policía. Se pusieron lívidos y huyeron a pie perdiéndose entre la multitud que se paseaba tranquilamente en la plaza, ajena a todo. La gente se movía como un mar anónimo indiferente al drama, a mi drama y al de ese niño que debe tener unos ocho años y al parecer está solo como yo. ¡Bueno! Ya no estoy solo, aquel niño se aferró a mi mano y yo a la de él. Ambos encontramos una razón para estar vivos y acompañarnos en la vida. No cabe duda que los caminos de Dios son extraños, maravillosos y llenos de mensajes secretos que debemos saber interpretar… Ahora camino ligero como una pluma, ya no me pesan las piernas, el sol proyecta en el pavimento nuestras sombras juntas…

ESPERA

Esperar, esperar, ¡ESPERAR! Qué desesperante se torna. Las manecillas del reloj parecen avanzar sobre una pasta espesa que hace lenta su marcha y yo ¡quiero que vuele! Mejor ya no lo veré, balanceo una pierna cruzada sobre la otra como queriendo apurar al tiempo y escucho desde lejos el murmullo de dos mujeres que platican sin cesar, también esperan, parece no preocuparles el tiempo. El consultorio médico, está lleno y faltan cuatro pacientes antes que yo. Es absurda la espera, pero necesaria, deseo solucionar el problema que me agobia y sólo viendo al médico podré ponerle un remedio. Siento que esperar es perder el tiempo.  Al menos, es lo que creo… quisiera levantarme y estirar las piernas un poco para que no se me entuman, pero si me levanto, pierdo este cómodo sillón que comparto con una mujer mayor y… mejor me quedo. Me ahogan los espacios cerrados. Todos los que esperan parecen estar inmersos en mundos propios, en silencio, hojeando una de las viejas revistas del consultorio o con un celular entre las manos mandando mensajes. Me molestaba el sordo murmullo de las mujeres que platicaban sin parar. Mi inquietud era evidente y noté que la mujer mayor a mi lado, me veía con curiosidad; sus ojillos vivarachos, estaban un poco ocultos entre la aureola de arrugas que los rodeaban, pero se veían brillantes, llenos de vida y energía. Se dice que los ojos, son los espejos del alma, y ¡es cierto!

Con una sonrisa amable puso su rugosa mano sobre la mía y empezó a hablar; su voz se escuchaba clara y segura, no parecía la de una mujer con muchas primaveras acumuladas.

—La vida es para gozarse y no para sufrirse ¡Es tan corta! Cuando apenas tenemos conciencia, parece que el tiempo no avanza y quisiéramos volar hacia el futuro, cuando nos damos cuenta de las cosas, se empieza a valorar en su justa dimensión y los años, enseñan a beberse cada segundo de nuestra existencia, como si fuera el último.   Se disfruta el hecho de tener vida y conciencia. Cierra los ojos un momento y ábrelos pensando que tienes cinco sentidos abiertos a la vida para conocerla, algunos carecen de este privilegio ¡siente la vida! No la sufras.

Cerré mis ojos, impulsado por la fuerza de sus palabras y al abrirlos, vi por una ventana que da a la calle, donde fluía la vida, la ciudad, sentí mi ritmo respiratorio acompasado y fluido, mi cuerpo era una ciudad interior llena de vida, me vi y me alegré de estar vivo. Aquella señora, al verme abrir los ojos, se sintió satisfecha. Por fin pasé con el médico y mientras consultaba se escucharon voces de alarma en la espera, me quedé sentado y el médico salió, después de un rato que no supe cuán largo fue, entró el médico diciendo;

—Fue una muerte anunciada; doña Natalia, la señora que estaba sentada a su lado, sabía que eso podía pasar en cualquier momento. Lo atenderé más tarde…

Desde ese día, me bebo cada minuto de vida como si fuera el último, disfruto lo que me rodea y…vivo.

 

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