Libertad García Cabriales.
El poderoso siempre creerá que tiene la razón y el que se opone a él es un traidor: Carlos Fuentes
Crecí en un ambiente donde la política era tema común en acciones y conversaciones. Recuerdo especialmente las sobremesas, donde mis padres nos hablaban desde niñas acerca de la vida pública en nuestra ciudad, estado y país. Y luego estaban los libros que nos rodeaban, desde Aristóteles, Platón y demás clásicos, hasta Reyes Heroles y por supuesto Benito Juárez, lecturas comentadas de forma amena en familia. Después vino la época de campañas, recorriendo colonias y ejidos, donde pude ver de cerca el verdadero sentido de la política. Nunca olvidaré el rostro de mi padre escuchando pacientemente las peticiones de la gente, su amplia y característica sonrisa para ellos, el abrazo; la pasión demostrada en un oficio muy suyo.
En ese contexto, varias veces le escuché decir la palabra jetatura para referirse a una especie de maldición que podría caer en Tamaulipas o en mi Mante si se equivocaban al favorecer cierto candidato a la Presidencia de la República o Gobernador. Y entonces daba ejemplos y citaba nombres de gobernantes que por haber errado habían caído de la gracia del supremo y por ende, el estado entero. ¿Qué es jetatura papá? recuerdo haberle preguntado y él me respondió con dos acepciones: tener “jetatura” es tener por encima algo, una expresión que en el argot político se usaba además para hablar del infortunio acarreado por una equivocación con el candidato, elegido entonces por el dedo mayor, aunque también participaban en el rejuego otros personajes y grupos de poder.
Y la malhadada circunstancia, se enlazaba en ese entonces con el calendario político, pues si caía el “chahuistle”, eran varios años de vacas famélicas para quienes hubieran osado apostar al perdedor. Pero más allá de calendarios y anécdotas, hay condición humana en historias que parecen dar sustento a la desdichada jetatura, a esa especie de karma político. Tal vez el ejemplo más emblemático de ese infortunio sea el del joven gobernador Hugo Pedro González, quien en 1947 pagó con su cabeza la vieja enemistad de Emilio Portes Gil (quizá el político más experimentado y poderoso que haya gobernado Tamaulipas) y Miguel Alemán Valdés, entonces el mandamás de la República.
Pero como a todo mundo se le muere un tío (para decirlo con un dicho recién aprendido) o “al mejor cazador se le escapa una liebre”, y la política no es una ciencia exacta; la citada “jetatura” no sólo trajo vacas flacas en Tamaulipas, sino la brutal desaparición de poderes, la caída estrepitosa del gobernador constitucional, el fin del férreo portesgilismo y la llegada de un gobernador tan malo, el militar Raúl Gárate, quien hasta cuenta en su historial el haber demolido el teatro más bello que hemos tenido en el territorio estatal. Y los ejemplos no acaban ahí. Se han repetido con su carga de adversidades, no sólo para los mandatarios, sino para todos los tamaulipecos, pagando justos por pecadores. Aunque no siempre ha sucedido, pues también hemos tenido gobernantes enlazados firmemente con los presidentes de la nación. Pero eso es otra historia para contar.
Muchas cosas han cambiado desde entonces, incluso es otro ya el partido en el poder estatal y federal; pero la referida jetatura sigue rondando en la cabeza de muchos políticos, pues todavía hay quien cree un gran pecado apostar por otro pre-candidato y se castiga a quienes levantan la mano para apoyar a quienes finalmente son descartados. Y eso lo hemos visto también en las precandidaturas a gobernadores y alcaldes. Pobre de aquel que abrió la boca para apoyar a otro que no sea el ganador, pues podrá tener tres, seis y hasta más años de peste negra. Uff. En ese tenor, recuerdo bien las palabras de un reconocido empresario, quien dijo haber pagado con la ruina no apoyar a un temible y veleidoso gobernante estatal.
En su texto Política y elecciones en Tamaulipas: la relación entre lo local y lo nacional, Arturo Alvarado y Nelson Minello analizan el funcionamiento de las estructuras que nos explican en parte los complejos procesos de sucesión estatal. El bien documentado libro de Carlos F Salinas, sigue siendo también un necesario referente para entender las batallas libradas por alcanzar La esquina del poder en nuestro estado. Pero la lucha por la “Silla del Águila” es más descarnada, recuerdo la sabrosa novela de Carlos Fuentes. La madre de todas las batallas, dicen algunos y eso estamos viviendo ahora en una sucesión marcada por el estilo personal y el potente liderazgo del presidente López Obrador, quien precisamente bautizó a los suspirantes con el peculiar mote de “corcholatas”.
Hace unos días se dieron a conocer los nombres de los posibles candidatos a la presidencia de la República del partido dominante. Las primeras “corcholatas” han sido destapadas y entre los cuatro posibles, parecen perfilarse dos con más fuerza. Pero repito, la política no es una ciencia exacta y nadie tiene nunca nada seguro. La historia en eso es la mejor maestra. En fin. Apueste usted por su favorita o favorito. Y ojalá sea para bien de todos.