Melitón Guevara Castillo
Hace días leí en un portal como en una zona capitalina los vecinos se organizaron para combatir a la denuncia. Describen la situación que viven, de robos cotidianos, de cómo los ladrones se meten a las casas y les roban las cosas; dan cuenta que, una y otra vez, llaman a la guardia estatal y nada, no atienden sus demandas y que ante el incremento de los robos la única opción que visualizaron es organizarse, crearon un grupo de WattApp y todos están al pendiente de un aviso o de un llamado de auxilio.
El esquema no es nuevo, se ha aplicado en otras ciudades, como una acción de protección vecinal. Afirman que están dispuestos a hacerle el montón a quien sorprendan infraganti. El dato es sorprendente, un signo de desesperación, y que, a la postre, puede derivar en acciones cuyos resultados son lamentables, como ya ha sucedido en otras ciudades: delincuentes golpeados, incluso hasta quemados o torturados.
PAZ Y TRANQUILIDAD
La expresión de tengo miedo es válida por muchas razones. Llegué a vivir a Victoria a mitad del siglo pasado. Eran, efectivamente, otros tiempos: la ciudad era más chica, había menos población, todos nos conocíamos. Dejábamos las puertas abiertas; sacábamos las sillas a la calle y nos poníamos a platicar, a los carros les dejaban las ventanillas abiertas, sin necesidad de ponerle alarma o bastón antirrobos. Era una ciudad tranquila, podíamos andar en la calle, a altas horas de la noche, sin miedo.
Todo ha cambiado en Victoria. Hoy las puertas están cerradas, hay portones y zaguanes eléctricos, las bardas tienen alambras o púas. La explosión demográfica, la migración, ha desbordado el crecimiento urbano, ya no sabemos ni cuantas colonias hay, y ya no caminamos con tranquilidad por nuestras calles. Las redes sociales dan cuenta de accidentes, de robos, de pleitos y lesionados, así como de ejecutados. Ya no hay, digamos, la paz social de antes. Los hechos delictivos están a la orden del día.
ROBOS DOMICILIARIOS
Hará un par de meses en mi barrio la comidilla del día eran la frecuencia de robos a domicilio. Como bien se dice, la gente platicaba y comentaba. Incluso, un vecino, se quejó de que le habían robado su cámara de seguridad y que habían acudido policías. Querían más denuncias, hasta que un día aprehendieron a un joven: se escondía, o vivía, en una casa abandonada. Don Pancho, el de la tiendita, platicó que al momento de su detención gritaba y lloraba, que exclamaba “apá, apá, defiéndeme”.
Los robos domiciliarios tienen varias facetas. Recuerdo uno, de hace varios años, a dos cuadras de mi casa. Vivía un matrimonio joven, ambos trabajan, salían por la mañana y regresaban por la tarde. Un día se llevaron la sorpresa de su vida: llegaron y estaba abierta la puerta y la casa vacía, no había muebles. Después se supo que, ese día, llegaron en un camión y subieron los muebles. Los vecinos, pensaron: se están cambiando de casa… no, los estaban robando. Los delincuentes sabían del matrimonio, que no estaban durante la mañana. Por cierto, hará cosa de varios meses, robaron frente a mi casa: son oficinas de una aseguradora, rompieron una ventana y se llevaron computadoras y otros aparatos eléctricos.
PROTECCION Y SEGURIDAD
Estado en lo general, el gobierno, tiene la obligación de brindar seguridad pública e integridad física. Para eso existe la Fiscalía General, las distintas corporaciones policiacas, como la Guardia Estatal: no hay policía municipal, así de sencillo y simple. En pocas palabras, el Presidente Municipal ni se da por enterado de los problemas de seguridad, como los de protección ciudadana. Corresponde, esa tarea por ley, al Estado.
La acción desesperada, de los habitantes de “Las Flores” es un indicativo de cómo se siente la población, no solo de ese lugar, en relación con la delincuencia, los robos domiciliarios, y la impotencia ante la poca atención que brindan las autoridades. No puede ser un alivio, que esta situación no es privativa de nuestra ciudad: sucede a lo largo y ancho de la entidad, igual en buena parte del país.
Todos deseamos tener una vida tranquila. Sentir la seguridad de una paz social. La delincuencia, una y otra vez, nos repiten es consecuencia de la pobreza, por la falta de empleo, y ahí es donde, quiérase o no, se tiene que caer en cuenta que la culpa es de quienes nos han gobernado: han sido capaces de crear riqueza, pero no de redistribuirla correctamente… por eso cada vez hay más ricos y miles, miles, de pobres.