abril 2, 2025
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Alfredo Arcos

Tercia Gomá

febrero 14, 2025 | 147 vistas

A diferencia de lo opinado por sus compañeros, Savater y García Gual, Javier Gomá rebaja a Epicuro de filósofo a terapeuta. Le echa en cara que ante ciertos temas renuncie a pensar; por ejemplo, ha hecho fortuna la reflexión de Epicuro respecto de la muerte negándole existencia, argumentando que no existe porque mientras vivimos no puede alcanzarnos y una vez muertos ya estamos libre de cualquier temor al respecto.  Elegante manera de escurrir el bulto.

Si se le apura, Gomá aporta una definición de la felicidad (que es el asunto que nos ha ocupado en las pasadas entregas): “Feliz es quien no tiene deudas con la vida”. Esa reflexión la podemos interpretar en adiestrarnos en el arte de no saltarnos las etapas. El infante sería feliz siendo niño, el adolescente en tanto que adolescente… y así. Pero también, y esto podría dar lugar a acaloradas discusiones, en aceptar las condiciones impuestas por la naturaleza: el hombre sería feliz en tanto que se complace en ser hombre y la mujer en tanto que mujer. Puesto de ese modo, Gomá se alinea más con Aristóteles que con Epicuro. Aristóteles pregonaba “el placer en el ejercicio de las potencias”. Dicho de otro modo, hay que desarrollar aquellas facultades que le son propias a cada uno, en cada momento de su vida. Visto de este modo, la realización consistiría en ejercer aquello que es inherente a cada edad y condición.

Bajo esa lógica no hay una sola idea de felicidad que englobe todos nuestros periodos existenciales, sino que cada etapa reclama la suya. Los griegos, nos ilustra Javier Gomá, hablaban de Kairós, que significa “hora buena”. La felicidad, sería entonces, la búsqueda de la “hora buena” más adecuada a cada periodo vital. En ese sentido: “las personas que tienen deudas con la vida viven con la sensación de haber atravesado cada una de esas etapas sin obtener el beneficio que cada una de ellas le prometía”.

Por otra parte, si bien no hay que saltarnos las etapas (disfrutando el néctar de cada una) tampoco conviene reducir la felicidad a las cualidades que son propias de sólo una de aquellas. Y aquí nos alerta sobre un peligro, resulta muy problemática esa tendencia actual de asimilar la felicidad con aquello que caracteriza exclusivamente a la juventud: sexo, belleza, salud… Si caemos en esa trampa, cuando la juventud termine nos sentiremos prematuramente acabados.

Si bien consiente en los beneficios de una vida moderada en los placeres, contrariando a Epicuro, Gomá nos llama a también reservar momentos para la ebriedad, el éxtasis, el loco desvarío: “Una vida que se cercenase todas estas posibilidades de especial intensidad humana no puede considerarse bien administrada”, concluye.

El siempre atendible Javier Gomá Lanzón resume su tesis de este modo: “Combinemos el placer de la autolimitación (que tiene la virtud de impedir que nuestros deseos nos destruyan) con el entusiasmo de ir gozando de las etapas de la vida… para, al final del viaje, si es posible, morir como un patriarca colmado de años y vivencias”.

 

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