Era como un gallo que creía que el sol había salido para oírle cantar: George Eliot
Son las siete de la mañana. Suena el reloj en una amplia residencia de bardas muy altas. El señor de la casa despierta y dando grandes zancadas hacia su gimnasio particular, dedica una hora y media exacta al ejercicio. Antes de entrar a la ducha se asoma al enorme espejo para ver su perfil. Se detiene a mirar con detenimiento y piensa que no está nada mal para su edad. Se mete al agua con una sonrisa complaciente pensando en los pendientes de la semana. Vuelve al espejo para afeitarse y vestirse con el nuevo traje para la ceremonia de hoy. Nada mal, se repite; mientras le da un beso desganado a su esposa para despedirse.
Llega a la ceremonia con puntualidad inglesa y mientras saluda a sus pares, vuelve a sonreír, (esta vez para sus adentros), al darse cuenta que ningún traje se compara con el suyo: un Hugo Boss de corte impecable que ni el jefe. Va de ahí a un desayuno y se siente dueño del mundo cuando los meseros se esmeran por atenderlo. No en vano es uno de los clientes más distinguidos, por eso cada vez me invitan más, se dice. Del restaurante sale presuroso a la oficina, mientras su asistente le va platicando de lo publicado en medios. Me mencionan en alguno, le pregunta. La respuesta es afirmativa: en varios portales jefe, usted sobresale en todos. Vuelve a sonreír. ¿Y cómo no? Bastante generoso se ha portado con ellos.
Llega a la oficina y una de las secretarias dice al verlo pasar. Qué bien se ve usted, patrón. No hay otro más elegante, ni inteligente, añade otra joven. Se ruboriza. Es tan bonito saberse admirado. No, si el espejo no miente piensa otra vez. Las vitaminas y suplementos deben estar haciendo buen efecto, pero más bien es la percha. Y pensar que en la prepa me despreciaban por feo, recuerda con una mueca. Después de la piropeada, entra a una junta casi levitando y ya introducidos en el tema les hace ver a sus subalternos quién conoce a profundidad los asuntos. Sólo él. Qué no lo olviden. Y hace sentir el mando con sus temidos malos modos, pero aprovechando el conocimiento de los otros para lucirse después con el mero mero.
No es el único. Puede ser un político, un funcionario, pero también un profesionista, un empresario, un intelectual, una estrella del espectáculo o cualquier persona con complejo de Juan Camaney. En todos lados hay gente así. Y aun cuando son más los hombres, las mujeres también caen bastante en el estanque de Narciso, ya sea por obra y gracia de la apariencia, el dinero, una buena posición o puro ego. A tales personas Les llaman narcisistas y están al alza según recién leí en un artículo muy interesante. Y aunque el término viene de muy atrás; los griegos ya hablaban del narcisismo como amor a sí mismo; en nuestros tiempos, marcados por el consumismo y la adicción digital, el trastorno ha aumentado considerablemente al ver multiplicados en imágenes a tantos que parecen sentirse paridos por los dioses.
Así pues, el narcisismo ha subido como la espuma, pues con tanto filtro en las fotos, todos pueden ser cual estrellas de cine, creyéndose lo que ven en el espejo de sus rede, pura belleza. Cada quien. Por otro lado, los especialistas han analizado las características del narcisista y dicen tiene un sentido desmesurado de su propia importancia, pero no sólo se ama sí mismo, también tiene una necesidad profunda de atención excesiva y admiración. Encima entabla casi siempre relaciones conflictivas, es envidioso y carece de empatía por los demás. ¿Conoce a alguno?
Pero atrás del trastorno narcisista, dicen los estudiosos, hay inseguridad, complejos, autoestima frágil y vulnerabilidad ante la crítica. Luego entonces el narcisista esconde traumas, heridas no superadas. Al respecto, la psicoanalista Marie Hirigoyen ha escrito un libro titulado Los Narcisos, donde pone el dedo en la llaga con nombres de líderes mundiales y una sociedad individualista, competitiva, pero en extremo insegura. Y no se trata del necesario amor propio, es algo más. Un trastorno de la mente que casi siempre forja personajes carentes de escrúpulos, agresivos, dispuestos a todo por ser mirados y admirados. Y lo peor, va para largo, porque los niños centrados en las redes sociales van volando para ser narcisos, dice la reconocida doctora. Y añade: el narcicismo más allá de ser una patología, se ha convertido en un fenómeno social generalizado hasta el punto de poder hablar de epidemia. Uf. Cuidado. Nadie está exento.
En suma, el tema da para mucho. Ejemplos sobran. El mito de Narciso se anda quedando corto. Ahí se los dejo de tarea.