septiembre 16, 2024
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María José Zorrilla

Tratamientos extremos

agosto 25, 2024 | 87 vistas

María José Zorrilla

 

He conocido casos de personas que en condiciones de salud precaria y con terribles dolencias o pocas expectativas de mejorar, después de haber recorrido el campo de la medicina tradicional recurren a métodos extremos. Hace un par de años supe de una canadiense que vino a Puerto Vallarta a tratarse de la enfermedad de Lyme, esa bacteria que inocula la garrapata de algunos venados y causa estragos en el humano, como cansancio grave, cuello rígido, entumecimiento de brazos y piernas o parálisis facial. En casos graves los síntomas pueden persistir por meses y años. Como tratamiento experimental buscó quién manejara la apicultura y recurrió a ella. La canadiense había leído el caso de Ellie, una americana que accidentalmente fue picada por varias abejas africanas cuando ya había contraído la bacteria y estaba casi desahuciada. Para su sorpresa, después del brutal ataque poco a poco fue recuperando su salud y luego se sometió a un régimen de diez picaduras de abeja diarias tres veces a la semana durante tres años. Por lo pronto, en los tres meses que estuvo la canadiense en Vallarta tuvo mejorías notables. A lo largo de la historia la medicina ha tenido una evolución impresionante y las innovaciones de tratamientos y vacunas como la de la viruela en el siglo 18 o el desarrollo de la vacuna de la polio y los antibióticos en el siglo 20 han venido a ser un bálsamo para la humanidad. En el siglo 21, a pesar de los avances en tecnologías nuevas, el uso de algoritmos y de inteligencia artificial, se siguen utilizando métodos alternos que arrojan resultados alentadores, como el caso de la acupuntura, la herbolaria, la medicina china tradicional, alimentación específica y muchos otros métodos no científicamente comprobados que se suman a las inmensas inversiones en el campo de la ciencia para atacar terribles padecimientos como el cáncer. No obstante, en el campo de la salud del planeta no parece que se estén empleando los mismos esfuerzos ni las mismas tecnologías para prevenir el deterioro de nuestro despreciado hábitat. Hasta cuándo empezaremos a tomar una conciencia seria del problema. Cuando buscaremos métodos alternativos personales desesperados ante la pasividad de las políticas internacionales que nunca se ponen en práctica o de plano no existen. Hasta cuándo exigiremos la pronta acción de nuestros gobiernos para poner un alto.

“Ya basta de evadir la realidad de hoy 2024. Nuestros días ya están limitados y la especie humana no está actuando en conjunto para reducir el daño global. Ya basta de pensar que es exagerado mencionar calentamiento global o cambio climático o extinción. No lo has visto. El niño que tira basura en la calle, el derrame de petróleo en el océano, el jaguar que muere por un soberbio rifle, el árbol que llora mudo cuando el fuego lo consume”. Son las palabras de Jennifer Briseño Salcedo especializada en letras hispánicas al opinar sobre el libro de Lionel Patiño “Salvemos al ser humano del colapso”, un grito desesperado para hablar por la Madre Tierra y hacer tanto lo factible como lo utópico, lo desesperadamente alternativo para contribuir a sanar la salud del planeta que ya está en niveles alarmantes de extinción. Es sorprendente saber que más de 150 especies, según la ONU, desaparecen día a día, tal vez no esté lejana la nuestra. Patiño habla de varios tipos de extinciones de especies en la tierra. Muchas han sido causadas por fenómenos ajenos a los humanos hace miles y miles de años como glaciaciones, volcanes o meteoritos. Ahora estamos expuestos a guerras nucleares, armas biológicas, contaminación excesiva, calentamiento global, gracias a la irresponsable intervención del hombre. “El colapso está a la vuelta de la esquina”, afirma Briseño, y el libro de Lionel Patiño que se puede conseguir en Amazon revela pautas que retrasarían este destino o, quizá, revertirlo. Para los jóvenes puede ser un gran aliciente para dar la batalla tan valientemente como la americana y la canadiense con las dolorosas picaduras de abeja. Desgraciadamente la gran mayoría de los adultos hemos permitido llegar a que nos consuman las circunstancias, esperemos que los jóvenes y no tan jóvenes asuman el compromiso de salvarnos.

 

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