Alicia Caballero Galindo
Rosalía caminaba sin rumbo por la calle; era tarde, el sol se ocultaba tras las montañas tiñendo con visos dorados los bordes de las nubes, ella se sentía desolada porque la acababan de despedir de su trabajo, era empleada de una zapatería y la dueña decidió despacharla ante las pocas ventas del negocio, pues las utilidades no eran suficientes para pagarle. Sintió que el mundo se le venía encima, pues su madre viuda y un hermano menor de diez años, dependían de ella. A sus veintisiete años, se sentía vieja, desde los quince años trabajaba para ayudar a su madre que vivía enferma. Sentía que estaba sola en el mundo, la gente en su eterno deambular y pasaban a su lado sin siquiera reparar en su presencia, y ella sentía que la desgracia y la soledad, eran sus únicas compañeras. Aunque era creyente y respetuosa de los designios de Dios, a veces se preguntaba, por qué “ÉL” la había abandonado en su lucha por la vida. En esos momentos, sus ojos se encontraban brillantes por las lágrimas que no derramaba y su corazón gritaba con esa voz que no se escucha, y desgarra por dentro. Se sentó en una banca de la plaza, pues le faltaba el aire y no quería que nadie la viera llorar. Desde la fría banca, veía niños jugando en el pasto, parejas de enamorados que se juraban amor entre sonrisas y besos, turistas que degustaban los antojos típicos que los vendedores ofrecían, todo estaba tan tranquilo y normal, como si nadie tuviera problemas, ¡sólo ella!
—¿Por qué yo?, ¿por qué yo?
Sentía rabia de ver que su presencia era como un fantasma, nadie reparaba en su existencia y la soledad, como una nube negra la invadió, ¡la ahogaba!
De pronto se acercó un anciano, que, aunque vestía ropas humildes, un poco raídas y pasadas de moda, sus ojos revelaban una paz que a Rosalía impactó, caminaba con dificultad ayudado por un viejo bastón de madera y pudo ver que sus manos se encontraban deformes por la artritis o alguna enfermedad degenerativa. Mientras ella estaba hundida en el mar de su desolación, el viejo preguntó con una sonrisa:
—¿Me puedo sentar un momento? ¡Le aseguro que no la molestaré!
Rosalía no tuvo más remedio que responder con un gesto afirmativo, pero con desgano e indiferencia, no estaba de humor para atenciones con nadie. Pero el anciano estaba decidido a entablar plática con ella, sacando su pañuelo secó el sudor de su frente, el verano estaba por concluir y aún era fuerte el calor, mientras pasaba el pañuelo por su cara murmuró, dirigiéndose a la muchacha:
—¡Qué bella es esta época del año! Nos permite escuchar a los pájaros cantar en los árboles, disfrutar del aroma de las flores, y poder sentarnos en la plaza a hablar con alguien ¿No lo cree así, señorita?
Ella, con cara de pocos amigos y pensando en sus problemas, respondió:
—Tengo tantos problemas, que lo que menos me interesa son los pájaros las flores y todas esas tonterías. La vida ha sido dura conmigo, me siento sola, y cansada, acabo de quedarme sin trabajo, tengo que sostener a mi hermano y a mi madre. ¡Todo es tan injusto! ¡Hasta Dios creo que se olvidó de mí! ¡Yo no sé por qué se lo cuento, si ni lo conozco! Tal vez la desesperación y la soledad me hace hablar de más.
—¡No diga eso, señorita!
Respondió el anciano con energía
El Creador, es el único que jamás nos falla, siempre está arropándonos con su amor, el problema es que a veces nos olvidamos de ver en torno a nosotros, y sentimos que somos los únicos que sufrimos en el mundo. Yo vivo solo, mi esposa murió hace dos años después de cuarenta de matrimonio, no tuvimos hijos, y me quedé solo, a veces no tengo para comer, ni lugar fijo donde vivir pero nunca me falta un mendrugo de pan y una sonrisa de alguien caritativo que me encuentre y cada noche doy gracias por un día más de vida, me siento contento porque si estoy vivo es porque aún no termino la misión que ÉL me encomendó. No se angustie, pronto encontrará trabajo si no pierde la fe y en lugar de lamentarse, lo busca, tiene mil razones para ser feliz; posee un techo, una madre, un hermano, juventud, razones poderosas ¿qué más podría faltarle? Cada día es un nuevo reto a vencer y los seres humanos somos luchadores naturales. A usted no le falta nada para buscar su felicidad, tiene juventud y salud, sólo le falta fe. ¡Luche por ella!
La mano encogida y rugosa del anciano dio unas palmadas en la mano de la muchacha y ésta, sintió pena por su actitud inconsciente ante sus problemas, que a lado de los de aquel hombre eran insignificantes, la sonrisa serena de aquellos ojos que a pesar de los años eran aún vivaces, la situación de él, comparada con la de ella, la hizo ver que, al final de cuentas, ella tenía unos ahorritos que le permitirían vivir un tiempo, mientras encontraba trabajo, que al llegar a su casa, encontraría dos seres queridos que la esperaban y la necesitaban, era afortunada. El anciano, a pesar de su soledad, le había dado una lección importante; su mano callosa le transmitió una fuerza que la hizo recapacitar, valorar lo que poseía y enseñarla a ver desde otro ángulo sus problemas y a ser fuerte. Un poco aturdida por tantos sentimientos encontrados, alcanzó a decirle simplemente: ¡gracias!
El anciano, satisfecho, se levantó de la banca, ya había oscurecido, se despidió de Rosalía, quien le preguntó dónde vivía y cómo se llamaba, el anciano sonriendo, le dijo.
— Me llamo Otilio y siempre estoy en la puerta de la sacristía de la iglesia, cuando llueve o hace mucho frío, me protejo en los techos del mercado.
Dando media vuelta se perdió en las sombras de la noche. La muchacha se fue a su casa, después de platicar con el anciano su perspectiva cambió. A los pocos días encontró un nuevo empleo cerca de la plaza, y lo primero que hizo fue ir a la sacristía a buscar a don Otilio para llevarle algo de comer. No lo encontró y preguntó por él en la iglesia. Su sorpresa fue enorme cuando le contaron, que hacía un año que el anciano había muerto de un ataque cardiaco en una banca de la plaza, hay gentes que juran verlo, bajo los viejos y frondosos árboles.
Nota: Este cuento recibió segundo lugar estatal en el concurso Maestros con Arte, en el año 2006.