Vivimos en un mundo hiperconectado, donde casi cada paso que damos, cada clic que hacemos, y cada búsqueda que realizamos, deja una huella digital. Toda esa información sobre nuestros hábitos, gustos, e intereses, es el combustible que alimenta el motor del internet moderno.
Pero, ¿alguna vez nos hemos detenido a pensar en lo que realmente está en juego cuando compartimos de forma involuntaria tantos datos? En el basto mundo del internet, cada cosa que hacemos no pasa desapercibida. Desde la tienda en línea donde navegamos por un par de zapatos, hasta la búsqueda de ese artículo sobre alimentos para adelgazar con la receta de un platillo saludable, todo queda registrado.
Las empresas digitales recogen esta información, la analizan y la utilizan para diseñar experiencias personalizadas, o lo que ellos llaman «publicidad dirigida». Para ellos la premisa es sencilla: cuanto más sabemos de ti, mejor podemos convencerte de que compres algo que, aunque no lo sabías antes, terminas sintiendo que necesitas.
Es fascinante cómo el internet ha aprendido a «escucharnos». Nuestros hábitos de consumo, nuestras conversaciones en redes sociales, hasta las búsquedas que hacemos en modo incógnito, se han vuelto la moneda de cambio de la era digital.
Las empresas no solo venden productos, venden acceso a nuestra atención. En el mercado nuestra información es lo que mueve todo. Cada vez que una marca o una red social nos muestra un anuncio, lo hace con un objetivo claro: lograr que respondamos. Y lo logra porque esa publicidad no es al azar; es el resultado de un algoritmo que conoce nuestras preferencias mejor que nosotros mismos.
Lo irónico es que, muchas veces, terminamos comprando cosas que no teníamos la menor intención de adquirir antes de ver ese banner o ese video de 15 segundos. Pero el impacto de esa publicidad digital nos persuade, nos guía y, en muchos casos, nos hace sentir que necesitamos algo que, en otro contexto, ni siquiera habríamos considerado.
A lo largo del tiempo, el internet se ha convertido en una gigantesca red de interconexiones donde las empresas nos observan de manera casi constante. Cada clic, cada “me gusta”, cada comentario que dejamos, es un fragmento más de nuestro perfil digital.
Y, aunque muchos de nosotros nos hemos acostumbrado a vivir en un entorno tan vigilado, donde no hay el más mínimo resquicio de privacidad Nuestra información se ha convertido en la moneda más valiosa, pero no para nosotros. Las empresas digitales las utilizan para obtener ganancias, alimentando una industria de la publicidad digital que crece a un ritmo vertiginoso gracias a que nosotros lo alimentamos a cada minuto.
Y mientras tanto, nosotros, como consumidores, continuamos siendo bombardeados, día tras día, por mensajes que nos invitan a consumir, a desear lo que no necesitamos. ¿Le ha pasado que de pronto aparece publicidad en su pantalla de un producto que usted apenas mencionó una vez y ni siquiera estaba sentado frente a una computadora? para terminar diciendo: «hasta parece que sabían», eso no es magia, eso se llama predicción, una maravillosa capacidad que tienen los algoritmos para saber, incluso antes que nosotros cuál será nuestra siguiente compra.
No deja de ser algo inquietante pensar en cuántos de nuestros deseos son realmente nuestros, y cuántos han sido «sugeridos» por esos algoritmos invisibles que saben lo que queremos, mucho antes de que lo decidamos.
Nos leemos la próxima…
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