Alicia Caballero Galindo
Doña Angustias, una señora joven, madre de tres hijos, iba sentada en un asiento de la pesera en la ventanilla viendo hacia fuera. No sentía los fuertes frenazos y acelerones del vehículo, porque iba absorta en sus propios pensamientos, se subió el cuello de su saco, el viento húmedo y frío de mediados de enero calaba hasta los huesos y ella era muy friolenta. Sus pensamientos giraban en torno a la piñata que haría en unos días más a la mayor de sus hijas que cumpliría cinco años. Su sueldo no era mucho, pero ella se dio habilidades para ahorrar, y llevaba en una pequeña bolsita ese dinero que con tanto esfuerzo y con gran ilusión había juntado para la ocasión. Metió de nuevo su mano en la bolsa del saco para comprobar que ahí estaban sus ahorros para la piñata, realmente era una hazaña tener dinero a esas alturas del mes después de haber sufrido los embates de la Navidad y el Año Nuevo. Al ver cercano el punto de la ruta donde se bajaría, se paró y marcó al chofer, parada.
Al bajarse, el pesero arrancó antes de tiempo, así son ellos. Doña Angustias perdió pisada y casi se cae, por verdadero milagro logró mantenerse en pie y se dirigió a su destino. Metió las manos en la bolsa del saco, y… ¡gran susto se llevó! El corazón quería salírsele del pecho, el monedero con el dinero de la piñata no estaba en su bolsa. Regresó sobre sus pasos a punto de llorar, ¡no era posible que se le perdiera el dinero que con tanto esfuerzo y tanto amor atesorara para la piñata de su hija! Se encomendó a Dios y regresó sobre sus pasos con la vista en el suelo, tenía la esperanza de encontrarse su monedero con el dinero.
Vio que una mujer se agachaba y recogía “algo,” apresuró el paso para salvar la escasa distancia que la separaban de la mujer, y cuando estuvo cerca, la vio sacando el dinero y tirando el monedero vacío. Se arrimó con una sonrisa y le dijo a la mujer:
—Señora, ese monedero es mío, se me cayó cuando bajé de la pesera, le ruego me regrese el dinero, son mis ahorros de mucho tiempo para hacerle una piñata a mi hija que cumple cinco años en tres días.
—Lo siento mucho, —responde la mujer—, el monedero no tiene su nombre y yo me lo encontré en la calle tirado.
—¡Pero es mío! Responde doña Angustias entrando en pánico al ver la situación en la que se encontraba.
—Pues sí, era suyo, pero se le cayó al bajar de la pesera, ahora es mío. Yo lo encontré tirado y usted no tiene manera de comprobar que es suyo. Mis hijos tienen hambre también y tengo para darles de comer.
En esos momentos pasaron por la cabeza de doña Angustias todos los días que estuvo ahorrando, todas las limitaciones que hubo de pasar para juntar su dinero y ahora, lo veía en manos de otra mujer que en forma deshonesta trataba de apropiarse de dinero fácil, sin trabajar, sin batallar y eso la obligó a tornar su enojo y su impotencia por la inteligencia que la caracterizaba para recuperar sus ahorros.
—Señora, usted también es como yo, ¡tenga consideración! Si usted no me regresa mi dinero mis hijos se quedarán sin su fiesta, ¡no es justo!
Con todo el cinismo del mundo, la mujer le respondió a doña Angustias.
—Pero el dinero yo me lo encontré en la calle. ¡Quién se lo manda haberlo tirado!
Ante la mala fe y poca voluntad de la señora, doña Angustias tuvo una idea y le propuso a la mujer.
—Bueno, fue un error que no pude evitar, ¡ni modo! Le propongo un trato; présteme el dinero, yo se lo vuelvo con intereses en un mes. Pediré prestado si es necesario.
La abusiva mujer vio una oportunidad de hace crecer “su” dinero y rascándose la barbilla con aire calculador le respondió.
—Bueno, si me paga el 20% en un mes, se lo presto.
Doña Angustias, sacó de su bolsa un papel en blanco y una pluma y se lo dio a la mujer, ésta garrapateó con su puño y letra un “pagaré,” anotó el nombre y la dirección de doña Angustias y después de anotar sus condiciones le pidió que le diera su nombre, lo anotó y después se lo entregó para que lo firmara. Una vez realizado el trámite le entregó el dinero y cínicamente quedó de buscarla en su casa dentro de un mes.
Doña Angustias, más tranquila, continuó con los trámites de su fiesta que se realizó sin incidentes y se olvidó del desagradable incidente con su dinero. Pasados treinta días, una tarde, tocó a su puerta la mujer del supuesto préstamo. Doña Angustias salió y la visitante, después de saludarla con cierta reserva, sacando de su bolsa de mano un papel arrugado, lo extendió cuidadosamente y se lo entregó.
—Y esto, ¿qué es? Dijo doña Angustias fingiendo no haber reconocido a la abusiva mujer.
—¿No se acuerda? ¡Yo le presté el dinero para la fiesta de su hija! Dijo la mujer, airadamente.
—Creo que la recuerdo, así como el incidente en el que descaradamente se quedó con mi dinero porque usted vio cuando se me cayó del saco. No le voy a pagar y ¡hágale como quiera!
—La voy a demandar, ¡aquí está su firma! Vociferó furiosa la mujer.
—Discúlpeme señora, el pagaré está escrito por su puño y letra y la firma que tiene el papel ¡no es la mía! Sacando de una carpeta un documento de identificación se lo mostró a la abusiva mujer, demostrando que esa no era su firma y no podía hacer nada en su contra. El supuesto pagaré carecía de validez legal.
Con la mirada que parecía arrojar fuego, la mujer dio la media vuelta vociferando injurias que se las llevó el viento. La defraudadora salió defraudada con una sopa de su propio chocolate.