Nací muy al final de la década de los 70s, casi en el umbral de los años 80, y me recuerdo en mis primeros grados de educación primaria francamente sorprendido por una crónicaque vi en un noticiero que se llamaba Eco. El reporte daba cuenta de un invento aún en desarrollo: los teléfonos celulares. Era difícil imaginar entonces que una persona pudiera ir caminando por la calle y hablar por teléfono al mismo tiempo. Bromeábamos sobre el buen uso que haría de esta tecnología una persona que conocíamos y que se destacaba por ser muy comunicativa, decíamos que las cuentas le iban a salir muy, muy caras. En aquel entonces, el sistema de telefonía que utilizábamos exclusivamente en casa, en cabinas en la calle o en negocios, siempre conectado a un cable, cobraba por llamada o por minuto, por lo que se esperaba prudencia de parte de los usuarios para evitar cobros altos, en especial, las tarifas de larga distancia nacional e internacional.
A su vez, crecí en medio de las historias que me contaba mi abuela Teodo sobre un futuro lejano en el que la humanidad sería dominada por extraterrestres o robots, profecías e historias que ella leía o veía en la televisión y que alimentaban en mí cierto temor infantil pero que disfrutaba escuchar porque alentaban mi imaginación. Sin embargo, muy lejanos aún se vislumbraban los tiempos en que los coches se manejaran solos, los teléfonos y computadoras respondieran a comandos de voz, o que algo como el internet llegaría para conectarnos -¿ya para siempre?- con el mundo desde nuestros cada vez más pequeños dispositivos electrónicos. Lo que quizás menos lográbamos dibujar en aquellos años era la posibilidad de que existiera una inteligencia creada por el hombre equiparable a la de una persona y que rebasara los alcances del cerebro humano.
Cualquier conocedor o aficionado al género literario de ciencia ficción, que tuvo un auge importante tras la publicación de Yo, Robot, en 1950, recordará que el eje deesta colección de 9 cuentos cortos se centra en los problemas que se desprenden de la “programación ética” de los robots o positrónicos (seres de forma humana que utilizan una suerte de inteligencia artificial (IA) y personajes de estos relatos) que su autor, Isaac Asimov, resume bien en sus afamadas Tres Leyes de la Robótica:
Estas leyes sirvieron de base para la literatura de ciencia ficción desde su publicación y enriquecieron las obras posteriores que abordaban la IA desde la ficción pero que tienen su origen real en las investigaciones del matemático británico Alan Turing, en la década de los 40, por lo que podemos decir que esta tecnología es un bebé de más de 70 años. El día de hoy cobra especial relevancia ante la ya presente irrupción de modelos de inteligencia artificial que han ido mejorándose y sorprendiéndonos cada vez más.Apenas esta semana, en entrevista con el diario español El País, Brad Smith, presidente de Microsoft, uno de los principales desarrolladores de la IA, afirmaba que estos modelos de Inteligencia Artificial Generativa (un tipo de sistemas de inteligencia artificial capaces de generar texto,imágenes, video u otro medios en respuesta a comandos)tales como ChatGPT, entre otros, debían tener mecanismos de apagado u opciones para desacelerar su inminente desarrollo con esquemas regulatorios apenas nacientes en países de la Unión Europea y que todavía son escasos en Latinoamérica, que garanticen el buen uso de la IA y evitar así la propagación de información falsa, el plagio o que amplíen la brecha de la desigualdad en continentes como el nuestro, que aún contabilizan las tazas de pobreza en razón de 1 por cada 3 habitantes.
Pero ¿cuál es uno de los mayores temores que se tienen sobre la IA generativa el día de hoy? A partir del reciente lanzamiento de Sora, un sistema de IA generativa que produce videos cortos a partir de textos y que no está disponible aún para todo público, las preocupaciones crecen en un año como este 2024, donde a lo largo y ancho del mundo se llevan a cabo 83 procesos electorales en distintos países. En un ensayo titulado La Falsa Promesa del ChatGPT, escrito para un diario estadounidense en marzo del año pasado, el lingüista Noam Chomsy, en coautoría con otro lingüista de la Universidad de Cambirdge y un filósofo especializado en IA intentan desmentir la idea de que el desarrollo de la IA esté a la par de la inteligencia humana, por lo que hacen una distinción entre IA e Inteligencia Artificial General, que sería un sistema automático que puede realizar con éxito cualquier tarea intelectual que los seres humanos realicen, y cuestionan que esto último sea siquiera posible algún día.
El pasado 16 de febrero 20 compañías de tecnología, incluyendo Adobe, Amazon, Anthropic, Google, Meta, Microsoft, OpenAI, Tik Tok y X firmaron un acuerdo voluntario para ayudar en la prevención de contenido engañoso generado por IA que pudiera afectar las votaciones de 2024. El acuerdo, anunciado en la Conferencia de Seguridad de Múnich, incluyó los compromisos para colaborar en las herramientas de detección de la IA y otras acciones, pero en ningún momento se habló de prohibición de contenido electoral generado por IA.
Más allá de la ética y moral que estos desarrollos puedan estar pasando por alto, la actitud crítica de parte nuestra debe ser la principal respuesta ciudadana ante lo que parece inevitable: un mundo donde la tecnología parece llevarnos la delantera.