noviembre 21, 2024
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Alicia Caballero Galindo

Vientos de otoño

junio 22, 2023 | 471 vistas

Alicia Caballero Galindo

Irene caminaba apresuradamente por una avenida del centro Guadalajara Jalisco, México; lo único que en ese momento ocupaba su mente, era llegar a tiempo a checar su tarjeta antes de las nueve de la mañana. Sólo le faltaba una cuadra para llegar. Vio de nuevo su reloj, apretó su portafolios contra su costado derecho y respiró profundo, al parecer tenía margen para llegar. Hundida en sus pensamientos, no reparó en un hombre que se detuvo para abrochar la agujeta de su zapato en el marco de un aparador; tropezó con él y casi se cae, de no ser por sus brazos que la sostuvieron por los hombros, se hubiera ido al suelo sin remedio. A pesar de la prisa que llevaba, se estremeció al sentir sus brazos sosteniéndola y ver la penetrante mirada de sus grandes ojos, tan negros, que no se distinguía la pupila. Con una sonrisa, aceptó la disculpa amable que le ofreció aquel hombre que nunca antes había visto y siguió su camino. Afortunadamente pudo llegar a tiempo a su trabajo y se dispuso a prender su computadora, abrir su portafolio y continuar con el diseño de los accesorios que habrían de llevar las modelos de la firma para que trabajaba en la próxima pasarela; ¡sólo faltaban dos meses! Debía apurarse para estar a tiempo.

Mientras su máquina cargaba los programas, pasó una mano por su cuello y se dio cuenta que su cadena y el dije de corazón con el nombre de Carlos, su difunto novio. Fue el último regalo, descubrió que no estaba en su cuello. Era lo único que le quedaba de aquel amor truncado por el destino, hacía ya dos años y que no podía olvidar. El día que se lo regaló le dijo: “mientras lo tengas cerca de tu corazón, yo estaré contigo”. No pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas, discretamente las secó. No supo dónde se le perdió. Recordó de nuevo sus caricias, sus brazos, sus labios rodando cálidamente por su mejilla y su boca. Murió en un accidente automovilístico. Desde entonces, no había sentido la caricia de otro hombre porque su recuerdo se aferraba a la memoria. Sin saber por qué, vino a su mente el encuentro con el hombre de esa mañana y el contacto con sus brazos que la hizo estremecerse. Sacudiendo la cabeza como queriendo ahuyentar sus tristes recuerdos volvió a la realidad y se concentró en su trabajo para terminar su encomienda de diseño, guardó en el rincón de los recuerdos aquel dije en forma de corazón que por el reverso decía Carlos.

Cerca de las doce del día interrumpió su tarea para dirigirse a un café cercano donde acostumbraba a tomar un “tente en pie;” pues hasta las cuatro de la tarde salía de la oficina. Los vientos del final de aquel otoño le hicieron recordar tiempos pasados, cuando se reunía en ese mismo café de la plaza con su amado. Se subió el cuello del abrigo al sentir las ráfagas frías que se colaban entre los árboles y sacudían todo a su paso. Cuando estaba cerca de su destino, sintió que le tomaban suavemente del brazo, sobresaltada se detuvo y volteó. Se encontró con la sonrisa del enigmático hombre con que se había tropezado unas horas antes, se quedó por un momento desconcertada cuando escuchó la voz del hombre pidiéndole que aceptara su compañía y su invitación a comer como disculpa del mal rato que le había hecho pasar en la mañana. Por un momento se sintió enojada por su atrevimiento, pero su mirada y su sonrisa la desarmaron y aceptó correspondiendo con una sonrisa. Él, tendiendo la mano aprisionó la de Irene presentándose; se llamaba Antonio Cardona y acababa de llegar a la ciudad para dirigir una empresa de venta de muebles de oficina que estaba a unos metros del edificio donde ella trabajaba. A pesar de su renuencia, la joven se sintió a gusto en su compañía. Después de un rato de plática, el complejo de culpa invadió a Irene, que por unos momentos se olvidó de su amor fallido. Bruscamente se levantó de la mesa, agradeció la invitación y salió apresuradamente si decirle nada más.

Los días pasaban rápidamente y ya casi tenía terminada su tarea de diseños. En la mente de Irene se mezclaban los recuerdos de Carlos, su soledad y el inquietante encuentro con Antonio, no lo había vuelto a, pero en el fondo de su corazón solitario había cierta decepción, sin embargo, ella no permitió que intercambiaran por lo menos teléfonos y lo lamentaba Una tarde, al salir de su trabajo, cruzaba la plaza, el cielo estaba nublado y amenazaba con lluvia, al acomodarse el abrigo, la bufanda de seda se escapó de su cuello impulsada por el viento, ella corrió para recuperarla y cuando por fin se detuvo, se dio cuenta que fue a parar a los pies de Antonio que con gentileza la recogió y sin decir palabra la acomodó en su cuello. ¡Era extraño! El contacto de sus manos a través del abrigo, la hicieron sentirse bien; caminaron juntos, del brazo por unos momentos y por primera vez, en mucho tiempo, ella se sintió feliz. Entraron al café. Se sentaron frente a frente mirándose a los ojos, Antonio sacó un pequeño envoltorio del bolsillo del abrigo y se lo tendió a la joven diciéndole:

—Cuando me quité el saco, aquel día que nos encontramos, descubrí que cayó esto dentro en mi bolsillo, desde entonces he esperado el momento de verte de nuevo para Estuve lejos unos días, pero estabas presente en mis pensamientos. ¡Por favor no huyas de nuevo!

Cuidadosamente desató la cinta para descubrir su dije querido que reconoció de inmediato, pero al revisarlo, descubrió algo extraño: en el reverso se encontraba escrito el nombre de Antonio. Sin buscar explicaciones, simplemente se tomaron de las manos y sonrieron: ¡algo mágico había surgido entre los dos!

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