mayo 19, 2025
Publicidad
Rogelio Rodríguez Mendoza

¿Y para qué queremos un vocero?

mayo 18, 2025 | 30 vistas

Rogelio Rodríguez Mendoza

La abrupta destitución —porque no fue renuncia— de Jorge Cuéllar Montoya como vocero de Seguridad Pública en Tamaulipas deja sobre la mesa una pregunta tan elemental como incómoda: ¿de verdad necesitamos un vocero?

La pregunta no es retórica. Es oportuna y urgente. Porque el cargo de vocero, más allá de las buenas intenciones que lo acompañaron cuando fue creado, parece haberse convertido en un estorbo institucional, un recurso ornamental más que funcional.

El origen de la figura no fue casual. Surgió en los años más oscuros de Tamaulipas, cuando el Estado parecía haber sido cedido al crimen organizado, y las balaceras, masacres y bloqueos eran parte del menú diario. La población vivía con miedo, desinformación y, para colmo, rodeada de rumores y noticias falsas que circulaban en redes como pólvora en campo seco.

Entonces, sí, tenía sentido. Un vocero era indispensable para filtrar la verdad, alertar a la población y combatir la desinformación. No por gusto, sino por necesidad. Se trataba de una herramienta de sobrevivencia.

Pero esa etapa, con sus luces y sombras, quedó atrás. Y si bien no estamos en el paraíso de la paz absoluta, lo cierto es que hoy Tamaulipas no está ni cerca del infierno que fue. Afortunadamente.

Pese a ello, el Gobierno estatal mantuvo viva la figura del vocero. ¿Para qué? Nadie lo sabe con certeza. Pero en el caso de Cuéllar, lo único cierto es que hizo más ruido que aportes. Su oficina se volvió más un lastre que un alivio.

Nunca pudo sacudirse la etiqueta de “funcionario incómodo”. Sus apariciones públicas eran más una exposición de ocurrencias que de estrategias, y su utilidad como comunicador de riesgos fue prácticamente nula. Lo que es peor: terminó siendo protagonista de escándalos más que de comunicados útiles.

Y eso nos lleva al meollo del asunto: ¿vale la pena mantener un vocero cuando ya existe una oficina de comunicación social dentro de la Secretaría de Seguridad Pública? Esa sí hace su trabajo. Y lo hace bien. Sin aspavientos, sin protagonismos, sin armar espectáculos.

La vocería de seguridad, al menos en su formato actual, está rebasada. No solo porque las condiciones que la originaron han cambiado, sino porque ha perdido su razón de ser: ya no informa, ya no orienta, ya no es confiable.

Cuéllar fue el ejemplo más claro de lo que no debe ser un vocero: un operador político disfrazado de comunicador, más preocupado por la grilla que por la estrategia, más aferrado al reflector que al rigor informativo.

Su salida, aunque disfrazada de renuncia decorosa, fue un manotazo necesario. Tardío, pero necesario.

Por eso urge que el Gobierno del Estado se pregunte con seriedad si vale la pena seguir sosteniendo una figura que consume recursos, genera controversia y no resuelve nada. Porque si de lo que se trata es de informar, ya hay quienes lo hacen. Y lo hacen mejor.

Y si aún queda duda de que su tiempo ya pasó, basta recordar que al final, el vocero terminó siendo más noticia que los delitos que debía reportar.

EL RESTO

EL SNTE Y LA GALLERA ALBOROTADA.- Más pronto que rápido, en la Sección 30 del SNTE se alborotó la gallera luego de que se hizo público que la diputada morenista, Blanca Anzaldúa Nájera, anda con la mira puesta en la secretaría general.

Desde la misma sede del sindicato magisterial nos aseguran que el sucesor de Arnulfo Rodríguez Treviño será Mariano Lara, el titular del poderoso SARTET.

Dicen que Lara es como un hijo para Arnulfo, y que nada impedirá que le herede el trono. ¿Será?

Por lo visto, el próximo proceso de sucesión no será terso. Desde ya, en los pasillos del edificio sindical se respira tensión, recelo y codazos disfrazados de cortesía. Mientras Blanca Anzaldúa se promueve en clave de renovación y cercanía con la Cuarta Transformación, Mariano Lara se mueve con la seguridad del delfín ungido… pero también con el peso de cargar la continuidad de un liderazgo tan cuestionado como el de Arnulfo.

Y es que, aunque le digan “el hijo político”, la herencia de Arnulfo no es precisamente una medalla de oro. Hay quienes dentro del magisterio advierten que imponer a Lara sería tanto como mantener la ruta del sindicalismo convenenciero y sumiso que ha marcado a la Sección 30 en los últimos años. Así que la gallera está alborotada… y puede que de este corral salgan más que plumas.

ASÍ ANDAN LAS COSAS.

[email protected]

Comentarios

MÁs Columnas

Más del Autor