La primavera llegó como todo, cargada de claroscuros. Por un lado, un arsenal de flores por todos lados, basta detener la mirada para gozar los infinitos colores en diversas especies. Por otro, la desaforada lluvia en algunas regiones inundando casas y calles y más lejos un terremoto de terribles consecuencias, también con pérdidas dolorosas. Y luego está la guerra que nada detiene. El dolor en los rostros, la incertidumbre, la muerte con permiso en la violencia infinita. Las paradojas entre la belleza y el horror. Los palos de rosa desbordándose y las aguas sin cauce amenazando vidas y pertenencias. Pese a todo, la primavera nos invita a renovarnos y nos recuerda con su canto que la vida es única y corta.
Nada es comparable a la belleza de la primavera. Ninguna estación es capaz de movernos tanto como la que recién empezó. El tiempo del florecimiento, de la renovación, de la cíclica resurrección. Época de colores, olores y calores, la primavera es el mejor recordatorio para sabernos vivos. Todo” se expresa en primavera, todo se exterioriza, todo despierta”. El momento para transformarse y recomenzar. El equinoccio que nos muestra la interminable lección de la naturaleza y su metamorfosis, el milagro de la vida.
Primavera en la piel, en el aire, en la literatura: “Al llegar la primavera se estableció por toda la costa la peste del azahar. De noche este aroma dulzón se metía por todos los entresijos en las casas, llenaba todas las cocinas, pasillos, alcobas y armarios, se introducía en la intimidad de los cajones y baúles, impregnaba la ropa y las cortinas, quedaba pegado a las paredes y también penetraba en el alma de la gente a través de los orificios que el cuerpo tiene, hasta apoderarse por completo de la voluntad”.
El anterior es un párrafo de “Son de mar” del escritor español Manuel Vicent. Una novela de amor que nos refiere a la memoria y sus laberintos insondables. El protagonista de esta novela es un náufrago que regresa después de diez años de muerto para sentir otra vez el palpitar de la vida. Un libro inspirado en las epopeyas homéricas donde el mítico Ulises cobra vida en un profesor de literatura que es tragado y devuelto por el mar por obra y gracia de una fascinante resurrección literaria. Vuelta a la vida que es metáfora de la primavera y su cíclica renovación.
Pienso en la muerte, el amor y la renovación, al sentir el cálido marzo en la piel. La primavera y sus efluvios. La estación más hermosa que regresa cada año con su mensaje de esperanza que desde los mitos griegos ya era parte de un relato fascinante: Perséfone (Proserpina), hermosísima doncella es raptada por Hades, un dios del submundo. Su madre, la diosa de la fecundación se deja llevar por el dolor y la tristeza de perder a su hija lo que provoca que el invierno y la muerte lleguen a la tierra. Más tarde a la madre-tierra le es concedido que su hija vuelva una vez al año lo que le causa tal alegría que la hace florecer y renovarse cada primavera.
Así pues, la primavera es una estación ideal para re-nacer. Porque al mismo tiempo que las flores y los pajarillos exhiben su deslumbrante belleza, los seres vivos renuevan sus energías en un país bendecido por el sol. Tiempo de fertilidad y apareamiento, pero también de florecimiento interior. Nada mejor que la primavera para comprometernos a celebrar la vida y sacarnos de la apatía, el miedo y las angustias. Tomar en el ejemplo de la naturaleza la fuerza vital que requerimos para sortear las dificultades. Colores y calores encendidos, besos en las esquinas, cantos en los alambres y alboroto de los niños que anuncian con su alegría la bella estación. La primavera nos sale a cada paso, pero muchas veces preferimos no dejarnos sorprender por la vida y sus milagros. El vital desafío que nos mueve y nos conmueve pese a todo.
Porque la primavera es ante todo la estación de la vida: “Hay epidemia de vida” dicen los naturalistas quienes nos invitan a observar la naturaleza con sus infinitos mensajes. Detenga querido lector(a) un momento su ajetreado vivir y mírense en el verde de nuestra sierra que luce más bella que nunca, escuche el canto de las emblemáticas cotorras y goce con el aroma de los azahares de esta hermosa región citrícola. “Nadie nos quitará la gracia del instante ganado a la tristeza” dice el gran poeta Hugo Gutiérrez Vega. Nada más cierto. La vida nos depara tantos pesares que muchas veces nos olvidamos lo que significa gozar con los pequeños regalos cotidianos.
Suena cursi, pero que tire la piedra quien no haya disfrutado con los colores y los calores de alguna primavera. Dejarse sorprender es la consigna. Sentir y compartir la experiencia de la renovación que no sólo está en la piel sino también en lo profundo del alma. No podemos permanecer indiferentes. Ante la presencia continua e inevitable de la muerte debemos celebrar la vida. Inyectar vitalismo a raudales debe ser siempre nuestro compromiso. ¡A florecer se ha dicho!