Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón: Sor Juana Inés de la Cruz
No ha nacido todavía, después de 376 años, una mujer que la iguale. Nadie como ella con su luminosa inteligencia, nadie con su viva presencia creativa, nadie como ella con su femenina valentía. Pasan los años y los siglos y no alcanzamos todavía, pequeños como somos ante su grandeza, a valorar en toda su dimensión su enorme trayectoria, su legado, su vida y obra. Generaciones van y vienen, gobiernos pasan, ciudadanos vamos y venimos en esta suave patria, y no hemos podido darle, salvo contadas excepciones; el inmenso valor que tiene nuestra Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana.
Este doce de noviembre se conmemora un año más de su nacimiento, acontecido en San Miguel de Nepantla a las faldas del Popocatépetl. “Nací -dice en un romance- donde los rayos solares me mirasen de hito en hito”. Como muchas cosas en su vida, no se tiene seguridad de la fecha, algunos biógrafos hablan de 1648, otros de 1651. Pero más allá de ello, todos quienes hemos leído su obra, quienes nos hemos acercado a su biografía de claroscuros, tenemos la certeza de su infinito humanismo. La más grande entre las grandes y al mismo tiempo la más humana.
Y su origen fue destino en su ser todo. Con hijos de tres hombres distintos, su madre, Isabel Ramírez de Santillana (quien se dice era descendiente de la primera esposa de Hernán Cortés) no se casó con ninguno, y también se dice, porque tampoco hay pruebas fehacientes de ello, que el padre de Juana Inés las abandonó sin apenas conocerla, dejando en la niña además del estigma de su ser bastarda, una profunda tristeza por la ausencia de la figura paterna en su vida.
Niña solitaria que juega sola, niña que se pierde en sí misma dice Octavio Paz, tal vez el mayor estudioso de su vida y obra, Juana Inés fue una niña curiosa, una niña que no comía queso porque le dijeron que el queso hacía tonta a la gente, porque “en ella podía más el deseo de saber que el de comer”. Y en esa curiosidad intelectual, en ese deseo de saber, descubre la mayor riqueza, su refugio, el mundo de su abuelo, Pedro Ramírez, el sustituto del padre, el amante de los libros, el que la lleva a la cueva del tesoro: su biblioteca.
Y es en ese encuentro que Juana Inés se descubre a sí misma. Al descifrar el alfabeto, al unir las primeras palabras con sus manos, ella ya sabe dónde está la vocación de su vida, no en la corte, no en el convento; sino en los libros, siempre en las letras. Los libros del abuelo le abrieron las puertas de un mundo distinto al de su casa dice Octavio Paz, un mundo al que no podían entrar ni su madre ni sus hermanas, pero tampoco su padre ni su padrastro. “Mundo de clérigos letrados y ancianos donde desaparecía o se transformaba la agresividad de la sexualidad masculina. La función de los libros era triple. Compensación por la doble falta original, la del nacimiento ilegítimo y la ausencia del padre; substitución de la figura dominante del intruso padrastro, sexualidad agresiva que engendra criaturas mortales, por los libros que son tiempo que ya no transcurre ni envejece, tiempo que no muere”.
Así interpretó el Nobel de Literatura el encuentro de Sor Juana niña con los libros, así es el encuentro de todo lector con la palabra: “La lectura es una metáfora de nuestro origen. El lector bebe con los ojos la leche de la sabiduría y va en busca del lugar en que fue arrancado. Toda lectura, incluso la que termina en descuerdo o en bostezo, es una tentativa de reconciliación. Los signos, las letras, son la leche que contiene todo lo que somos y lo que seremos”.
En toda su vida Sor Juana tuvo que defenderse de acosos, envidias, malquerencias y hombres necios. 376 años después, en tiempos complejos, siguen los hombres necios y peor todavía: violentos. Pero el ejemplo de enorme valor de Juana Inés sigue igualmente vivo en sus luminosas letras y en su impresionante trayectoria. Mientras escribo pienso que el mejor homenaje sería leer su obra, su poesía maravillosa, leerla y leer. En un país con escasos lectores, bueno sería en este día dedicado al libro y la lectura, hacer ver a los niños y jóvenes el mundo fascinante de los libros, la maravilla de imaginar, viajar, aprender, divertirnos, hacer conciencia, ampliar vocabulario, promover el diálogo y mucho más a través de las letras.
Soltemos un poco las pantallas y usemos el tiempo único de la vida en una de las más fascinantes acciones vitales. Lo dijo bien Montaigne: la lectura es el mejor viático para este humano viaje. Lean, lean, lean.