La gratitud, como ciertas flores, no se da en la altura y mejor reverdece en la tierra buena de los humildes: José Martí.
“Paren al mundo que me quiero bajar”, dice una de las muchas célebres frases de Mafalda, personaje argentino entrañable, hija del talento de Quino, dibujante magistral. A través del ingenio del creador argentino, muchos latinoamericanos y también personas de otras partes del mundo, hemos gozado, reflexionado y hasta padecido con la historieta de Mafalda, una niña pequeña pero siempre luminosa, observadora de un mundo dominado por los que ella señala como adultos irresponsables. Feminista, fanática de los Beatles y enemiga de la sopa, la niña Mafalda sigue enseñándonos cosas, pese a que nació hace más de 50 años.
“Paren al mundo que me quiero bajar”, repito a Mafalda ante un global panorama desolador. Desde el devastador terremoto en Afganistán, el doloroso huracán en Acapulco y las terribles guerras lejanas y cercanas donde se cuentan los fallecidos por miles; hasta los desvaríos políticos en nuestra patria, pasando por la infinita violencia, las crisis recurrentes y la memoria siempre viva de los desaparecidos. Una lista interminable de penas ante las que dan ganas de salir corriendo. Agobiados por las noticias, frustrados por la impotencia, dolidos por el crimen, por el cinismo de tantos; estamos también perdiendo la capacidad del asombro ante lo bueno y lo bello. Eso que también nos rodea.
Por eso hoy quiero escribir sobre los motivos para agradecer en nuestras vidas. Esta vida también plagada de nuevas formas de habitar el mundo donde parece nos han condenado a “ser felices por obligación” como bien dice el doctor en filosofía José Carlos Ruiz. La felicidad se ha convertido en un instrumento de tortura, dice el filósofo: “Nos venden la felicidad como algo instantáneo y fácil de adquirir, una felicidad postiza y a la venta que nos convierte en drogodependientes emocionales”. Todos queremos ser parte de las tendencias, dice Ruiz con harta razón. El último teléfono, el mejor viaje, el restaurante de moda, la ropa de marca y hasta el gimnasio más equipado, son parte de la prioridad de lo inmediato, la hiperactividad para no perder tendencias que prometen la “dicha”.
Pero ay, los instantes felices están en otra parte y no los vemos, ciegos ante las pantallas y deslumbrados por los constantes flashazos de la mercadotecnia. Entretenidos en las satisfacciones instantáneas por lo que conseguimos o compramos, nos olvidamos del verdadero sentido de la vida y de la felicidad. Esa que se construye poco a poco, en cada gesto, a cada paso y con los demás; una felicidad que puede ser un instante o una vida, pero edificada reflexionando, no siguiendo las tendencias que otros marcan.
Anestesiados por las emociones fugaces, nos hemos olvidado también de agradecer. Y no digo decir gracias como una repetida formalidad, sino agradecer profundamente sin esperar nada. Agradecer desde el corazón todo eso que parece ordinario, pero hace que la vida merezca ser vivida. Usted seguro tiene motivos para agradecer, piense detenidamente en ellos y verá lo mucho bueno. A veces, hasta un dolor se agradece porque nos permite crecer y valorar. Así pues, agradecer siempre, contar las maravillas a nuestro alrededor y apreciar plenamente lo que tenemos para no perder lo esencial buscando tener más cosas superfluas.
Además, dicen los especialistas que cuando agradeces con el corazón, más cosas buenas llegan a tu vida; un ejercicio sencillo capaz de transformarnos y generar más instantes felices. Agradecer a Dios por supuesto, dador de todo, y también agradecer cada persona, cada cosa, cada momento, cada bien. Agradecer por la vida, la salud, por la familia, por vivir y convivir cada día, por los amigos y su presencia siempre gratificante, pero también por todos esos seres que cruzan por nuestras vidas y nos dan tanto. Incluso los animales y las plantas son grandes motivos para dar gracias.
Agradecer el amanecer, por ejemplo, ese momento en el que abrimos los ojos cada día como un renacimiento personal. Agradecer que nuestro cuerpo nos permita ser y estar, pensar y sentir: el agua que tomamos, la medicina, el alimento, el trabajo; pero también el abrazo, la poesía, la música, el arte todo que nos alimenta el alma. Agradecer las pequeñas cosas, los pequeños gestos y también los grandes beneficios, pero siempre con humildad. Mientras escribo, agradezco las nuevas flores de mi jardín que me alegran la vida.
Dicen que agradecer es el agrado del ser. Sin duda cada quien tiene cosas y motivos para ser y estar agradecido. Vivir es el primero. Mafalda lo dice mejor: “lo que realmente importa es comprobar que al final de cuentas la mejor edad de la vida es estar vivo”. Y pese a todo, siempre agradecer.