Libertad García Cabriales
La muerte de cualquier persona me disminuye porque soy parte de la humanidad. Por tanto, no preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti: John Donne
No nos gusta hablar de la muerte. Evitamos reflexionar acerca de su inevitable presencia y vamos por la vida como si el día final no fuera a llegarnos nunca. Salvo en noviembre, cuando el día de los fieles difuntos se conmemora por todo lo alto en nuestra suave patria, hablamos de muerte; pero la de los otros. Cruz, cruz, dice una amiga, cuando alguien se refiere a eso de morir, como si fuera algo inexistente. Tal vez lo sea, porque como bien diría Epicuro: la muerte es una quimera, porque cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo ya no estoy. En ese contexto, no debemos temer algo que nunca veremos.
Pero le tememos, especialmente a la muerte de nuestros amados. Porque sucede, y duele profundamente perder a quienes queremos o apreciamos. Los últimos meses han sido especialmente tristes por la pérdida de personas cercanas: amigos, compañeros, conocidos. Una amiga bella por dentro y por fuera, un excelente amigo de toda una vida, una buena profesionista de la medicina, una mujer extraordinaria por sus buenas obras, un académico destacado, un hombre alegre y bueno, la tía de una gran amiga, el hermano de una creadora admirable, un estudiante lleno de sueños. Y así con frecuencia aterradora, hemos despedido a gente apreciada, cerca y lejos.
Y luego están quienes no conocimos de cerca, pero en diversos escenarios, se han ido para siempre, dejando duelo en sus familias y sus localidades. La guerra, la violencia, los accidentes, las enfermedades, lo impredecible. Eso que no queremos nombrar, pero pasa frecuentemente en todos lados. Y nadie se salva. Jóvenes, viejos, famosos, poderosos, eminencias. Todos los días nos enteramos de personas accidentadas, violentadas, dañadas, enfermas. Ahora mismo, las noticias y las oraciones por la grave enfermedad del Papa Francisco están presentes en gran parte del mundo. Un ser humano con una enorme responsabilidad global, que ha demostrado como muy pocos líderes, enarbolar la esencia de Jesucristo: humildad, fraternidad, compasión y amor, especialmente a los desposeídos. Duele saberlo incapacitado ahora cuando más falta hacen personas con su integridad. Y mientras el Papa padece en un hospital, poco piadosos parecen, quienes ya hacen apuestas en lo que llaman una sucesión bastante incierta.
No ha sido fácil el inicio del año 25 del siglo XXI. Menos si pensamos las terribles amenazas de gobiernos y gobernantes que creyéndose invencibles e inmortales, azuzan y afectan a diestra y siniestra. Los hay en todos lados, pero algunos tienen mayor capacidad para dañar, pues su influencia se extiende globalmente. El mundo entero aterrado ante la sinrazón de quienes usan el poder para apabullar, para matar, lo mismo vidas que sueños, ilusiones. Todo parece podrido en Dinamarca, digo a la manera de Shakespeare. Y lo vemos por doquier en los escándalos de cada día. La conciencia forzada a mendigar, la esperanza acribillada por el cinismo la verdad tapada con un dedo y la corrupción, ciega de furia, a dos puños: con espada y balanza, diría el poeta mexicano en la lectura del Soneto 66 del bardo inglés.
Como si fueran inmortales, los poderosos del mundo van declarando, haciendo, promoviendo guerras grandes y no tan grandes, pero todas letales. Porque cada muerte nos disminuye como humanidad, dice bien el poeta. Y mientras tantas vidas se pierden, las mayorías perdemos mucho tiempo de la vida, la única, mirando el teléfono y sus entretenimientos, deslizando el dedo para ver casi siempre bobadas, la vida de otros. Tres horas, cuatro horas, cinco, seis. ¿Cuánto tiempo le dedica usted a su teléfono? ¿Cuántas cosas pudiéramos hacer en esas horas? Doña Bica apoyaba alimentando al prójimo, Doña Chavela visitaba los enfermos, Balbina y Lolis colaboran incansables en la cura de los niños con cáncer, Tere tiene años sembrando un bosque, Don Pablo lee cuentos a los niños, Jean Lois recorre, estudia y difunde nuestra riqueza natural, las orquídeas de nuestra región. Todos ellos han construido y siguen construyendo buenos recuerdos, han sembrado y florecido, dando vida a su tiempo y dando sus horas de forma voluntaria por buenas causas y sin afanes de lucro ni protagonismo.
Todos podemos. Todos caminamos hacia el mismo destino final. No dejemos que el único tiempo de la vida se nos agote en la nada. Mientras escribo, la esperanza me llega de las bellas flores moradas de mi enredadera reflejadas en la ventana. La primavera se anuncia. Es tiempo de buenos propósitos, pero también de buenas acciones. Ya lo dijo el rey poeta Netzahualcóyotl: “¿Con qué he de irme? ¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra? ¿Cómo ha de actuar mi corazón? ¿Acaso en vano venimos a vivir, a brotar sobre la tierra? Dejemos al menos flores, dejemos al menos cantos”.
¿Y tú que vas a dejar?