diciembre 13, 2024
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Ya lo pasado, pasado

octubre 3, 2023 | 446 vistas

«Quien de su esposa no oye el consejo es un pendejo». Quizás esa sentencia popular no merezca ser inscrita en bronce eterno o mármol duradero, pero el hombre que tenga aunque sea una pizca de caletre hará bien en escuchar la opinión de su mujer antes de decidir sobre cualquier asunto de importancia para él o para su familia. Yo siempre me dejé guiar por la amada eterna. Las veces que pretendí fijar solo mi rumbo equivoqué el camino; caí en un pozo o me pegué un frentazo contra la pared. Ahora recurro a la sabiduría de mi hija, que heredó de su madre el buen sentido y el amoroso corazón. Yendo a otros terrenos diré que voy frecuentemente a Monterrey, generosísima ciudad de la cual he recibido pan para el cuerpo y afectos para el alma. En estos días oigo decir ahí que la señora esposa de Samuel García, gobernador de Nuevo León, es más inteligente que su marido. No me extraña: todas las esposas son más inteligentes que su marido. Sucede que la mujer posee un arte y una ciencia de lo práctico que los hombres no tenemos. Me atrevo a pensar que con esa inteligencia que todos ven en ella la señora del joven gobernante nuevoleonés debería aconsejarle que no se lance a la aberrante aventura de postularse como candidato a la Presidencia de la República. En ese grave yerro incurrió su antecesor, y no consiguió hacer más que el ridículo. Evite Samuel García convertirse en un triste Bronco Dos; no dañe la buena causa de México al dividir a la oposición que se alza contra el caudillismo populista; deje que el dueño del partido anaranjado se busque otro patiño, esto es decir otro instrumento para el logro de sus fines personales; cumpla la responsabilidad que tiene con quienes lo eligieron y vea por el bien de Nuevo León y de sus habitantes. Tarea mejor no podrá hallar. Releo lo escrito antes y advierto con alarma que me erigí en dómine o magister. Ni la palmeta del primero ni la toga del segundo me van bien. Procuro siempre huir de la solemnidad y la pedantería. Dejaré entonces tales ínfulas y narraré algunos cuentecillos que me hagan regresar a mi modesta dimensión. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buen sociedad, despidió a su trabajadora doméstica, pues aunque joven y de buenas prendas era harona, esto es decir perezosa, lerda, holgazana, remisa y haragana. Le indicó al acompañarla a la puerta: «Y ni pienses que te recomendaré con mis amigas». «No se apure, señito  -contestó la fámula-. El señor ya me dijo que me va a recomendar con sus amigos». Maturina halló por fin quien la desposara, y eso que se acercaba ya a la cincuentena. En la misa nupcial el oficiante le preguntó al novio: «¿Prometes serle fiel a tu esposa; acompañarla en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad; amarla y respetarla hasta el último día de la vida; cuidar de que no falte nada en el hogar y.». Maturina, preocupada, lo interrumpió: «Ya párele, padre. No me lo vaya a desanimar». Don Algón, salaz ejecutivo, invitó a una bella chica a cenar en restorán de lujo. Era de baja estatura el viejo verde, pero sentado sobre su cartera se veía más alto. Al final del condumio le preguntó, obsequioso, a su acompañante: «¿Qué te parecería ahora un expreso, linda?». «Está bien -aceptó ella-. Pero, la verdad, no me gusta hacerlo tan aprisa». Noche de bodas. Ardiendo de pasión el emocionado galán le preguntó en el lecho del amor a su flamante mujercita: «¿De quién son estas pompitas tan bonitas?». Replicó ella: «Haigan sido de quien haigan sido, ahora son tuyas». (Esperemos que el novio sepa que en la cama no importa la gramática y que, como cantó José José, ya lo pasado pasado). FIN.

 

 

MANGANITAS

Por AFA.

 

«. Viene una onda fría.».

Ha sucedido otras veces:

cuando los fríos aumentan

los efectos se presentan

al cumplirse nueve meses.

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