Ángel Lara Martínez
Aquella guardia formada, parecía preparada para hacerle los honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor, al silencio de la última nota, a quemarropa, sin dar tiempo de nada, los soldados, que presentaban sus armas, descargaron dos veces sus fusiles y nuestro General Emiliano Zapata cayó para no levantarse más.
El histórico momento que arrebató la vida al Líder emblemático del movimiento campesino, le dio vida al mártir que la lucha agraria necesitaba, como la antorcha que ilumina el camino para seguir avanzando.
Por la madrugada del 10 de abril de 1919, Zapata llegó con su escolta a las afueras de la hacienda de Chinameca, sin decidirse a bajar, estuvo mucho tiempo dando vueltas, como si presintiera que algo malo iba a pasar.
Al filo de las dos de la tarde, con su atuendo de charro y montando a su caballo el As de Oros, entró al casco de la hacienda, donde los hombres del Coronel Jesús Guajardo consumaron la traición, asesinándolo sin piedad.
Emiliano Zapata Salazar, nació el 8 de agosto de 1879 en San Miguel Anenecuilco, estado de Morelos. Sus padres fueron Gabriel Zapata y Cleofas Salazar. A muy temprana edad, se dio cuenta de las injusticias que vivían los campesinos, lo que lo llevó en 1909 a ser nombrado por su gente como presidente del comité de defensa del pueblo, el cual dirigía una lucha contra las autoridades porfiristas en su estado.
Luego de encabezar varias gestiones, de recibir respuestas negativas para los campesinos y siempre demandando justicia, Emiliano Zapata convocó a los campesinos a levantarse en armas y unirse a Madero en 1911.
Desde entonces se convirtió en uno de los símbolos más importantes de la resistencia campesina en México, estuvo al mando del Ejército Libertador del Sur y sus principales ideales giraron en torno a la justicia social, libertad, igualdad, democracia social, respeto a las comunidades indígenas, campesinas y obreras.
El grito de “tierra y libertad” ha sido más que una frase zapatista de identidad campesina, ha sido el estandarte de lucha permanente de un sector que, pese a que obtuvo el reparto agrario, permanece arraigado a la tierra, como el mismo Zapata emergió de ella.
Esos que no tengan miedo que pasen a firmar, sentenciaba Zapata al expedir su proclama de restitución de tierras en el Plan de Ayala, al contar con documentos que evidenciaban la propiedad original de terrenos despojados.
Con el paso de los años, los herederos de la revolución mexicana, tuvimos la oportunidad de recibir en propiedad un derecho ejidal, desde la reforma agraria, hasta el procede, pudimos apropiarnos de tierra para trabajar, producto de la sangrienta lucha armada, donde miles de campesinos perdieron su vida.
Se dice con gallardía que “Zapata Vive” en cada surco del campo, en alma de hombre de a caballo, en la escuela rural, pero sobretodo, vive y se hace presente en la corrupción y desigualdad que sufrimos los productores y campesinos en manos de los malos gobiernos que deberían rendir resultados para el campo.
Este 2024, año sumamente importante para el futuro de nuestro país, Zapata se hará presente en los corazones de los campesinos que padecemos precios bajos en las cosechas, costosos insumos para producir y nulas acciones oficiales para resarcir estos problemas.
Las armas ya no serán los fusiles, los machetes, ni las pistolas. La mejor arma que tememos quienes vivimos del campo es nuestra credencial de elector y el próximo 2 de junio nos llevará al campo de batalla cívico a cumplir con la obligación de elegir a nuestros representantes.
Así es que, compañeros campesinos, esos que no tengan miedo, vayamos a votar.
Hasta la próxima.