abril 15, 2025
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Oscar Pineda

Algo de mí…

abril 15, 2025 | 13 vistas

Oscar Pineda

Por lo general estos días son de baja intensidad informativa y aunque las noticias no se detienen, creo que a la mayoría nos gusta alejarnos de las malas nuevas que nos recetan por minuto los medios de comunicación.

Por esa razón decidí que, durante estos días en que la burocracia estará de asueto, escribiré solo el CALICANTE, un espacio que he dedicado a los fines de semana y en donde hablo de todo menos de política.

Contar historias es lo mío.

Mi mamá dice que cuando viajábamos en tren desde San Luis hasta Tampico yo no paraba de hablar y de pedir cosas. Era como andar en el supermercado, pero sin moverte de tu lugar, por ahí pasaban el de las gelatinas, la señora de las gorditas de horno, el que vendía pescado frito; las gorditas de chochas y hasta el que vendía trocitos de caña ya pelados para comer.

De esos viajes épicos recuerdo que mis abuelos y mis tíos nos acompañaban a la estación y verlos desde la ventanilla del tren agitando sus manos en señal de despedida, me causaba siempre un sentimiento de nostalgia. Muchos años después llegué a la conclusión de que la vida me preparaba en cada vacación para el día en que me despediría para siempre de aquel mundo que tanto amaba, mi mundo feliz.

La primera parada era en El Gato, una pequeña estación del semidesierto en donde se acercaban unas señoras con la cabeza cubierta por un rebozo y en el brazo una tina con gorditas de huevo, papa y frijoles que sabían a alimento de los dioses.

Luego paraba en San Bartolo y después en Cárdenas, donde tardaba un poco más. Ahí subían señores con un montón de vasos con agua de piña que les arrebataban los impacientes pasajeros.

Después, dice mi mamá, yo comenzaba a inventar historias con las palmeras de chocha que había en las planicies las cuales se le figuraban soldados y agaches en guerra.

Así, muchas horas después llegábamos al Espinazo del Diablo, en lo más alto de la Sierra Madre Oriental. Ahí por lo general los trenes esperaban para no encontrarse. Era una zona muy accidentada, incluso, alguna vez estuvimos muchas horas detenidos, debido a que un tren se había descarrilado y había caído sobre una vivienda.

En la sierra, los túneles y las cascadas rompían el aburrimiento y cuando se paraba el tren frente a algún sembradío de caña, no faltaban los intrépidos que bajaban de la bestia de acero para “robar” un par de cañas para ir rumeando lo que restaba del camino.

Finalmente llegábamos a Tampico ya oscureciendo, pero siempre era la misma sensación de alegría. Algunas veces nos esperaban mis abuelos paternos, otras nos trepábamos en un taxi para llegar a la casa.

Los días de vacaciones en Ciudad Madero, cerca de la playa eran increíbles, me gustaba sentir esa brisa que me pegaba en la cara.

Mi abuela, a quien desde niño llamé Mamá Teté, me consentía en todo, juguetes, comida, paseos. Todo lo que le pidiera y estuviera en sus manos nos lo daba con amor.

Sé que el tiempo no se puede regresar, pero si pudiera me encantaría revivir, aunque fuera por una vez todas esas experiencias. Sería maravilloso poder volver a viajar en el tren.

POSDATA

Sean felices y aprendan a valorar lo que tienen.

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