Catón
El barco ballenero “Jackars”, de New Bedford, ancló en Tahiti después de cuatro meses de navegación. Bajaron a tierra los marinos y uno de ellos hizo pronta amistad con una isleña, muchacha dueña de la salvaje inocencia descrita por Rousseau. La llevó a una playa soledosa y ahí se mostró ante ella en el prístino traje de la Naturaleza. La chica se sorprendió al advertir la diferencia que el cuerpo de su amigo guardaba con el propio, y preguntó con curiosidad acerca de esa desemejanza tan notable. “Nada más yo la tengo -respondió Tinyp Rick, que así se llamaba el marinero-. Ningún otro hombre tiene este atributo”. Ingenua, la cándida nativa dio crédito a la añagaza de su amigo. Pero pasó una semana, y cierto día la joven nativa le dijo muy enojada la nativa a Tinyp: “Me echaste una mentira. Tu amigo Wellen Dowed me llevó a aquella playa, y él también tiene eso que me dijiste que nada más tú tienes’“. Explicó Tinyp Rick: “Lo que sucede es que yo tengo dos, y le presté una a Wellen Dowed”. “Pues eres un tonto -le dijo la muchacha-. Le prestaste la mejor’“… La profesora tenía inquietudes ecológicas. “En todas las casas -les dijo a sus pequeños alumnos- debe haber por lo menos un planta. Una casa sin plantas se ve triste; es como una ciudad sin árboles”. Rosilita levantó la mano. “Yo he estado en la casa de Pepito -dijo-, y ahí no hay ninguna planta”. “¡No es cierto! -protestó Pepito con enojo-. ¡Yo he oído decir a mi mamá que tiene un amigo de planta!’“… Sigue otro cuento de Pepito, pero éste no deben leerlo las personas pudibundas o pacatas. La maestra les preguntó a los niños cuál era el recuerdo más temprano de cada uno. Margulita se acordaba de cuando cumplió dos años, y del pastel que le hizo su mamá. Juanito recordaba un osito que su papá le regaló al cumplir un año. Toñito dejó a todos estupefactos: se acordaba de cuando le compraron su carriolita: tenía él seis meses de edad. Pepito declaró, orgulloso: “Yo tengo un recuerdo de antes de nacer”. “¿Cómo es posible? -se asombró la maestra. “Sí, -confirmó Pepito-. Hubo un día de campo. Yo fui con mi papá y regresé con mi mamá”… Estos días son propicios para la reflexión. Antes la gente acostumbraba reflexionar en las cosas del otro mundo. Ahora ni siquiera sobre las cosas de éste meditamos. Hemos perdido el sentido de la trascendencia; nos ocupamos sólo de lo efímero. Solíamos preguntarnos: “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos y a dónde vamos?”. Ahora nos preguntamos: “¿Ya viste la serie tal?”. Esto que digo no es reproche, sino descripción de nuestra época, por más que seguramente se parece a otras épocas. Todo tiempo pasado fue igual. De vez en cuando, sin embargo, es bueno hacer un alto en el camino, y revisar el rumbo que llevamos. Tal revisión se vuelve muy difícil cuando no se lleva ningún rumbo. ¿Por qué no aprovechar la quietud y descanso de estas fechas, y la morada opacidad de los días que otrora se llamaron “santos”, para hacernos preguntas sobre nuestra vida, ya que tanto nos preguntamos sobre las ajenas?… A medias de la noche doña Jodoncia sacudió con violencia a su esposo don Martiriano para despertarlo. “¡Cabrísimo grandón! -le dijo hecha una furia-. ¡Soñé que estabas besando a una vieja!”. “Pero, mujer -balbuceó el desdichado-. Eso no es más que un sueño”. “¡Sí, gusano miserable! -rebufó doña Jodoncia-. ¡Pero si eso haces en mis sueños qué no harás en los tuyos!”… Afrodisio y Dulcilí fueron al campo: “¡Qué cielo tan azul! -exclamó ella-. ¡Qué cantarín el arroyuelo! ¡Cuán dulce el trino de los pajarillos! ¡Y este prado lleno de rocío!”. Sugirió el tal Afrodisio: “Ponemos una cobija”… FIN.
MANGANITAS
Por AFA
“…Saber de toros es lo más difícil del mundo, dice un taurino…”.
De toros, dice la gente,
saben las vacas nomás.
Y ni ellas: generalmente
los ven sólo por atrás.