Mauricio Zapata
Entramos de lleno a la versión de fin de semana de Punto por Punto. La de los relatos y las anécdotas.
¿A quién no le han roto el corazón en alguna etapa de su vida?
A mí me pasó, y creo que fue a temprana edad.
Al paso de los años y que uno va adquiriendo cierta madurez, entiende las razones y luego hasta da risa.
Sería entre 1982 y 1983. Tenía nueve años. Sí… nueve años.
Me enamoré perdidamente de mi maestra de cuarto año de primaria.
La maestra Rocío era joven. Tendría en ese entonces unos 25 años. Era delgada, morena clara, el pelo lacio, yo la veía alta. Su mirada era penetrante y ojos café claro. Tenía una fuerte personalidad y su voz era encantadora.
Nunca fui buen estudiante.
Sí me gustaba ir a la escuela, pero no me distinguía por ser buen alumno. Además era inquieto, rebelde e indisciplinado.
Pero ese ciclo escolar fue distinto.
Yo creo que le caía bien a la maestra porque en muchas ocasiones me pedía que le ayudara a cargar su portafolio con sus libros y papeles para su clase.
A veces le ayudaba a llevarlos a su carro. Tenía un Maverik negro y eso la hacía más atractiva, al menos para mí.
Y también me pedía que la apoyara en mandados. Ya saben: “ve al grupo tal y dale eso a la maestra”; “ve a la dirección y tráeme tal o cual cosa”.
Y eso me hacía sentir importante. Y creía que lo era para ella.
La maestra Rocío era exigente y, a veces gritona.
Yo hasta soñaba con ella.
Me decía Mauri y siempre me saludaba muy cariñosamente, me agarraba la cabeza y cuando se despedía me daba un abrazo.
Yo, en mi ingenuidad e inocencia de niño de ocho o nueve años, percibía que ella sentía lo mismo que yo sentía por ella.
Nada más alejado a la realidad.
Ella cumplía con su papel de maestra comprensiva y afectuosa. Solo eso.
Casi al final del ciclo escolar pensé en declarármele. Insisto, era una actitud ingenua de un chamaquito de cuarto año de primaria.
Por varias semanas pensé cómo hacerlo.
A veces hasta me veía en el espejo y lo ensayaba. Pero cuando llegaba a la escuela y, al salón, reculaba. Me daba hasta miedo.
Pero sentía cosquillas en el estómago cada vez que la veía o ella pronunciaba el: “Mauri, ven”.
Hasta me latía fuerte el corazón.
Un día por fin me animé.
Antes le pedí a mi mamá que le compráramos algo. No le dije para qué, solo que era para la maestra. Y le compramos unas flores en el mercado.
Se las di, sonrió, me abrazó y me agradeció. Me pidió que fuera por agua y por un florero que había en la dirección para poner sus flores. Eran unas rosas blancas.
Ese día, durante la jornada escolar, la maestra Rocío me pidió que le ayudara a llevar un material al salón de profesores.
En el camino me entró la fuerza y le dije: “Maestra, le quiero decir algo”.
-“Claro, Mauri. Dime”.
-“Es que quería decirle que es usted muy bonita”.
-“Ay, gracias, Mauri. Qué lindo. Tú también eres un niño encantador”.
-“Y también quería decirle que…”.
En eso un escuincle de otro grupo se tropezó cerca de nosotros y se raspó los codos. Ella fue rápido a ayudarle a levantarse y consolarlo porque empezó a llorar.
Seguimos en nuestro camino rumbo a la dirección, que dicho sea de paso, estaba lejos. Era una escuela muy grande. Era la primaria “Panamericana” en el sur de la Ciudad de México. Muy cerca del estadio Azteca.
-“Maestra… ¿quiere ser mi novia?”, le solté así de golpe y porrazo.
Se me quedó viendo, soltó una sonrisa, se sentó en una banca del patio y me dijo, “ven siéntate aquí”.
Y prosiguió: “Mira, Mauri, yo te quiero mucho, pero no puedes confundirte. Yo soy tu maestra y soy mucho mayor que tú. Tú apenas eres un niño y no debes pensar en tener novia, sino en estudiar”.
Me sentí triste. Pero más por lo que me dijo enseguida.
-“Además yo soy casada y… ¿qué crees?, estoy embarazada”. Si es niño le voy a poner Mauricio”, me dijo.
Y el niño Mauri, es decir yo, simplemente se sintió rechazado y sí… con el corazón roto.
Al siguiente ciclo escolar ya no estuvo en esa escuela. Y ya no supe más de ella en la vida. Tampoco supe que sexo había sido su bebé y si le puso mi nombre si es que fue “varoncito”.
EN CINCO PALABRAS.- La inocencia de los niños.
PUNTO FINAL.- “En el mundo hay dos clases de personas: los que van y los que ya vienen de regreso”: Cirilo Stofenmacher.
Twitter: @Mauri_Zapata