diciembre 12, 2024
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Alicia Caballero Galindo

El crucifijo (Conclusión)

mayo 2, 2024 | 219 vistas

Alicia Caballero Galindo

 

Seguí los pasos de Concha y me la encontré llorando en silencio y acariciando un crucifijo igual al que me encontré, lo llevaba oculto bajo su blusa, y la escuché murmurar:

—¿Por qué me dejaste, Sebastián?, creo que nunca lo sabré y no tendré paz.

Inconscientemente, metí la mano en la bolsa de mi pantalón, sentí el crucifijo que recogí en la casa abandonada, quise platicarle mi experiencia. No pude hacerlo, en forma brusca, volví a la realidad. La casa de mi abuela está cerrada y al parecer nadie la habitaba desde entonces, el sol, se había ocultado y la penumbra empezaba a invadir el ambiente, todo volvió a la normalidad, yo estaba sentada en el escalón, el ir y venir de gente y el murmullo normal de la ciudad. Me quedé aturdida, no comprendí lo que pasó, de nuevo el peso de mi soledad y la ausencia de mis padres, se clava en mi corazón que no encuentra consuelo. Me levanto, acaricio aquella puerta, que por cierto era la misma de muchos años atrás, tontamente, pienso que mi madre, muchas veces había puesto sus manos en ella para abrirla, y yo misma, la abrí infinidad de veces, me invadió una sensación de vacío, de ausencia, de nuevo resbalaron por mi rostro lágrimas de soledad. ¿Por qué no puedo regresar el tiempo?… una pregunta sin respuesta.

Regreso al hotel, me doy una ducha fría y después de comer algo ligero, me acuesto, dispuesta a leer un rato. No supe en qué momento me quedé dormida.

Mi sueño es inquieto y lleno de fantasmas; mis padres, el accidente, mi soledad… en medio de esa aplastante dinámica, aparece un hombre llevando en el cuello el crucifijo que me encontré, dice que se llama Esteban y me pide que le diga a Concha, que no la abandonó, lo asaltaron y se arrastró como pudo al sótano para esperarla, pero murió antes de que ella llegara.

En ese momento, me estremecí y desperté. El sol entraba por la ventana que dejé entreabierta, y me dispuse a arreglarme, deseaba ir a la playa, quedé con Esperanza, una amiga de la infancia, de ir a Miramar, recordar tiempos felices.

Fue un día agradable, nos asoleamos y nadamos un poco, ella, no deseaba casarse, le gustaba la libertad, yo, esperaba tal vez un imposible… al atardecer me dejó en mi hotel y de nuevo la soledad y la angustia, se adueñaron de mí. Llega a mi mente, el sueño de aquel hombre, Esteban que me pide decirle a Concha que no la abandonó. En ese momento, recuerdo el extraño pasaje que viví o… creí vivir en la casa de mi abuela. Me cambio de ropa y decido ir a los rumbos de mi infancia, de nuevo me siento en el escalón de la casa de mi abuela y no pasa nada, ¡nada! Con cierta decepción, decido regresar al hotel, pero primero paso por la casa abandonada y me sorprendo porque veo una mujer, parecida a Concha, entrar a ese lugar, espero un rato y al recordar la petición de Esteban, me animo a seguirla, pero de nuevo la veo salir y dirigirse rumbo a la casa de mi abuela, la sigo y la veo entrar, la casa se ve abandonada y destruida por dentro, sigo a Concha que se sienta sobre los restos de una silla rota y empieza a llorar, me acerco a ella, le pongo una mano sobre el hombro y le enseño el crucifijo. Al verlo, para de llorar y le explico:

—Él no te abandonó, lo asaltaron y se arrastró para esperarte en el sótano, pero murió antes de que tú llegaras, me dio esto para ti.

Al ver el crucifijo, se le iluminó el rostro, tomó con amor la joya y sonriéndome solo me dijo:

—Gracias niña, Dios te lo pague. ¡ah!, tus padres están felices, quieren verte sonreír de nuevo, dicen que encontrarás pronto el amor.

En un instante, me veo en la penumbra en aquella casa querida, Concha no está ya, huele a humedad, a viejo, a tiempos pasados. Me siento reconfortada y creo que entendí el mensaje, sonrío y salgo de aquel lugar donde fui muy feliz, el crucifijo, ya no está en mis manos.

Camino rumbo a la plaza de la libertad y paso de nuevo por la Casa Gándara, extrañada, veo salir a un hombre joven y con un impulso irresistible e inconsciente lo sigo, me sorprendo al verlo parado frente a la casa de mi abuela, sacar una vieja llave y abrir la puerta, sintió que yo lo miraba y volteó a mirarme, me sonrió diciéndome.

—Debo estar loco, acabo de comprar esta casa porque me gusta lo viejo. Veo que me miras con extrañeza.

Yo le respondo:

—En esa casa, vivió mi abuela y guardo bellos recuerdos de ese lugar.

Con una sonrisa franca me die.

—Entonces, acompáñame a verla por dentro, es una gran coincidencia. Me llamo José Alberto del Moral.

Sin pensarlo, acepto la invitación y entramos juntos a ese querido lugar lleno de recuerdos. Al abrir la puerta, me dice:

—Yo viví de niño en la casa que colinda con el patio trasero, y siempre me gustó, por eso, decidí comprarla.

Sentí una extraña atracción por aquel apuesto hombre. Lo primero que veo en la cocina, fue la cara sonriente de Esteban y Concha tomados de la mano con su crucifijo en el cuello. Solo yo los pude ver.

El tiempo ha pasado, los extraños acontecimientos y el encuentro con José Alberto, fueron obra del destino. Hoy, nuestros dos hijos corren desde la casa hasta el patio. Conservamos tal cual esta casa que ahora es nuestro hogar.

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