Durante los últimos tres años, varias ocasiones escribí aquí acerca de los riesgos que representaba tanta apatía gubernamental frente a la crisis del agua que agobia a la mayor parte del estado, pero con más severidad a la capital del estado.
Advertí sobre el costo que esa irresponsabilidad oficial podría significar para nosotros, los ciudadanos, porque podría llegar el momento en que nos quedáramos, literalmente, sin agua para consumo humano.
A pesar de que la madre naturaleza se comportaba cada vez más severa, regateándonos la lluvia, y de que como consecuencia de ese fenómeno climático los pozos y presas que abastecen del vital líquido a las ciudades se estaban agotando, los tres órdenes de gobierno seguían de brazos cruzados.
Cada que, como reporteros, les preguntábamos sobre el asunto a los funcionarios de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y de su par a nivel local, la desaparecida Comisión Estatal del Agua (Ceat), la respuesta era la misma: no pasa nada. Tenemos agua para otros dos años, sin problema.
No lo admitían abiertamente, pero en realidad una y otra instancia gubernamental estaban esperando que la misma naturaleza viniera a hacerles su chamba, resolviendo la crisis del agua con un huracán o al menos una buena temporada de tormentas.
“Septiembre es el mes más lluvioso del año y seguramente ahí nos vamos a recuperar”, nos decían. Sin embargo, a escasos tres días de que termine septiembre las lluvias no han llegado, y mientras tanto la escasez de agua se sigue agravando.
En el caso de Victoria, la presa “Vicente Guerrero”, su principal fuente de abastecimiento, está a punto de romper, hacia abajo, el nivel del 10 por ciento de su capacidad. Tiene apenas 400 millones de metros cúbicos, cuando su capacidad es de tres mil, 900 millones de metros cúbicos.
De los pozos tradicionales que aportan agua a las familias victorenses, ni hablar, porque esos también están operando al mínimo.
Como podemos ver, el destino nos alcanzó porque estamos a punto de entrar a un escenario, como aquel sobre el que tanto he insistido, de quedarnos completamente sin agua.
Por lo menos eso es lo que parece decirnos el secretario de Recursos Hidráulicos del gobierno del estado, Raúl Quiroga, cuando anuncia que recomendarán a los alcaldes extremar las medidas de cuidado del agua, y exigirán lo mismo a la población. Nada de regar jardines o banquetas. Nada de lavar vehículos.
Es aplaudible esa medida, de obligarnos a cuidar la poca agua que tenemos, pero no será suficiente para salvarnos de una catástrofe, por lo que esperamos que los gobiernos no vayan a querer seguir en la misma postura de esperar sentados a que la naturaleza nos salve con sus lluvias.
Todavía hay tiempo, poco, pero hay, para diseñar alguna estrategia que nos proteja de una eventual situación en que no haya agua ni para beber.
Por cierto, ahora que ya sabemos que en el presupuesto federal para el 2023 no se tienen proyectados recursos para el inicio de la línea dos del acueducto, “Guadalupe Victoria”, es momento de que el gobierno estatal asuma como suya la obra y que la arranque con recursos propios. Como en todo, hay prioridades, y esa es una prioridad para Victoria.
De hecho, como le decía recientemente, si esta vez no se aprueban recursos federales para el acueducto, ya no se aprobarán, porque en el 2024 la decisión del presupuesto ya no será de Andrés Manuel López Obrador, sino de su sucesor.
ASI ANDAN LAS COSAS.