abril 29, 2024
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Libertad García Cabriales

El eterno florecimiento de un místico del poder

marzo 18, 2024 | 272 vistas

“Admiro a Juárez por una última razón, que en su tiempo poco o nada significaba pero que en los nuestros parece increíble: una honestidad personal tan natural, tan congénita, que en su época no fue tema de conversación ni de alabanza”: Daniel Cossío Villegas.

Nada es comparable a la belleza de la primavera. Ninguna estación es capaz de movernos y conmovernos tanto. El tiempo del florecimiento, de la renovación, de la cíclica resurrección. Época de intensos colores, olores y calores; la primavera es el mejor recordatorio para sabernos vivos. El mejor momento para renovarse, transformarse y recomenzar. El equinoccio que nos muestra la interminable lección de la naturaleza y su metamorfosis: el milagro de la vida.

La estación que regresa cada año con su mensaje de esperanza.  Un mensaje ilustrado en plenitud por la mitología griega: Perséfone (Proserpina) era una hermosísima doncella raptada por Hades, un dios del submundo. Su madre, la diosa de la fecundación se deja llevar por el dolor y la tristeza de perder a su hija lo que provoca el invierno y la muerte en la tierra. Más tarde a la madre-tierra se le concede que su hija vuelva una vez al año haciéndola renovarse y florecer. Así surge la primavera en el mito donde se nos recuerda además que, pese a la muerte, siempre queda el polen de la vida.

Y la primavera es también la estación del amor. Porque al mismo tiempo que los azahares, las bougainvilleas y los palos de rosa exhiben su deslumbrante belleza, los seres vivos exteriorizan su pasión en un país bendecido por el sol. Tiempo de fertilidad y apareamiento, pero también de florecimiento interior. En la primavera de la naturaleza tenemos el mejor ejemplo de la necesidad de renovarnos. Una renovación que no debe quedarse en el guardarropa o la apariencia, sino debe incluir también el corazón. Renovar los votos del amor, la fuerza de los deseos, las ganas de vivir.

Fecha donde habita también la memoria de un mexicano inmortal: Benito Pablo Juárez García, el hombre que logró trascender su tiempo con acciones dejado huellas indestructibles en la historia nacional. Y nacer con la primavera zapoteca, bajo la protección de la montaña, le dotó a Juárez de una voluntad férrea, capaz de enfrentar cualquier adversidad. Un indígena que aprendió a golpes de desesperanza a nunca bajar la mirada ante nadie. Un gobernante que resistió guerras, intervenciones, exilios y traiciones. Un mexicano reconocido universalmente. Un héroe humilde, modesto, inolvidable.

Primavera que no muere en el ejemplo de un místico del poder. Memoria no sólo en calles, monumentos y libros sino habitando el corazón de muchos mexicanos porque más allá de la “historia de bronce” el benemérito se crece día con día en el ejemplo de sus acciones de gobierno, en sus discursos, en sus cartas.  Nadie que haya leído sus textos puede quedarse indiferente. Las cartas escritas a su esposa Margarita son testimonio de su ser más humano. La triste separación en la que vivieron por mucho tiempo mientras el defendía la república, la muerte de cinco de sus hijos, las privaciones económicas y afectivas fueron terribles pruebas de vida, pero nunca lo vencieron. En nuestra historia, donde casi todos los héroes venerados son los vencidos, la vida de Juárez resulta excepcional. ¿Quién más podría llevar en un carruaje a la república? ¿Quién más ha podido conjuntar inteligencia, valor, talento político, tenacidad, honestidad, ética y heroísmo? ¿Quién como él para dar la batalla al imperialismo y al oscurantismo?

Salvo la muerte que le llegó con una dolorosa angina de pecho, nada detuvo a Benito Juárez en su anhelo de construir una república con fundamentos cívicos. La mayoría de los especialistas así lo reconoce: antes de Juárez no había República: “Ingobernabilidad, escasas nociones de lo nacional, pobreza intolerable, analfabetismo generalizado, erario precario, comunicaciones escasas”.  Antes de Juárez y la brillante generación que lo acompañó todo parecía caos. Después vino el Congreso Constituyente de 1857, las Leyes de Reforma, el Registro Civil, el Estado Laico, la derrota del Imperio, entre otras muchas acciones. Porque ya lo dijo otro gran oaxaqueño, Don Andrés Henestrosa, Juárez fue ante todo un hombre de acción y pensamiento.

En el inicio de otra primavera, su ejemplo sigue presente. Pese al olvido de quienes pretenden sepultarlo, el benemérito goza de cabal salud. No en vano Enrique Florescano dijo que la biografía de Juárez es la historia de la construcción política y moral de la república.  Un hombre que supo lograr y transformar. México lo necesita hoy como siempre.

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