febrero 22, 2025
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Mauricio Zapata

El hielo

febrero 21, 2025 | 78 vistas

No estoy frente a ningún pelotón de fusilamiento ni mucho menos soy coronel, pero no sé por qué, esta semana me acordé de aquella tarde cuando mi padre me llevó a conocer el hielo.

‘Cien años de soledad’ es uno de mis libros favoritos. Lo leí en mi adolescencia, luego por ahí de los veintitantos años y después cuando cumplí los 40.

Fue también una de las historias que más le gustaron a mi papá y, quizás por ello, me llevó a conocer el hielo.

Hago referencia a la novela de García Márquez porque así inicia: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”.

Pero esta es otra historia… mi historia.

Cuando aquella vez me llevaron a conocer el hielo.

Mi padre me llevó a conocer el hielo una mañana de diciembre. Madrugamos tanto que la ciudad apenas despertaba cuando tomamos la carretera. Iba yo en el asiento trasero de aquella Brasilia 76 que teníamos entonces. Hablamos que el suceso fue por ahí de 1982, quizás.

Entre el sueño y la emoción, con la certeza de que aquel día quedaría grabado en mi memoria como una cicatriz en la piel. No podía ser de otra forma: mi padre me había prometido llevarme al Popocatépetl, y él jamás rompía sus promesas.

Aquel volcán me había obsesionado desde la primera vez que lo vi. Es uno de los paisajes que tiene a su alrededor la Ciudad de México. En esa época vivíamos en el último piso de un condominio al sur del entonces Distrito Federal y por una de sus ventanas se apreciaba el volcán en todo su esplendor. Era lo primero que salía ver todas las mañanas.

Su silueta majestuosa dominaba el horizonte y en las tardes despejadas se dejaba ver como un guardián milenario. Lo imaginaba imponente, sus nieves eternas resguardando secretos de otras eras. Creía que en sus entrañas dormía el tiempo mismo, como en un libro de García Márquez. Mi padre, sabiendo de mi fascinación por esa montaña y él por “Cien años de soledad”, solía bromear diciendo que íbamos en busca del hielo de Melquíades.

Y es que, para colmo de las coincidencias, el condominio donde vivíamos se ubicaba en una privada llamada “Rinconada Macondo”. Era un conjunto de ocho edificios, y cada uno de ellos tenía el nombre de los personajes de esa novela. Donde nosotros vivíamos se llamaba “Babilonia”.

Pero volviendo a la ida al hielo, el camino serpenteaba mientras ascendíamos. La vegetación cambiaba, los árboles se volvían escasos y la neblina se adueñaba del paisaje. Mi padre conducía con la destreza de quien conoce bien la ruta, mientras yo miraba por la ventana esperando que de un momento a otro apareciera el hielo.

Y apareció. Primero tímido, en pequeños parches blanquecinos junto a la carretera. Luego en placas cristalinas que cubrían las piedras. Finalmente, en un manto que se extendía ante nosotros cuando llegamos a nuestro destino. Bajé del coche de un salto y corrí hasta la nieve. Hundí las manos en ella y la sentí como un puñado de estrellas frías. No era solo agua congelada: era historia, era mito, era el mismo hielo que los gitanos llevaron a Macondo.

Mi padre me miró con esa media sonrisa que guardaba para los momentos importantes. Se agachó, recogió un poco de nieve y la dejó derretirse en su palma. “El hielo es como la memoria”, dijo. “Al principio parece eterno, pero con el tiempo se disuelve y desaparece”.

Me quedé en silencio, sintiendo el frío en mis dedos. Supe entonces que esa imagen, esa sensación, no se derretiría jamás. Que la guardaría conmigo como un relicario, como el Popocatépetl guardaba sus nieves. Como Macondo guardó el recuerdo de aquel hielo que, un día, también fue un descubrimiento maravilloso.

Ese pasaje es, quizás, uno de los domingos que con mayor emoción y cariño guardo en mi memoria.

EN CINCO PALABRAS.- Los recuerdos llenan muchos vacíos.

PUNTO FINAL.- “El hielo no es agua congelada, es la memoria del agua”: Cirilo Stofenmacher.

X: @Mauri_Zapata

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