mayo 25, 2024
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Alicia Caballero Galindo

El hombre que decidió morir III

enero 4, 2024 | 172 vistas

Alicia Caballero Galindo

Con dolor se desprendió de aquella escena en su casa, caminó como sonámbulo guiado por aquel pequeño, unas calles más adelante, sin saber cómo se encontró frente a la casa de su hija.

—¡No puede ser cierto! Lo que estoy viviendo, pensaba. Mi hija, vive en otra ciudad lejos de aquí, sin embargo, ¡esa es la puerta de su casa! ¡no sé cómo llegamos hasta aquí! Mi cabeza da vueltas y vueltas pero no le encuentro sentido a nada, parece una pesadilla ¡esto no tiene pies ni cabeza!

Sintió que el niño tiraba de su mano, lo veía con sus grandes ojos, movía la cabeza con desaprobación y tiraba de su mano, llevándolo a la casa de su hija. Entraron por la puerta principal sin ser vistos siquiera, subieron las escaleras y entraron a la recámara de las gemelas. Las niñas lloraban desconsoladamente y preguntaban a su nana

—¿Por qué tuvo que morirse mi abuelo? Lo extrañamos mucho y mi abuela está cada día más triste, ¡yo no quiero que ella se muera también! Ayer la escuché decir que no quería vivir porque   se sentía sola sin mi abuelo y que, si se moría, tal vez pudiera encontrarlo. ¡Pero si se muere, no la veremos más!

La otra gemela abrazándose a su nana decía también llorando:

—Yo vi a mi mami llorar en la cocina cuando creía que nadie la veía, ella sufre por lo que está pasando, aunque cuando está con mi abuelita ponga cara sonriente.  ¿Y si se muere también? Nos dejaría solitas con papi, él no sabe contar cuentos y también se pondría triste porque la quiere mucho.

La nana, las abrazaba y no podía hablar porque tenía un nudo en la garganta.

Daniel se sentía consternado y caminó hasta la habitación donde estaba su esposa, se encontraba recostada entre almohadas y tenía los ojos cerrados, pero las lágrimas rodaban por su rostro. Él se acercó hasta su cama para consolarla, pero ella parecía no verlo. Entre sollozos y con una voz apagada decía:

—¿Pero por qué Daniel se dejaría morir? ¿Por qué fue tan egoísta y no pensó en mi ni en todos los que lo quieren? Ahora es demasiado tarde. Ya no está para escucharme, no quiero volver a esa casa solitaria; ¡tantos recuerdos! ¡tanta soledad que se respira sin él, esperaré a que Dios me llame, ¡es lo único que me queda!

En ese momento, Daniel, no pudo más y rompió a llorar; nunca pensó que al morirse causaría tanto trastorno a los suyos. Gritaba desesperadamente pero no escuchaba su propia voz.  Pero ¿realmente estaba muerto? ¡Bueno! Lo pensó y lo deseó en medio del hastío cotidiano de su vida rutinaria, pero ¡él amaba a su esposa, a sus hijos y a sus nietas! ¡nunca pensó que causaría su ausencia tanto dolor. ¡no, no quería morir! ¡pero era demasiado tarde, no podría haber viajado a otra ciudad ni recorrido tantas partes ni hubiera visto tantas cosas si estuviera vivo porque eso no era posible. Volteó a ver al niño aquel que lo llevó en su recorrido y lleno de angustia le preguntó

—¿Realmente estoy muerto? ¡Quién te mandó para que me llevaras a tantas partes!

El niño se encogió de hombros y empezó a llorar apretando su viejo y despintado camión y corrió para perderse en la oscuridad y Daniel se quedó en medio de la bruma desconcertado y angustiado. Caminó y caminó en silencio sin saber cómo llegar a su casa y no sabía si estaba vivo o muerto en realidad.  De pronto escuchó algo que lo hizo reaccionar, su perro ladraba desesperadamente y jalaba su pantalón. Al volver la vista al piso, descubrió que estaba cómodamente sentado en su sillón frente al televisor y el teléfono sonaba insistentemente. ¡todo fue un horrible sueño! ¡pero que cerca de su realidad! ¡Se quedó dormido frente al televisor! Apresuradamente se levantó a contestar y sintió una inmensa alegría al ver que estaba vivo. Era su hija la que llamaba para decirle que su mamá había llegado bien, entonces Daniel le dijo:

—Hijita, las extraño mucho, mañana mismo me voy con ustedes a pasar allá la Navidad, un grito de alegría de las gemelas que estaban en la extensión se escuchó y Daniel sonrió.

Lo que no sabía era que sus hijos estarían presentes pues le prepararon esa gran sorpresa.

En la puerta, se escucharon unos golpes y corrió con aire juvenil a abrirla, se quedó paralizado de asombro porque ahí estaba el niñito andrajoso y descalzo con un carrito de madera despintado que le faltaban las ruedas, con una sonrisa solamente le dijo:

—¿Me puedes ayudar? Mi mamá murió y mi papá toma mucho; ¡tengo hambre y frío! ¡Me perdí, no sé cómo llegar a mi casa! ¿Podría ayudarme?…

FIN…

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