febrero 23, 2025
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María José Zorrilla

El horror del fuego

enero 12, 2025 | 141 vistas

María José Zorrilla

 

Quienes hemos atestiguado enormes incendios nos ha quedado una impronta difícil de borrar. El abrasante fuego se presenta como una enorme bestia que va exterminando todo a su paso y las flamas avivadas por el viento son algo que sólo viéndolas de cerca se puede explicar el horror. Ayer leía con tristeza lo que Lisa Brackmann habitante del área de los Ángeles y autora de más de seis novelas de suspenso incluida Rock Paper Tiger ponía en su Facebook. Estaba horrorizada por la devastación de su amado LA pero también impactada por el odio, apatía y poco sensibles comentarios de muchos medios en donde multimillonarios, políticos y millones de personas se abalanzaron a los medios para postear mensajes en las redes sociales con bastante poco sentido de solidaridad. Algunos criticando las labores de los bomberos y la guardia nacional como si fuera fácil controlar actos de la naturaleza de esa envergadura ante fuegos avivados por vientos huracanados de hasta 160 kilómetros por hora. En estos momentos no dejo de pensar en toda la gente que perdió seres queridos y lo peor es que las víctimas pueden aumentar considerando el tamaño de la conflagración ya considerada por muchos como la peor tragedia humana, económica y forestal en Estados Unidos. Tampoco dejamos de pensar en quienes perdieron sus casas y sus pertenencias indistintamente si tenían dinero o no. Tan trágico para uno como para otro perder parte de su vida, sus memorias, sus recuerdos, sus objetos personales además de parte de su capital o incluso para añadirle más al drama todo su capital.

Recuerdo aquella noche cuando recibimos una llamada sobre un fuego que se estaba propagando en las afueras de Ciudad Victoria en una de las plantaciones henequeneras por el aeropuerto. Entre 1950 y 1970 el auge henequenero no solo se vivió en Yucatán, aunque pocos lo sepan en el centro y sur de Tamaulipas esta planta de la familia de los agaves fue importante sustento para miles y miles de familias. Había sido transportado desde Yucatán a principios del siglo XX por mi abuelo Salvador Zorrilla por instrucciones de su tío Bernardo Zorrilla Beltranilla. Para mi padre el henequén era parte de su vida y aunque no era su rancho el que se quemaba acudió al llamado haciéndose presente para tratar de ayudar en las maniobras de abrir brechas para cortar el avance del fuego y evitar que brincara a propiedades contiguas incluyendo la nuestra. Ya los caporales de la región se habían dado aviso y sin celulares ni telefonía de ningún tipo en menos de una hora los vecinos de los ranchos contiguos ya estaban allí con machete en mano abriendo caminos anchos y sacrificando algunas plantas para evitar la propagación de un fuego que incendiaba los agaves como yescas de papel por lo fibroso e inflamable de su estructura. Tendría diez o tal vez once años y los recuerdos son vagos en los detalles, pero no en lo impresionante de aquellas enormes lenguas de fuego extendidas a lo largo de decenas y decenas de hectáreas. Por suerte no había ninguna casa habitación en la zona, ni víctimas que lamentar, solo hileras e hileras de henequén ardiendo a media noche; los propietarios de los ranchos haciendo lo que podían y los jornaleros trabajando en perfecto orden y coordinación como si hubieran sido entrenados. Eran gente de campo acostumbrada a incendios forestales y muy avezados en controlar las llamas sin una solo gota de agua. El agua es escasa en la región y los ranchos contaban con un pozo de agua que se hacía trabajar con un papalote o molino de viento para extraerla. Jamás podría servir para silenciar aquellas voces del enfurecido dios fuego que parecía engullir el jugoso alimento que le brindaba aquel maguey como si de un elixir se tratase. Finalmente, los jornaleros hicieron su trabajo después de varias horas de arduo trabajo coordinado. No recuerdo si llegaron los bomberos, pero si las cadenas humanas para darles agua a los trabajadores que controlaron ese infierno que se ha hecho presente ahora ante la catástrofe que azota a California y nos pone a reflexionar sobre el cambio climático y la urgente necesidad de tomar medidas extremas de prevención para evitar otra hecatombe de esas proporciones.

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