Mauricio Zapata
En Tamaulipas hay alcaldes malos, pésimos… y luego están los que ni siquiera alcanzan ese estándar.
Algunos creen que gobernar es posar para la foto, tomarse un café con los compadres y salir en los noticieros con sonrisas falsas y promesas recicladas.
Hablemos de los cinco que se esmeran en hacer las cosas peor que mal.
En Victoria, Eduardo Gattás se convirtió en sinónimo de desilusión. Prometió agua y entregó excusas. La capital tamaulipeca sigue oliendo a abandono, con calles destrozadas y colonias que viven en la sequía del olvido. Su gestión ha sido tan gris que ya compite con el pavimento deslavado de la Calzada Luis Caballero.
Matamoros no se queda atrás. Beto Granados confundió popularidad con mediocridad. Apostó por la pasividad y la comodidad del cargo, y ve al municipio como un cascarón de lo que pudo ser. Los problemas de drenaje, alumbrado y baches siguen como si nada. Gobernar, para él, es simplemente no estorbarse solo.
En Mante, Patricia Chío se dedica a hacer política de redes sociales, creyendo que subir selfies es equivalente a mejorar la ciudad. Ni desarrollo económico, ni seguridad, ni inversión: solo likes y frases motivacionales sin sustancia. Es el claro ejemplo de una alcaldesa influencer sin influencia real.
Altamira, con Armando Martínez, sigue atrapada en discursos de crecimiento industrial mientras las colonias viven sin servicios básicos. Su desconexión con la realidad es tan profunda como los baches que decoran el municipio. Cree que hablar bonito es suficiente. No lo es.
Y en Río Bravo, Miguel Almaraz, el alcalde que menos se nota… para mal. Su invisibilidad política ha dejado un vacío de liderazgo que pesa más que cualquier promesa incumplida. Su paso por el cargo será recordado como un suspiro: breve, insípido e intrascendente. Solo se le ubica como aquel que se echó unas copas en su oficina ¡y las publicó!
Cinco alcaldes, cinco decepciones.
Tamaulipas no merece políticos de cartón ni gestiones que parecen ensayos de estudiantes reprobados de administración pública.
Porque una silla vacía hace menos daño que una silla mal ocupada.
EN CINCO PALABRAS.- Para eso querían el cargo.
PUNTO FINAL: “El poder sin sentido común es una bomba en manos de un niño”: Cirilo Stofenmacher.
X: @Mauri_Zapata