Leocadio Juárez nunca olvidará aquel momento cuando frente a un cajón de madera lleno de monedas de oro y vajillas de plata, en el fondo de la cueva del sargento, unas voces, recias, como de militares, le ordenaban que retrocediera y no tocara aquel tesoro.
Las voces parecían venir de la parte más oscura de aquella caverna, pero él no lograba ver a nadie.
Recuerda que al escuchar aquellas órdenes se quedó inmóvil por unos minutos, con la boca reseca y la frente bañada en sudor.
Después de un tiempo en silencio, ignorando aquellas órdenes de ultratumba, dio unos pasos hacia el cajón con las monedas, tomó todas las que cupieron en su morral de ixtle y en los bolsillos del pantalón y camisa y sin pensarlo salió corriendo a toda prisa fuera de la cueva, hasta donde estaba el rebaño de cabras que pastoreaba.
Emprendió el descenso de la montaña junto con su pequeño ganado y cuando llegó a su casa se encerró en el cuarto donde dormía y vació el morral y sus bolsillos en el viejo catre que estaba pegado a una ventana de tablas que daba hacia la calle.
Había más de cien monedas de oro y algunos utensilios de plata, entre ellos un plato con un escudo real en el medio.
Desconfiado y temeroso de que alguien descubriera el tesoro y quisiera ir a sacar el resto de la cueva, lo envolvió en un cuero de venado y lo enterró abajo del camastro.
Esa noche se recostó pensando en un plan para traer todo el tesoro encontrado, pero cuando había logrado pegar los ojos, algo golpeó con fuerza la ventana de tablas y al mismo tiempo la puerta de cuarto.
Leocadio se levantó de un salto y se paralizó del miedo cuando escuchó las voces de la cueva exigiendo que regresara lo que no era suyo.
Tan pronto amaneció Cayo desenterró el tesoro y emprendió el camino de regreso a la cueva resuelto a devolver las monedas y las vasijas.
Una vez adentro de la cueva escuchó otra voz, era igual de hombre recio, pero esta vez el tono era más conciliador.
Regresaste, le dijo la voz, y por eso te vamos a dejar que te quedes con lo que te llevaste, con una sola condición, que le entregues la mitad de todo a doña Refugio Montes y si ella no lo pudiera recibir debes entregárselo a la hija o hijo más grande de edad que ella tenga. La encuentras en La Joya o en Las Antonias.
Tal como le indicó aquella voz, Leocadio se fue a buscar a doña Refugio.
Continuará…