Mauricio Zapata
En el anterior Punto por Punto versión fin de semana, abordé un relato sobre anécdotas que nos sucedieron cuando de jóvenes llevamos serenatas.
Algunos amigos y compañeros de generación de la tunería la leyeron y recordaron otras aventuras y hazañas vividas cuando dimos “gallo” en nuestras andanzas en la Tuna Universitaria.
En algunas de ellas sí me tocó asistir y vivirlas.
En otras, por alguna razón no estuve, pero sí las supe en su momento y fueron o han sido motivo de charlas.
Y a raíz de aquella columna y los comentarios surgidos, se dieron más casos para contarlos en esta versión sabatina de este comentario editorial.
Comenzamos:
LOS PERROS.- Fue una noche de viernes por ahí de 1993. Quizás era en los últimos días del verano de ese año. Los tunos se aprestaron en la dirección indicada. Se comenzó con las canciones. Fue una, luego otro y una tercera más. Canciones románticas que hablaban del amor. No recuerdo si era para la novia de alguno de los integrantes de la estudiantina. Se encendió una luz y el solicitante de la serenata se emocionó pensando que la chica saldría a recibir la música y a darle un beso. Pero quien salió fue el papá de la chica con un par de perros Pastor Alemán. ‘Patas pa’ qué te quiero’. Se emprendió la huida. Adiós amor, adiós romanticismo y adiós la serenata.
JOHNNY.- Aclaro que era otra época en donde el chip de la mayoría de la gente era muy diferente al actual. No era intolerancia –insisto- era otra manera de ver las cosas, eran los noventas. Un chico pidió a los de la Tuna una serenata. Se pactó la fecha, la hora y el lugar. Los cancioneros llegaron a la cita puntual. Llegó el solicitante y pidió que se empezara con una canción. La segunda fue a criterio de los tunos. Hubo una tercera también solicitada por el que había pagado la serenata. Se encendió la luz de la recámara. ¡Cayó la “víctima”! Se abrió la cortina y oh sorpresa, era un chico, que al parecer se llamaba Johnny. La serenata siguió, sin embargo, se convirtió en una serenata sui géneris o poco común para la época.
EL NO.- Llegamos a cantarle a la chica. Fue en la colonia Mainero. Estaba dispuesto a pedirle a la muchacha que fuera mi novia. Era amiga de la mayoría de los de la Tuna. Una vez que saliera al balcón se le haría la petición del noviazgo. Y así fue. A la segunda canción salió, pero de pronto nos entró la timidez y esperamos hasta la cuarta o quinta melodía. Me acerqué a la chica y le dije lo que tenía que decirle. Y todo habría sido perfecto salvo la respuesta: “no”. Fue una negativa rotunda que acabó con la parranda de esa noche.
LA YEGUA FINA.- Esta no fue con la Tuna. Éramos tres: Martín, Carlos y yo. Andábamos de juerga un viernes por la noche en la Ciudad de México. Traíamos una guitarra en la cajuela del carro y pasamos cerca de la casa de una amiga. Se llamaba Maru y le decíamos (solo entre nosotros) “La gorda pelos”. No me pregunten por qué. No era una serenata romántica. Pero hubo canciones de ese corte. La idea era echar desmadre entre nosotros y ella. Pero a Carlos se le ocurrió cantar una ranchera que nada tiene que ver con una serenata: “El cantador” y comenzó aquel con la primera estrofa…
“Nació bajo de una higuera su madre era yegua fina…”. Entonces salió la madre enojadísima y no solo nos aventó agua con una cubeta sino nos mentó la madre y obviamente nos corrió.
Esas son solo anécdotas de la juventud.
No todas las serenatas terminan en “anécdota”.
Hasta aquí los relatos de fin de semana.
EN CINCO PALABRAS.- Qué tiempos aquellos de juventud.
PUNTO FINAL.- “Recordar es como verse en un espejo”: Cirilo Stofenmacher.
Twitter: @Mauri_Zapata