Catón.-
Tenía una bendición: era poeta. Tenía una maldición: era poeta. Se apellidaba Ortega. Moreno, enclenque, bajito de estatura, era uno de los innumerables bardos -así gustaban de llamarse- que pululaban por las cantinas de Saltillo en los mediados del pasado siglo. La obligación profesional de esos liróforos era morirse de hambre, y ese Ortega la habría cumplido religiosamente de no ser porque un cuñado suyo fue elegido secretario de la sección local del Sindicato de Ferrocarrileros, y una de sus primeras provisiones fue inscribir en la nómina a una profusa parentela de hermanos, primos, sobrinos, tíos, yernos y cuñados. Ya sin hambre, al bardo Ortega se le acabó la inspiración. Dejó de escribir odas -a Hidalgo, a Juárez, a Panchita Lico, de la que estaba enamorado sin esperanza-, composiciones que hacían decir a sus envidiosos críticos: “Está bien que hagas versos, pero no odas”. Sucedió que una tarde los intelectuales de la ciudad -había tres- estaban discutiendo en el café acerca de Ortega y Gasset. Llegó en eso otro de los contertulios, y uno le preguntó: “¿Qué opina usted de Ortega?”. “¡Ese Orteguita! -respondió el interrogado, desdeñoso-, Desde que se metió a los ferrocarriles está perdido para la poesía”… Desciendo ahora a terrenos menos elevados y digo que soy uno de los muchos a quienes ha desconcertado la actuación de Ricardo Monreal en estos días últimos. Varias veces encomié su autonomía frente a las consignas de López Obrador, pero desde aquella malhadada visita de los senadores al Palacio Nacional el zacatecano parece haberse sumado, sonriente y agradecido, a la corte de vasallos del monarca, y hoy da la impresión -penosa impresión- de que pone el interés personal y la ambición política por encima de su deber con la República. Luego de la acertada decisión de la mayoría de los ministros y ministras de la Suprema Corte, decisión que echó abajo la primera parte del anticonstitucional Plan B de AMLO, Monreal se hizo eco de los denuestos y diatribas del enfurecido tabasqueño, y llegó al extremo de amenazar a los ministros con fincarles juicio político. Desconozco al senador, y me pregunto si está perdido para la política de altura, para la independencia de criterio y, sobre todo, para la dignidad personal… Sor Bette, la directora del Colegio de la Reverberación, les habló a las niñas de primer año acerca del Juicio Final. “Entonces será el llanto y el crujir de dientes -les anunció-. Vivos y muertos comparecerán ante el Supremo Juez, quien los juzgará y los enviará, según dicte su divinal justicia, ya a los profundos abismos del infierno a sufrir condenación eterna entre las llamas, ya a las perennes bienaventuranzas de la morada celestial. ¿Tienen alguna pregunta?”. Rosilita, el equivalente femenino de Pepito, levantó la mano: “¿Habrá clases ese día?”… El niñito le dijo a su papá: “Tú te sabes muchos cuentos: el de la Cenicienta, el de Caperucita Roja, el de Pulgarcito. Mi mami no se sabe ninguno”. “Cómo no -lo corrigió su padre-. A mí todas las noches me cuenta uno”. “¿De veras? -se interesó el pequeño-. ¿Cuáles cuentos te cuenta?”. Respondió el señor: “Uno es el de ‘Me duele la cabeza’ y otro es el de ‘Estoy muy cansada’”… FIN.
MANGANITAS
Por AFA
“Se irritó AMLO en su mañanera por la decisión de la Corte.”
Indignado, furibundo,
rabioso se le vio allá.
Si un váguido le dio ya
no le pegue otro segundo.