diciembre 11, 2024
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El Contador Tárrega

Un recuerdo que cobija

septiembre 1, 2023 | 446 vistas

Leí recientemente un bonito pasaje de la vida de Abraham Lincoln.

Cuando se convirtió en presidente de los Estados Unidos, su padre era zapatero, y la gente aristócrata de la élite política no veía con buenos ojos que el hijo de un zapatero fuera el líder máximo de la nación.

Tras el discurso inaugural del nuevo mandatario, un aristócrata muy rico se puso de pie y, tratando de humillarlo, le dijo burlonamente: “Señor Lincoln, no olvide que su padre solía hacer zapatos para mi familia”. El Senado entero se rió; pensaron que habían ridiculizado al nuevo presidente.

Tras mirar al hombre, Lincoln le dijo: “Señor, sé que mi padre hacía zapatos para su familia, y habrá aquí muchos otros para quienes también los hacía, porque nadie los hacía como él. Mi padre era un creador. Sus zapatos no eran solo eso, porque ponía su alma en ello al hacerlos. Quiero preguntarle: ¿tiene alguna queja? Porque yo mismo sé cómo hacer zapatos; si tiene alguna queja, puedo hacerle otro par. Pero hasta donde sé, nadie se ha quejado jamás de los zapatos de mi padre. Él era un genio, un gran creador, ¡y estoy orgulloso de mi padre! ¿Algo más que quiera agregar?”

Todo el Senado enmudeció y el interpelado tomó su lugar, avergonzado. Lincoln acababa de mostrarles la clase de hombre que era y por qué había llegado hasta donde estaba.

Aprendo muchas cosas de este pasaje, pero mencionaré solo dos de ellas.

Del padre de Lincoln aprendo que cuando pones el alma en lo que haces, por sencilla que sea tu labor, harás de ello una obra de arte, un acto creativo. Desde hacer un par de zapatos hasta educar a un hijo, el amor que le pongas, el entregar tu alma en ello, producirá zapatos –o hijos– de la mejor calidad (material o humana, según sea el caso) que no admitirán queja alguna debido a los buenos resultados que generarán. Y esto es una gran enseñanza para todos los padres.

De Lincoln aprendo que, en tanto que tus padres hayan hecho su mejor esfuerzo por proveerte de las cosas necesarias y por inculcarte buenos principios, eso es motivo más que suficiente para sentirte orgulloso de ellos y, de ser necesario, defenderlos ante cualquier necio que trate de menospreciarlos. Y esto es una gran enseñanza para todos los hijos.

Yo agradezco mucho a mi padre que siendo un hombre al que la vida no le dio muchas oportunidades, supo aprovechar las que tuvo, por amor a su familia. Habiendo quedado huérfano de padre y madre a los 12 años, empezó a trabajar desde esa edad, junto con su hermano Manuel, para sostener a sus hermanitas menores. Boleando zapatos, haciendo mandados y a como pudo, pasó de la niñez a una madurez prematura obligada por las circunstancias.

En cuestiones académicas, solo pudo estudiar una modesta carrera comercial y, ya adulto, siguió trabajando de lo que había. Fue taxista, evangelista (así les llamaban a las personas que se ponían en las plazas con una máquina de escribir para ayudarles a las personas que no sabían escribir a hacer cartas para enviar a sus familias) y otros oficios igualmente sencillos.

Ya más adelante, y debido a su esfuerzo y tesón, llegó a ser presidente de Reynosa. Tal vez alguien de la aristocracia local tampoco haya visto con buenos ojos que un ex taxista con solo una humilde carrera comercial llegara a ser el máximo líder de la ciudad, pero también esa tarea la desempeñó poniendo su alma en ello.

Tal vez por su difícil juventud y nuestra diferencia de edades (60 años), él no era muy expresivo conmigo, ni yo con él, pero recuerdo un sencillo detalle en el que pude percibir su amor por mí. Una tarde de un crudo invierno llegué de la secundaria, me eché boca abajo en mi cama y comencé a quedarme dormido, todavía con la chamarra puesta. Momentos después, escuché que mi padre entró a mi cuarto, fue por una cobija y me la puso encima. Un acto sencillo, para muchos tal vez insignificante, pero para mí muy significativo.

Gracias, papá, porque en mis días difíciles, cuando mi alma siente frío, el recuerdo de tu ejemplo de vida llega a mí y me cobija, tal como tú hiciste conmigo en aquella ocasión.

Quiero que sepas que, al igual que Lincoln con su padre, yo también me siento muy orgulloso de ti, aunque nunca te lo haya dicho. Que Dios te bendiga allá donde estás, hasta que nos volvamos a ver. Te amo, papá.

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