Después de escuchar la historia, Rosa decidió llevar a la niña a la casa de Evangelina; al llegar inmediatamente entró con tal familiaridad que se quedaron sorprendidas; lo más impresionante fue el recibimiento de Casiopea, la perra pastora que a nadie dejaba entrar por su bravura, Asunción la crio desde cachorrita y desde su muerte, la perra se había vuelto arisca, sin embargo, al ver a la niña, se acercó moviendo el rabo y con las orejas gachas, se tiró patas arriba para esperar que ésta le rascara, la niña le habló por su nombre reconociéndola como reanudando un antiguo diálogo. Las mujeres se quedaron sin habla, la niña con la mayor naturalidad dio un beso a Evangelina y entró sin esperar nada, se dirigió a la recámara de Asunción directo al álbum de fotos, donde reconoció a cada uno de los miembros de la familia de su madre. Fue a la cocina y buscó en un rincón de la despensa preguntando si no había mermelada de naranja, la madre de la joven se estremeció, era la preferida de su hija. En fin, Hortensia recorrió toda la casa como si hubiera regresado de un largo viaje, dejando desconcertadas a las dos mujeres. Éstas se sentaron en la sala un momento y la niña siguió deambulando por la casa, al poco rato escucharon las notas de la guitarra y la voz de la niña cantar. Fue imposible ya para Evangelina contener el llanto, y entre lágrimas y risas decía:
—Es la melodía que juntas cantábamos, ¡La voz es la misma, mi hija a vuelto! ¡Es un milagro!
—¡Imposible, mi hija jamás ha tenido una guitarra entre las manos! Siento como si estuviera dentro de una pesadilla de la que quiero despertar ¡Y no puedo!
Levantándose bruscamente se encamina hacia la niña y la toma de la mano
—¡Deja eso, vámonos a casa!
La niña la mira extrañada y se resiste
—Pero . . . ésta también es mi casa, quiero quedarme otro ratito ¡Por favor! Ahora tengo dos mamás.
Dijo la niña sonriendo con la mayor naturalidad. A espaldas de Rosa, estaba
Evangelina emocionada, acercándose a ellas tocó con delicadeza el largo cabello de la niña y ésta, se colgó de su cuello y le besó en la mejilla.
—¡Ella siempre lo hacía así, mi niña ha vuelto!
Fue tanto el fervor de la madre que creía haber recuperado a su hija que Rosa se frenó en su intento de irse y decidió dejarla otro rato.
—Gracias, no sabes cómo te lo agradezco; yo no entiendo nada de lo que está pasando pero Dios me está regalando una segunda oportunidad.
—Yo tampoco entiendo nada; hasta que mi hija te vio se inició todo esto. ¡No sé ni qué pensar!
Después de un rato, la niña bajó de su antigua habitación y les dijo a las dos madres
—Ya me quiero ir, pero quiero volver mañana ¿Puedo, mami?
Miró a su madre con ojos suplicantes, quien asintió con una sonrisa y empeño su palabra para volver al otro día. Al pasar por la sala, la niña se quedó viendo el retrato de bodas de Asunción y se quedó muy seria, de pronto, rompiendo en llanto, se abraza a las dos mujeres
Con miedo, señalando al esposo murmura con voz entrecortada
—¡Tengo miedo! ¡Él es malo! Paseábamos por el bosque aquel día; de repente se alejó de mí, me dijo que lo esperara en un claro del bosque, que iría a cortarme un gran ramo de flores, pero luego de un rato, regresó sin que lo viera. Me pegó con una piedra muy fuerte en la cabeza, me arrastró de los cabellos hasta aquella oscura cueva, ahí me volvió a pegar con otra piedra en mi cabeza. ¡Me dolió, mamita, me dolió mucho! Después. ¡Nada! Sólo oscuridad y silencio
Evangelina se desploma en una silla y rompe en llanto, Rosa no sabe qué hacer y la niña, recuperando la compostura, seca sus lágrimas y agrega.
Pero todo eso no importa, ya pasó, ya estoy aquí y las quiero mucho a las dos. Teresa, al fin más tranquila y asimilando poco a poco lo que estaba pasando, tomando suavemente a la niña de los hombros le dice
—¿Y tú recuerdas dónde queda esa cueva?
—¡Claro, mamita! está cerca del río, donde vamos cuando tenemos día libre
Evangelina levantando la vista le pregunta
—¿Y nos podrías llevar hasta ese lugar un día?
—¡Bueno, me da un poco de miedo ir! Pero si voy con ustedes, nada me pasará.
Ese mismo día, Evangelina denunció ante las autoridades sus sospechas del asesinato de su hija, acusando al viudo. Con ayuda de Hortensia encontraron el cuerpo de Asunción, su madre, después de llorar agradeció a Dios el haberla encontrado y tener una tumba donde sus restos descansen dignamente. Le dieron cristiana sepultura después de comprobar que realmente era ella. Del asesino, nada se sabía.
Una tarde que Hortensia jugaba en el parque, se cruzó en su camino un hombre; ella lo miró aterrorizada y gritando decía
—¡Es él, es él!
El hombre en cuestión la miró con extrañeza; de pronto, al ver sus ojos comenzó a temblar y la niña, con una voz que no era la de ella, empezó a murmurar.
—¡No tenías por qué golpearme! ¡La cueva estaba muy oscura y yo tenía mucho miedo y dolor! ¿Por qué lo hiciste? ¡¡POR QUÉ LO HICISTE!!
El hombre, corrió, cruzó la calle sin mirar y terminó muerto bajo las ruedas de un pesado autobús que pasaba en ese momento. La niña, con gesto inexpresivo miró la escena; unos cuantos segundos y dándose la media vuelta caminó hacia su madre.
Sin decir palabra, Rosa tomó a la niña de la mano y se encaminó a su casa. Al pasar frente al portón de Asunción, Evangelina salía; inevitablemente le sonríe y la abraza, ajena al incidente del parque. La niña, extrañada, se dirige a su madre
—¿Quién es ella, mamita? ¿Por qué me abraza con tanto gusto? ¡Me cae bien!
Espontáneamente se cuelga de su cuello y le estampa un sonoro beso y sigue su camino como sin nada.
Continuará…