septiembre 16, 2024
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El Contador Tárrega

Celebrando una vida

junio 23, 2023 | 368 vistas

El Contador Tárrega

Hace 15 años recibí una asignación de la iglesia que incluía supervisar las unidades de Río Bravo. Durante cinco años, visité esa ciudad casi cada domingo, y había una unidad a la que asistía una familia que me encantaba. Era un matrimonio joven con dos hijos, niño y niña, de unos cuatro y dos años respectivamente. Cuando coincidíamos en la llegada, se paraban para esperarme, con unas hermosas sonrisas que abarcaban toda la cuadra y me inyectaban una enorme dosis de alegría.

Era la familia de Crisanto Núñez y Cynthia Ortega, y sus hijos Neftalí y Cirely. Vi crecer a esos niños durante ese tiempo y siempre los recordé con cariño.

El fin de semana pasado, en uno de esos hechos que han enlutado a muchas familias en este país, la vida de Cirely fue segada. Tenía 17 años.

La invitación que pusieron sus padres para su funeral decía: “Celebrando una vida con una despedida temporal”. Y aquello realmente fue una celebración en la que el amor se desbordó, al igual que las lágrimas de nuestros ojos, pues la separación, no por ser temporal, es menos dolorosa.

Su hermano, que al momento del trágico evento se encontraba sirviendo una misión en otra ciudad, mencionó que cuando recibió la llamada para informarle lo ocurrido no se pudo contener y dejó salir todo el dolor que sintió su corazón, y agregó:

“No tenía ni fuerzas para levantarme de la silla donde estaba, pero entonces recordé un dibujo que mi hermana me había hecho tiempo atrás. En el dibujo estaba yo con mi uniforme de la escuela, llorando, y ella atrás abrazándome. En aquel momento no supe por qué me había dibujado eso, creo que ahora lo sé. Me sentí así, abrazado por ella, y escuché su voz diciendo ‘yo estoy bien, ¿y tú?’ Ahora quiero prepararme para volver a verla algún día. Antes de irme a la misión hablamos de qué pasaría si uno de los dos moría. Lo que me dijo es ‘si eso me ocurre, no llores, sonríe, porque muchos necesitarán esa fuerza’. Le hice esa promesa, y pretendo cumplirla desde aquí hasta que la vuelva a ver”.

Su padre leyó con voz quebrada este bello poema:

“Nuestra niña hermosa de mirada tierna, bella y talentosa, nuestra hija eterna. Linda flor de agosto que vino a embellecer con su hermoso rostro nuestro atardecer, tu sonrisa llena nuestros corazones, hermosa princesa. Dejas un vacío enorme, tu voz sobresale, como tu presencia. Tienes voz de ángel, y también la esencia. No desaprovechamos ninguna oportunidad para decirte que te amamos, y sentir el amor que nos das. No tenemos cómo agradecer a Dios por compartir con nosotros tu fuerza y tu amor. Nuestra hija hermosa, hermana y amiga, jovencita virtuosa, tu luz nos ilumina y me guiará siempre tu ejemplo de amor. Queremos merecer nuestra celestial mansión donde estaremos juntos, sin penas ni dolor. Hija mía, te amamos mucho y atesoramos tu amor. Eres un ángel que abre sus alas, vuelas directo hacia nuestro Dios, y desde el cielo nos ‘empalagas’ de amor con miles de ángeles alrededor.”

Su madre, reflejando en su rostro el tremendo dolor que sentía, pero también la certeza de que la volvería a ver, compartió momentos de la vida de su hijita, de cómo era tan perseverante desde pequeña para lograr lo que quería, insistiendo y practicando hasta lograr lo que se proponía, ya fuera aprender piano o desarrollar alguna otra habilidad. Dijo también:

“No puedo comprender todos los planes de Dios, porque soy humana, pero sí puedo aceptarlos. Y puedo aceptar que si para Él sus 17 años fueron suficientes para llamarla a su presencia, para mí también deben de serlo. Puedo aceptar que Él la haya escogido para enseñarme grandes cosas y ser mi ejemplo en esta vida estos 17 años y hacerme una mejor mujer. Puedo aceptar que las personas que tocó, con sus talentos, con su servicio, son suficientes para sentir que mi hija dejó una huella en muchos corazones.”

Compartió que, estando en el hospital, otra paciente, al enterarse de lo que les había ocurrido, empezó a proferir palabras de enojo contra las personas que los habían agredido. Al respecto, mencionó:

“Me sentí muy agradecida de tener el conocimiento del evangelio para poder discernir que cualquier sentimiento que no sea amor por mi hija ocuparía espacio en mi mente y en mi corazón que no estoy dispuesta a ceder porque mi mente y mi corazón deben estar dedicados a pensar en ella, en los buenos recuerdos que me dejó, en los momentos que vivimos felices. Si alguno de ustedes llega a tener sentimientos que no le permitan recordar esas cosas buenas de mi hija, deséchelos porque el enojo, la impotencia, las preguntas ‘¿por qué yo? ¿por qué a nosotros?’ ocupan espacios que no son necesarios.”

Y terminó diciendo:

“Yo no sé por qué el Señor la llamó ahora. Yo no sé qué trabajo le tiene allá. Lo que sí sé es que lo va a hacer muy bien. Y si no le sale a la primera lo va a intentar otra vez, y otra vez y otra vez, porque así era mi amada hija, nunca se daba por vencida. De los que íbamos en ese coche, Dios consideró que ella era la única que estaba lista para estar en su presencia; nos deja una gran responsabilidad como familia, de poder ser igual de dignos para algún día reclamarla como nuestra.”

Sus tíos expresaron también bellas palabras, sus amiguitas le cantaron hermosas canciones, terminando el servicio fúnebre la llevaron a su escuela para el último pase de lista y finalmente la despidieron. Por ahora.

Gracias a su familia por la enorme dosis de fe que nos inyectaron. Y gracias, Cirely, por haber tocado tantos corazones. Porque definitivamente, una vida como la tuya, nunca dejará de celebrarse. Hasta pronto, pequeña. Hasta que nos volvamos a ver.

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