noviembre 21, 2024
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El Contador Tárrega

Crece feliz

agosto 4, 2023 | 377 vistas

Hace días, mi hija Zaida me mandó un dibujo, de esos que circulan por Internet. Se ve de espaldas una rata que camina de la mano de su hijo pequeño. Este le dice a su padre “¿Ya viste, papá? No había ningún peligro”, y el padre le responde “tenías razón, pero quise acompañarte”. El pequeño no alcanza a ver que en la cola de su padre van prendidas un buen número de trampas para ratas que –así se entiende– el padre hizo activar sobre sí mismo para que su hijo no sufriera ningún peligro. Zaidita puso el siguiente comentario: “No sé cómo le hicieron que, a pesar de todo, siempre nos mostraron un mundo bien bonito”.

Ciertamente, nuestra principal preocupación como padres fue siempre que nuestros hijos disfrutaran la alegría de su niñez y se sintieran protegidos a nuestro lado. Nunca estuvimos exentos de problemas –pérdidas de empleo mías, abusos de confianza por parte de otras personas, pérdida del patrimonio familiar por diferentes motivos, etcétera– pero ante todo eso, el rostro que mostrábamos a nuestros hijos era el de la esperanza, la alegría de tenerlos con nosotros y la confianza de que,

mientras nos mantuviéramos unidos, lo demás se resolvería de una u otra manera y todo estaría bien. Eso sí, siempre tratamos de prepararlos para enfrentar la vida, sabedores de que no podíamos mantenerlos permanentemente bajo nuestra protección. Últimamente, Zaidita, en particular, ha tenido que probar los sinsabores de la vida, esas experiencias amargas que lastiman.

Alguien abusó de su confianza y su buena voluntad, afectándola en su trabajo. Se ha topado con sujetos que han lastimado sus sentimientos. Ha sufrido pérdidas de diferentes tipos. Y yo, papá rata, daría cualquier cosa porque esas trampas que lastiman impactaran sobre mí y no sobre ella o sobre cualquiera de mis hijos. Pero a la vez reconozco que esto es necesario, que es parte de las experiencias de la vida que los harán más fuertes, sabios y prudentes. Así que solo me resta confiar en que las armas que les dimos los ayudarán a pelear sus propias batallas y salir triunfantes.

A ti, Zaidita, que eres la que en estos momentos más ha resentido el dolor de estas “trampas”, te recuerdo que tus padres te amamos y oramos por ti, por todos ustedes, nuestros hijos. Te recuerdo que fuiste una niña muy amada y lo sigues siendo, aunque ya no seas una niña. Y te recuerdo lo que siempre les he enseñado: no necesitas de nadie para sentirte plena, realizada y feliz. Llevas dentro de ti todo lo necesario para vivir una vida con significado, que te permita sentir un gozo permanente, cualesquiera que sean tus circunstancias externas.

Y si con mi amor no alcanza, recuerda que allá arriba hay otro padre que sabe lo que vales y también está orgulloso de ti. Ese padre te ha dotado de enormes cualidades que, bien utilizadas, serán una bendición para ti y para los que te rodean. Así que perdona y olvida a las personas que te han dañado, y busca a aquellas para las que la fuerza de tu espíritu pueda representar una fuente de inspiración y un rayo de alegría.

Hace tiempo les dediqué a ti y a tu hermana una canción que un autor escribió para su hija. ¿Recuerdas lo que decía?:

“Y pensar que te cargaba en mis brazos el día de ayer / tan rápido ya quince años, no puede ser / recordar toda la alegría que me has traído / y mirar en el ser hermoso que te has convertido.

Como si de arriba me dieron demasiado / como un regalo que no merecía / como si jamás te me marcharás / Ojalá pudiera decirte que ya ¡por favor, no crezcas más!

Y tal vez no sepas que yo me levanto por ti / que a veces, si te falta algo, no puedo dormir / que me asusta cómo el mundo vive el día de hoy / y mi anhelo es mirarte siempre en bendición.

Como si de arriba…”.

Sí, a veces como padres llegamos a decir que ojalá no crecieran los hijos, pero, aunque a mí también a veces me asusta cómo está el mundo hoy, yo te digo –a ti y a tus hermanos–: ¡Crece, mi amor! ¡Y crece feliz! No permitas que las acciones de otras personas amarguen tu corazón. Crece, y crece feliz, porque cuando tu corazón obra limpiamente, la vida tarde o temprano te lo recompensa. Crece feliz,

siendo ese ángel que hasta ahora has sido y al que todavía le falta desplegar sus alas y llegar muy alto, porque sé que lo harás.

Gracias, una vez más, por toda la alegría que me has traído. Que Dios te bendiga, mi pequeña. Te ama siempre, papá.

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