María José Zorrilla.-
Desde la encerrona por la pandemia me he vuelto una fan de los videos sobre montañistas y las dificultades que enfrentan para alcanzar el pico más alto del planeta o el famoso K2, que es otro de los retos y dolores de cabeza de los alpinistas. Sin ser ni siquiera caminante de altura me resulta fascinante ver cómo el hombre busca enfrentar retos impensados, como el ascender a más de ocho mil metros de altura y sortear todo tipo de vicisitudes. Condiciones extremas de frío, viento, avalanchas, falta de oxígeno, resistencia física y mental son apenas algunas de las situaciones a las que se enfrentan los y las valientes montañistas que deciden emprender la aventura que les tomará cerca de dos meses alcanzar por la necesidad de aclimatarse a las alturas. Algunas de las misiones fracasan por imprevistos climáticos, otras por problemas físicos, y lo más increíble por tráfico excesivo de personas, que cual peregrinación se ven enfilarse hacia la parte superior del Everest en lo que se conoce como la zona de la muerte. Y aunque parezca increíble, gente ha muerto precisamente en esa zona por quedarse allí entrampado sin poder ni subir ni bajar. En días pasados tuve oportunidad de ver más documentales sobre la fascinante montaña de ocho mil 848 metros de altura, pues tuve que guardar reposo por haber contraído covid por primera vez, después de haber escapado casi cuatro años del temido virus. Tuve algunas de las típicas molestias como fuerte dolor de cabeza, un intenso malestar estomacal por más de 48 horas, ligera tos y carraspera y un cansancio como si hubiera corrido un maratón. Leer me resultaba imposible. Incrementaba mi dolor de cabeza, así que mi celular y la TV se convirtieron en mis escapes del tedio. No me gusta ver noticias ni programas específicos. Si de TV se trata sólo para ver deportes y documentales. Mis favoritos los de alpinistas y en especial los del Everest de YouTube. Siento de alguna manera que viajo hacia las alturas con ellos, sufro a la distancia sus avatares y me congratulo cuando logran su cometido. Abrí el que trataba de unos soldados de la India que deseaban conmemorar los 50 años del primer ascenso de un compatriota y realizar labores de limpieza en el Himalaya donde va quedando basura acumulada a lo largo de las expediciones. Su preparación requirió meses de entrenamiento, se hicieron múltiples preselectivos hasta tener a los hombres más calificados para semejante misión. Al final conformaron un selecto grupo de 30 personas. En la mañana del 25 de abril emprendieron la escalada del último escollo para subir a la cima cuando sin saber qué acontecía en la zona más temible, el glaciar Khumbu se empezó a mover todo. Fuertes ventiscas, nieve por todos lados, desplazamientos inesperados de masas de hielo y nieve, avalanchas y confusión. Todo era desorden, el camino había desaparecido y desesperadamente unos y otros gritaban por su sherpa para saber dónde estaban y que acontecía. Había grietas, -los temibles crevasses- por doquier y la tormenta y las avalanchas nos cesaban. Afortunadamente, después del caos ninguno de los 22 militares que ascendieron ni tampoco sus guías sufrieron daño alguno. No obstante, las circunstancias habían cambiado y ante la imposibilidad de coronar la cima, decidieron emprender el regreso. Mientras se acercaban al campamento vieron desolación absoluta, nada estaba como antes, no había ni una sola casa de campaña de pie. Nepal había sido golpeado en la primavera del 2015 por un temblor de 7.8 grados y ellos lo habían padecido cerca del cielo. Se consideraron milagrosamente sobrevivientes al igual que los otros 8 del equipo que se quedaron en el campamento base. Lamentablemente no corrieron con igual suerte otros escaladores en campamentos vecinos que sufrieron 22 bajas. Quienes deseaban conquistar el Everest se convirtieron en rescatistas. Fue ejemplar el trabajo que realizaron los de la armada india para apoyar a las decenas de escaladores que fueron golpeados, lanzados y heridos por los enormes trozos de hielo que se desprendieron durante el terremoto. También hicieron una limpieza exhaustiva de todo el desastre que se había originado al desaparecer campamentos enteros. El resultado, un terremoto devastador que había cobrado ocho mil 700 vidas, destruido medio millón de casas, desplazado al Everest tres centímetros y al valle de Katmandú dos metros. Los soldados habían perdido la oportunidad de cumplir con la cita que se habían propuesto, pero habían hecho algo más importante: Salvar vidas. En mi semana de reclusión, no salvé a nadie evidentemente, pero me dio mucha tristeza perderme dos citas importantes. Los 25 años del grupo literario El Tintero y el concierto a dos pianos de mis amigos Jean-Guy Comeau y Aquilés Morales. Desde este espacio les envío una felicitación y mis disculpas por mi ausencia. Mi viaje “virtual” con los miembros de la armada india me sirvió de consuelo y celebro la valentía y arrojo de quienes emprenden retos que para otros nos parecieran imposibles.