Dicen que el amor y la política tienen mucho en común.
Ambos empiezan con promesas, se sostienen con ilusiones y terminan en decepción.
El político jura amor eterno al pueblo; el enamorado promete fidelidad absoluta.
En ambos casos, al final del día solo quedan discursos vacíos y corazones rotos.
Las campañas políticas son como la etapa del enamoramiento: todo es color de rosa.
El candidato (o el pretendiente) se desvive en atenciones, regala flores, besos y palabras dulces. Promete cosas imposibles: “Voy a cambiar tu vida”, “nunca te fallaré”, “eres lo más importante para mí”.
Y el ingenuo votante, como el enamorado, se lo cree.
Después viene la luna de miel, ese breve periodo donde todo parece perfecto.
El nuevo gobierno inicia con discursos motivadores; la relación, con abrazos interminables.
Pero no tardan en aparecer los primeros errores, las primeras mentiras, los primeros descuidos. “No es lo que esperaba”, murmura el ciudadano. “Ha cambiado mucho”, se queja la pareja.
Luego llega la etapa de desgaste.
La gente ya no confía en el gobernante, pero tampoco tiene muchas opciones.
Los enamorados ya no sienten lo mismo, pero no saben cómo salirse del embrollo. Se justifican: “Quizá mejore”, “tal vez cambie”, “hay que aguantar”.
Pero la historia siempre termina igual: con traiciones, infidelidades y promesas rotas.
Al final, el pueblo se cansa y busca otro candidato que le vuelva a mentir bonito. Igual que en el amor, donde alguien sale herido y otro sigue su vida como si nada.
Y así, una y otra vez seguimos cayendo en los mismos juegos, con los mismos resultados.
Política y amor: dos grandes farsas que se venden como cuentos de hadas, pero que siempre terminan en tragedia.
EN CINCO PALABRAS.- Parece chiste, pero es anécdota.
PUNTO FINAL.- “Las campañas como la galantería: nomás les dan el sí, y se olvidan del amor”: Cirilo Stofenmacher.
X: @Mauri_Zapata